Te quiero porque tú / enciendes un volcán en mí, / si miro alrededor no encuentro a nadie más que a ti / si a veces por amor, te robo sin querer alguna lágrima, / no es culpa del amor, / la culpa solo es... / Amarte así...
José Luis Perales canta, y sabe que los enamorados se ponen la mano en el corazón para sentir esa efervescencia tan exagerada como fascinante que los ha poseído. Lo que posiblemente no sabe es que, quienes lo escuchan, sienten algo que se origina bastante centímetros arriba del pecho. Nace en el cerebro, que ahora más parece un hervidero hormonal capaz de generar un amor tan "eterno" como una canción romántica o una de merengue.
El origen, ritmo, e inminente final del amor apenas se está estudiando. Científicos, psicólogos y neurólogos desentrañan en el cerebro para entender que ocurre en el proceso de hallar una pareja.
"Tratamos de comprender los fenómenos amorosos porque, desde el punto de vista evolutivo, no es tan fácil encontrarlo en otras especies. La pregunta es ¿Por qué esa excentricidad de amar cuando otras especies pueden reproducirse y subsistir sin el protocolo del amor?", señala el neuropsicólogo Allan Fernández.
Hasta el momento se han determinado zonas clave del cerebro para alojar este cúmulo de sensaciones, como la ínsula, el núcleo estriado, la amígdala y el hipocampo. Los estudios muestran la participación de un grupo de instrumentos implicados en la sinfonía amorosa, que podemos llamar también neurotransmisores: adrenalina, dopamina, serotonina, oxitocina y vasopresina. En el camino de la atracción al amor, se canta al ritmo de Perales y se baila al ritmo de otras sinfonías.
Merengue. Si enamorarse fuera una canción, se bailaría frenéticamente. Inicialmente todo es nuevo y predomina la adrenalina de estar ante una persona atractiva. La dopamina aumenta considerablemente y causa la aceleración del corazón, las ansias de estar siempre con la persona amada y ese "no me digas que no / que no me quieres / porque si tu no me quieres / yo por ti me muero".
Estar enamorado minimiza los defectos de la persona amada y los circuitos cerebrales se activan de la misma manera que los de un drogadicto en espera de su próxima dosis. La serotonina, capaz de controlar esa sensación, se desploma.
"La amígdala –el sistema de alerta ante el miedo del cerebro– y el cortéx cingulado exterior –el sistema cerebral de la inquietud y del pensamiento crítico– se ponen patas para arriba cuando los circuitos del amor corren a toda marcha", señala la neurobiologa Louann Brizendine en su obra El cerebro femenino (2007).
Estos cambios cerebrales impiden que la persona enamorada sea capaz de distinguir o señalar los defectos del sujeto amado. El amor es ciego, como ya lo dijo la sabiduría popular, pero se manifiesta de diferentes maneras para hombres y mujeres: "Los estudios y las imágenes cerebrales en mujeres enamoradas muestran mayor actividad en muchas más áreas, especialmente circuitos viscerales y circuitos de atención y memoria, mientras que los hombres enamorados muestran más actividad en áreas de procesamiento visual de alto nivel", señala Brizendine.
No se extrañe de ese poder femenino para recordar el color de la camisa de la persona amada el ocho de julio de 1997 y esa capacidad de muchos hombres de enamorarse a primera vista.
A bolero. Tal y como ocurre con el merengue, esa primera etapa del amor desenfrenada y rápida, es también agotadora. Nadie puede bailar mucho con un cerebro enamorado.
Según explica Fernández, Sigmund Freud veía el enamoramiento como un proceso tan caótico que el cuerpo no podría sostenerlo mucho tiempo. "Implica secuestrar toda nuestra energía y ponerla sobre un objeto", puntualiza el neuropsicólogo.
"Lo interesante con la dopamina es que sus receptores en el cerebro tienen una caducidad, a lo más, de tres años. Por ello, mucha gente plantea que en las relaciones, al inicio, daría el alma por esa persona y, después, las cosas ya no son tan vibrantes como en algún momento", añade el especialista.
Es allí cuando muchos sienten que la chispa del amor se apaga y muchas relaciones terminan. Porque mueren los deseos / por la carne y por el beso / ¡el amor acaba!, nos diría José José.
Sin embargo, no hay forma de llegar al amor sin pasar por el enamoramiento. Solamente algunas parejas se encontrarán con la vasopresina y, sobretodo, la oxitocina. Ambos, son neurotrasmisores que crean vínculos afectivos más sólidos y permiten desviar la atención a otras direcciones, como el trabajo, las aficiones y ese fin que busca nuestro instinto con el enamoramiento: la progenie.
La bióloga Sue Carter ha estudiado ambas sustancias en los ratones de la pradera, una especie que también acostumbra ser monógama. Ha determinado que el contacto, los abrazos y las caricias, son los estimulantes claves para la segregación de la oxitocina. Notó, además, que los machos necesitaban ser tocados dos o tres veces más a menudo que las hembras para mantener un nivel similar del neurotransmisor.
"Para mí, la clave del ejercicio del amor –es un ejercicio ya que requiere disciplina y constancia– es la admiración. Las parejas que yo conozco que se han sostenido en el tiempo son los que todavía siente admiración por el otro", recalca Fernández.
De ese merengue, lambada o reggaetón inicial del amor apasionado, solo seguirán sobre la pista las parejas que aprendan a moverse a ritmos más pausados en el cual, ambos van a un paso similar, algo así como el bolero.
Fuente: Allan Fernández, neuropsicólogo (Tel. 2223-6603), El cerebro femenino (2007), de Louann Brizendine y Anatomía del amor (1992) , de Helen Fisher.