La primera vez que María Luisa entró a un club swinger llevaba mucho tiempo queriendo hacerlo. Fue en el 2007, cuando por fin una de sus parejas accedió a vivir la experiencia con todo lo que implicara. En la entrada, María Luisa solo dijo que venía por recomendación y dio el nombre de un amigo de los dueños. No le pidieron sus datos. De lo contrario, ella no hubiera entrado, en ese momento todavía estaba casada y el hombre que la acompañaba no era su esposo.
Era noche de curitas: todas las mujeres las usaban como cobertores para los pezones. María Luisa recuerda que no le hizo mucha gracia que una mujer le quitara la blusa, pero iba con la consigna de tener la mente abierta, así que decidió disfrutarlo. El lugar tampoco era demasiado bonito, dice, pero lo suficiente como para sentirse cómoda e irse despojando de algunas prendas.
Aunque algunos sitios en internet advierten que para entrar a un club swinger debe irse con el objetivo de cambiar de pareja y “no hacer perder el tiempo al resto”, el respeto a los demás es realmente lo más importante. Desde la primera vez que María Luisa fue al club, en un barrio de San José, ha vuelto varias veces, pero nunca ha intercambiado de amante: no ha aparecido ninguna pareja que realmente les guste a ella y a quien la acompaña.
Entonces, ella vuelve porque le gusta la libertad. La gente que se va despojando de sus vergüenzas y sus prendas, una detrás de la otra. “Se sienten libres de tener sexo dondequiera, aunque sea frente a vos. Eso es liberador y excitante”, dice ella.
También le gusta poder ver, mirar, fisgonear. “Al sujeto le encanta observar, ser un voyeur de lo cotidiano. Mirar pero no sufrir, y sin embargo sufre por ver y por la culpa de ello. Por eso el voyeur espera y goza de la espera de descubrir, pero también de ser descubierto”, explica Sergio Bravo, sicoanalista. “Tratar de sorprender a la pareja de amantes en su acto vergonzoso de deseo; sorprenderlos en su desnudez pero, sobre todo, hacerlos sonrojar de pudor y de indignación hasta recibir la misma paga: que él mismo se sonroje y que los mirados se indignen”, agrega. Un juego de poderes y miradas.
¿Jugar a las escondidas?
María Luisa tiene 38 años y ha decidido que no quiere revelar su nombre.
-¿Por qué no, si sos tan libre y tan atrevida?, le pregunto la única vez que nos vemos.
-Porque la gente todavía no lo acepta. Piensan que estas prácticas son sinónimo de prostitución o de promiscuidad, cuando no tiene nada que ver con ello.
La percepción de María Luisa la comparten varias otras personas entrevistadas para estudios científicos en distintas partes del mundo. Por ejemplo, un estudio del Instituto Mexicano de Sexología (uno de los pocos que se han publicado en el mundo hispanohablante) comprobó que la mayoría de parejas estudiadas no comparten sus experiencias con nadie que no esté dentro del mismo ambiente. Les da temor resultar demasiado expuestos o ser públicamente rechazadas.
Daniel Ureña, sexólogo del Instituto, coincide en que es probable que la sociedad aún no esté preparada para comprender a una pareja swinger de manera abierta por motivos religiosos o conservadores. “La monogamia sigue siendo el objetivo a alcanzar dentro de las sociedades convencionales”, explica.
Sin embargo, la curiosidad siempre está latente (por ejemplo, ¿por qué está usted leyendo este artículo?): como María Luisa, la mayoría de las personas que participaron en el estudio dijeron que los incitó la curiosidad de conocer nuevos ámbitos en pareja, de gozar de manera libre, de no quedarse con las ganas. También las moviliza poder tener nuevas experiencias con su pareja, algo diferente y nuevo que los saque de su monotonía y realizar fantasías sexuales que tenían en común.
Para Ureña, hay tantas expresiones y conductas sexuales como personas: un estímulo puede afectar de muchas maneras en diferentes individuos. “Se puede o no tener el gusto por ver cuerpos desnudos. Eso podría generar o no una excitación. Incluso puede ser un placer no sexual, un placer como cuidar una planta o mirarse al espejo”, dice.
Para María Luisa, el rédito más importante al visitar un club swinger es la libertad. Sin embargo, esa fue solo su experiencia, pues para muchas otras parejas entrevistadas por el Instituto Mexicano en Sexología, lo más importante fue compartir juntos esa vivencia para fortalecer su vínculo emocional. Eso sí, las emociones deben quedarse dentro de la pareja. Parece que involucrarse sentimentalmente y enamorarse de alguien más es su propia definición de pecado.
Cuestión de acuerdos
¿Se pone en entredicho el concepto convencional de lo que entendemos por fidelidad? Según Ureña, la palabra fidelidad siempre se ha entendido como ese límite acordado entre las parejas con respecto a su relación. Desde ese punto de vista, ser infiel significará violar los acuerdos previamente establecidos entre ambos: tener relaciones sexuales con alguien más podría no ser un engaño pero sí dar un beso o involucrarse sentimentalmente con otra persona.
María Luisa insiste en que, con sus visitas al club swinger, ella se deshizo de muchos mitos y fantasmas que rodeaban su sexualidad y la de los demás. Los conceptos de pudor, fidelidad, flechazo, amor, enamoramiento se fueron reconstruyendo de maneras muy distintas.
Sin embargo, también se enfrentó a retos importantes: con la exacerbación de las prácticas sexuales, sintió que perdió el gusto por el sexo convencional. “Siempre estaba buscando más y me decepcionaba constantemente”, cuenta. Ese fue el momento en que decidió que ya era demasiado.
El sicoanalista Sergio Bravo dice que el sexo puede ser “causa y síntoma” de la apatía, desarrollada a partir de un estímulo perfecto que nunca llegará. “Puede desarrollar resistencia al sexo convencional, porque la apatía sobrepasa el fin último del sexo en pareja que es la cocreación. Y en este caso es más egoísmo que una danza creadora”.
No sea una víctima de su propia curiosidad
Antes de aventurarse a entrar a un club swinger, el sexólogo Daniel Ureña le da algunos consejos.
- Hágalo de manera voluntaria. Póngase de acuerdo con su pareja con respecto a los límites que no podrán rebasar.
- No permita que su curiosidad sea mayor que su deseo. Recuerde que la curiosidad mata gatos y mete a la gente en problemas. Lo más importante es que esté convencida de que quiere experimentar.
- No le dedique toda su vida y sus pensamientos a sus prácticas sexuales. Una decisión como esta no puede absorber todo su tiempo.
- Preste atención a la ley: ante cualquier deseo usted debe anteponer su propia seguridad y el respeto a las leyes.