Una mañana de setiembre, en una pizzería abarrotada en la Zona 4 de Ciudad de Guatemala, los ruidos de un taladro y un incensante martilleo ahogaban el destape de las cervezas Gallo y confundían las conversaciones.
Es una pizzería con temperamento de barrio, pero sus ingredientes confiesan su público de jóvenes profesionales: arúgula, queso de cabra, ciruelas... Frente al local, como en tantas otras cuadras del barrio capitalino, se construía un moderno edificio que albergará apartamentos, negocios y áreas públicas, floreciendo en medio de una antigua zona de bodegas, fábricas y casas.
El pequeño restaurante está en la esquina de una de las primeras calles peatonales creadas en el proceso de renovación de Zona 4, una de las más interesantes iniciativas de renovación urbana en la región.Hace 15 años, llamado Cuatro Grados Norte, hubo un intento, pero falló por la profusión de bares, drogas e inseguridad que atrajo aquella apertura de calles peatonales y espacios dirigidos a jóvenes.
Dando a la vuelta a la cuadra de la pizzería, burbujea la evidencia de algo diferente. En un edificio recién restaurado, cohabitan de 35 a 50 clientes (según la temporada) en uno de cuatro espacios de coworking , plantas abiertas donde empresas de diseño, publicidad, viajes y otras ramas se turnan en oficinas transitorias, pagando de $26 a $150 al mes por contar con un espacio para desarrollar sus negocios a bajo costo.
En el piso superior se ubica una destacada firma de arquitectura, que se mudó al barrio precisamente por la energía especial que emana desde hace unos tres años.
Impulsada por la economía creativa y la regeneración de la zona (una de las 22 de la capital) este vecindario de poco más de 2.300 habitantes exhibe una confluencia inusitada entre unión comunitaria, desarrollo inmobiliario privado de alta inversión e interés en el beneficio público, emprendedurismo joven y apoyo municipal.
Hoy, Zona 4 reúne seis estudios de arquitectura, doce estudios de diseño gráfico, industrial y web, cuatro agencias publicitarias, seis centros educativos, dos galerías de arte, quince restaurantes y cafés y cuatro edificios residenciales (ocho en construcción). Se respira un aire similar al de hace 15 años; se espera, claro, no cometer los mismos errores de entonces.
Un resumen de esta efervescencia se puede apreciar en el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC) de San José hasta el 16 de mayo, en la exposición Z4. Un barrio que diseña su cultura , curada por el fotógrafo y director del proyecto editorial Rara , Andrés Asturias.
Tropiezos
Caminando por aquellas primeras calles peatonales, Asturias recordaba el fracaso del primer intento de renovación. “Hace 15 años se hizo una inversión fuerte (Cuatro Grados Norte). Tuvo un éxito muy lindo por tres o cuatro años, pero se puso muy de moda y empezaron a llegar muchos bares. Se llenó de consumo alcohólico y se fue todo para abajo”, lamenta.
El plan era revitalizar, con el tiempo, las calles aledañas a dos zonas peatonales; no obstante, ocurrió lo imprevisto. “Alrededor de esas dos calles, se empezaron a producir otro tipo de negocios que no tenían la misma razón de los otros. Se volvieron lugares de venir a beber y emborracharse en vez de espacios culturales”, recuerda David Rosales, arquitecto en la municipalidad auxiliar –pequeñas oficinas destacadas en zonas de la ciudad para regular de cerca su gestión–.
“Fuimos durmiendo el barrio poco a poco”, dice Rosales. Sin embargo, en el 2011, con la redacción del plan de ordenamiento territorial ampliamente consultado con los vecinos, el proceso renació.
No obstante, algunos permanecieron allí, como Asturias, quien reside en una antigua fábrica de cerámica llamada Casa del Águila (hoy, hogar de la editorial Rara, restaurantes y oficinas).
Asturias es el curador de la exposición en el MADC, la cual muestra productos e imágenes de lo que los jóvenes profesionales creativos están generando en el barrio.
Antiguos edificios industriales y bodegas de la zona han empezado a transformarse. Una empresa de suministros eléctricos, OEG, partió de Zona 4, pero la segunda y tercera generación de la familia Estrada, los dueños, lo remodelaron a partir del 2010 y hoy alberga su firma de arquitectura y otros emprendimientos y organizaciones.
Entre ellas, están la Fundación Crecer, clave para el barrio y la empresa Ecofiltro. Asimismo, es hogar de la Fototeca, prominente escuela de fotografía que atrae como profesores y alumnos a algunos de los mejores fotógrafos de Guatemala.
Por ello, en el 2012, el festival GuatePhoto atrajo a miles de visitantes y generó mucha actividad: se abrieron cafés y una bodega fue despejada para exposiciones. Hoy, se llama La Erre, alquilada por precio simbólico, y es uno de los espacios culturales más dinámicos de la ciudad (gestionado por Rara).
“ En un momento, hace 15 años, se remodelaron estas bodegas de 60, 70 años atrás, y estaban vacías. Había una infraestructura previa. Llegamos a un barrio en que muchos de los proyectos nuevos de emprendimiento llegan a convivir. Yo vivo y trabajo en el barrio. Los chicos de mi oficina antes vivían por la Universidad de San Carlos, otros en Amatitlán, pero decidieron venirse a vivir en el barrio”, explica Asturias.
Así ocurre con otros de los espacios, como la Fototeca: se ambientan como en casa. “Nos sentimos seguros allá. Sin embargo, todavía la gente tiene cierta resistencia a ir a este barrio. Es un barrio popular, no un sector exclusivo ni residencial”, explica David Bozareyes, de 29 años, diseñador en Fototeca.
La inseguridad, flagelo de Ciudad de Guatemala, sigue siendo un problema. Hace unos meses, extorsionaron por primera vez a los vendedores de “shucos”(perros calientes muy originales y populares). Caminando de día o de noche por el barrio, más de una persona aconseja no salirse de las zonas más públicas con énfasis nervioso.
“La seguridad es un reto, pero actualmente creemos que lo vamos a solventar”, asegura Rosales.
Germinar
Lo más curioso del proyecto ha sido su cercanía con los vecinos. Desde que la municipalidad auxiliar emprendió el proyecto, procuró la integración estrecha de vecinos. Algunos, por ejemplo, participan en un chat grupal de WhatsApp mediante el cual monitorean la seguridad de sus negocios y casas, y organizan actividades conjuntas.
“La relación estrecha empieza a funcionar cuando los empiezas a tomar en cuenta. Se buscan acuerdos para que todos ganen”, explica el arquitecto Rosales.
No obstante, una duda frecuente es el riesgo de gentrificación del barrio: es decir, que su nuevo éxito eleve los precios de propiedades, alquileres y servicios y expulse a los antiguos residentes de Zona 4. Es un fenómeno común en todas las ciudades. ¿Qué ocurrirá cuando se completen los modernos edificios de apartamentos? ¿Quién podrá pagar para vivir en ellos?
“Creo que hay una alta posibilidad de gentrificación en la zona, pero todavía se está a tiempo de mitigar ese efecto”, opina Onice Arango, especializada en gestión y planificación urbana estratégica en la Universidad Erasmus (Países Bajos). “Creo que una gran desventaja es el tema de la exclusión. Las dinámicas que ves en cinco o seis cuadras no las ves en el resto del Cantón Exposición –que comprende Zona 4– y las personas que habitan estos espacios, aunque viven a pocas cuadras, no participan de los eventos realizados ahí porque no son el público objetivo”, argumenta.
La municipalidad lo tiene claro, pero en lo que pueda controlar, está dispuesto a que no sea un cambio drástico. “Hasta ahora, no se ha sacado a ningún vecino”, dice Rosales.
El arquitecto describe incentivos para edificios que se ocupen 24/7, que liberen espacios al peatón, aseguren que sus plantas bajas sean abiertas al público (con negocios de toda índole) y participen en la dinámica comunitaria local.
Sin embargo, es cierto que el público de las industrias creativas, con sus conciertos, ferias de diseño y proyectos similares es distinto del de los antiguos comerciantes y pequeños empresarios del barrio.
¿Cómo alterará este proceso la identidad barrial? (Un reconocido fotógrafo me dijo, en uno de los bares de moda cercanos: “Yo vivía en Zona 4, pero me fui, porque ya era demasiado hipster ”.)
Hay una vida nocturna animada ahora, con bares de cócteles aromáticos y música nueva; no son las cantinas de la primera ola, que se trajeron abajo el primer intento de renovación. “Creo que todos están contentos con el flujo de gente. Están haciendo proyectos para el beneficio común, no tanto para el beneficio económico a gran escala”, opina Asturias.
“Todos entendemos que necesitamos ingresos para poder vivir, pero no estás generando para comprarte un yate. La intención es generar ingresos para vivir bien, que tus vecinos estén bien, que les puedas pagar a tus empleados…”, añade. Es decir, la aspiración de cualquier joven profesional en nuestras crecientes y ansiosas urbes latinoamericanas.
En varias esquinas del vecindario, desarrolladores privados han sacrificado algunos metros cuadrados para abrir parqueos de bicicletas, instalaciones artísticas para uso público, bancas y maceteras. Es el compromiso en doble vía que la autoridad municipal ha procurado.
En una tarde cualquiera, se ven jóvenes trabajando con laptops en ellas, estudiantes de universidades de la localidad y artistas. Tal sentido de pertenencia, opinaron varios entrevistados, es inusual en Guatemala.
“Poner una banca no quiere decir que alguien vaya a ocuparla”, dice Rosales. Es evidente que, sin política municipal, o sin anuencia de los desarrolladores privados, un proyecto así puede quedarse como meramente decorativo.
Otro tipo de desarrollo, de inversiones billonarias e instalaciones aisladas del resto de la ciudad, ha sido más común en Guatemala y el resto de Centroamérica. Adyacente a la ciudad se encuentra, por ejemplo, Paseo Cayalá, una ciudad autocontenida con forma y uso de centro comercial y recreativo.
Su pastiche arquitectónico multimillonario incluye a un Neptuno semienterrado, un centro de artes con columnas de aires griegos y puertas al parqueo subterráneo inspiradas en el metro de París. Es la metáfora perfecta de lo que hoy muchos malentienden como urbanismo en ciudades como la nuestra: más centros comerciales en las afueras con la semblanza de ciudades transitables.
En Zona 4, por otra parte, coexisten los vendedores de “shucos” y los diseñadores de alta tecnología, los fotógrafos de moda y los viejos zapateros. ¿Por cuánto tiempo permanecerá este balance? Recorriendo las salas del MADC que trajeron Zona 4 a San José, pensé en lo posible y lo realizable. Si este barrio pudo (por ahora), ¿cuáles otros podrán, en Guatemala o San José?
No todo parece tan distante. Recorriendo la exposición de Zona 4, dijo Asturias: “Hay un buen diálogo, y la gente que está llegando quiere sumarse a lo que está. Los nuevos quieren incorporarse y estamos juntos diseñando ese camino“.