Para algunas es imprescindible y para otras, opresor. No faltan quienes lo consideran favorecedor y las que creen que es inútil. No obstante, está ahí y es una prenda que ha acompañado –o deliberadamente separado– a las mujeres y su historia. El brassier, sostén o sujetador cumple hoy cien años, luego de que, el 3 de noviembre de 1914, Mary Phelps Jacob lo patentase.
No obstante, ocultar y resaltar el busto femenino no es nada nuevo. 4.500 antes de Cristo, en Creta, las mujeres lucían un práctico sujetador que le permitía llevar los senos al aire. Un ejemplo claro de ello es la loza vidriada que representa a la Diosa de las serpientes de la civilización minoica.
En la Roma y Grecia clásicas, las mujeres volvieron a taparse el pecho con una especie de faja que les sujetaba el pecho, un vendaje que también utilizaron las vikingas. Este vendaje fue el precedente para la creación del corsé, en la Edad Media, una prenda íntima que redujo la cintura, oprimió el vientre hasta límites poco saludables y levantó los pechos hasta finales del siglo XIX.
En 1893, Marie Tucek creó una prenda que sujetaba cada mama en una especie de bolsa. Estas se levantaban con tirantes que se ataban a la espalda. No obstante, la invención no obtuvo éxito y se tradujo en bajas ventas.
Invento centenario
A pesar de que algunos historiadores atribuyen la creación del sostén a Hermine Cadolle, la francesa que en 1889 dividió el corsé en dos partes, no fue patentado sino hasta el 3 de noviembre de 1914 por Mary Phelps Jacob, una joven de 19 años con estirpe de inventora: uno de sus antepasados, Robert Fulton, fue quien inventó la máquina de vapor.
Según cuenta el diario El País, de España, Phelps se hallaba incómoda en una fiesta de alta sociedad ya que su corsé era muy apretado. Además, esta prenda de lencería, sobresalía de su vestido. Pidió ayuda a una sirvienta para unir dos pañuelos unidos del corsé y formar el primer sujetador.
Mary Phelps empezó a replicar la prenda para sus amigas y creó un negocio. Poco después, decidió vender su pantente a Warner Brothers Corset Company de Bridgeport por 1.500 dólares de la época. La empresa tuvo visión: 16 años después, facturó 15 millones de dólares.
Como ocurre en la historia, la prenda no fue exitosa por arte de magia. Ocho años antes, el diseñador francés Paul Poiret ya había prescindido del corsé y creó vestidos anchos y fluidos que no necesitaban de apretadas varillas para moldear el cuerpo. En 1907, el modisto presentó un modelo fabricado en seda que daba sostén al busto con un nivel de comodidad inconcebible para la época.
El otro factor que ajustó el triunfo de brassier fue la Primera Guera Mundial: en Estados Unidos, se obligó a las mujeres a entregar sus corsés para convertir las varillas en materia prima para la guerra. Además, ante la ausencia de hombres en las fábricas, las mujeres ingresaron al mercado laboral. Allí, una prenda que apretada el torso de la mujer entre varillas no tenía lugar para las ocho horas que debía laborar.
La guerra se fue y llegaron los “locos años 20”, cuando las flappers celebraron la libertad de un mundo sin guerra con vestidos cortos, nada ceñidos, y donde la comodidad para bailar sin cesar era la premisa. Por su parte, una modista judía de origen ruso, Ida Rosenthal, ideó un sistema de tallas que hizo del brassier una parte del guardarropa femenino.