El tapado de armiño rosado, el abanico de ébano pintado a mano, el pequeño corsé con la seda comida por polilla, los guantes de cabretilla, el hermoso vestido plateado Chanel, el polizón remendado color vino, la enagua verde importada de México, y los zapatos de seda, raso y madera que caminaron por la Costa Rica de finales del siglo XIX .
Estas prendas son solo algunas de las que se conservan como recuerdo de tendencias y estilos mundiales que no le dieron tregua a este pequeño país centroamericano. Nos muestran una cara de la historia poco documentada pero esencial para nuestra sociedad y cultura.
Pero, ¿por qué el vestir es tan importante?, Lucía Arce, historiadora del Teatro Nacional explica que aunque este tema a menudo se considera “superficial” la realidad es que es clave para la creación de una identidad. Un ejemplo es la influencia europea después de la independencia en 1821.
La necesidad de “crear una nación” se nutría de diferentes elementos y uno de ellos era la forma de vestir. “La moda es un mecanismo regulador, que parte de criterios subjetivos y colectivos, pero que que cumple un papel fundamental” explica la historiadora.
De forma similar María Rosa Noda en su libro Nueva Moda detalla que la moda responde directamente al contexto en que se desarrolla. Son los precedentes históricos, los acontecimientos políticos, los cambios sociales, la situación económica, los avances tecnológicos y las corrientes artísticas claves para generar los cambios en la moda.
Precisamente por eso, hacer un recorrido de moda en Costa Rica no es un tema antojadizo ni superficial. La manera en que nos vestimos en el pasado nos sirve de espejo, para entender la nación que hoy habitamos y lo que hoy somos.
Se dice que durante la Colonia, cuando era la hora de la misa, se escuchaba el chasquido de los fustanes, era el sonido de la tela arrastrándose en el piso de la iglesia.
Los españoles dominaban toda la región e imponían la doctrina católica en el pequeño y pobre territorio de Costa Rica, razón por la que la vestimenta era conservadora.
Las mujeres usaban sencillas camisolas de manta o de algodón con paletones pequeños adelante, algunas con vuelos y de manga corta o larga. El cuello era cerrado y se adornaba con una cinta negra con un relicario si era soltera o un crucifijo si era una mujer casada.La camisola iba por fuera de la enagua larga que se usaba con gran volumen, obtenido de los más de dos fustanes de algodón. Las mujeres con mejor condición económica usaban enaguas de telas de tafeta y sus fustanes tenían una tira bordada en la parte de abajo.
Los zapatos no eran un accesorio común pero el guardapolvo, mecate de pelo de camello cosido en el ruedo de la enagua, se encargaba de proteger la prenda de la suciedad y el polvo.
“El guardapolvo se usaba por dentro del vestido, es el que arrastraba toda la tierra por donde pasaban las señoras. Consistía en una cuerda suave que no se notaba, era gruesa y peluda, como ver un cepillo colocado en la parte de atrás del vestido”, detalla Jose María “Milo” Junco, historiador.
Las mujeres cuando hacían una labor doméstica, si no tenían a mano el delantal de algodón, se remangaban un fustán con su enagua hasta la cintura para no ensuciarse. Mientras que en actividades sociales y religiosas no podía faltar la mantilla o velo bordado a mano. Algunas mujeres menos adineradas usaban la chalina (similar a una bufanda) de crespón de seda en tonos blancos, grises o negros.
En la vestimenta los colores más comunes eran: blanco, negro, azul, marfil, el verde oliva y para los jóvenes y niños: blanco, rosado, lila y celeste, siempre con gran influencia española.
Para ese momento, de Jamaica, de la gran Colombia y de España se importaban grandes cantidades de trozos de tela de hilo grueso, no mayores a los 10 metros.
“Las mujeres de Cartago y Heredia se caracterizan por tener buen gusto. Para finales de 1700 se importaban prendas de París, señoras como Anacleto Arnesto Fajardo de Mayorga y Cecilia Castillo eran mujeres muy adineradas que mandaban a traer en barco la ropa ya lista. Venían en baúles”, comenta Junco. También se empieza a importar la seda y las telas brocadas de Portugal, los encajes de Francia, las cintas de seda y las pasacintas.
Para suerte de las damas, aunque algunos vestidos no les quedaban como lo veían en los figurines parisinos llamados “La Samaritana”, las primeras costureras del país los cosían y los adaptaron a sus exigencias.Los botones fueron una de los grandes avances en la moda. Hechos de madera, hueso, marfil y metal, estos se forraban primero en algodón y luego en seda. Se usaban como adorno, pero también para sustituir las formas tradicionales de amarrar los vestidos, sujetos con cordones firmes.
“Cuentan que en un baile en Cartago a una señora de apellido Rovira se le reventó el cordón y mostró partes que no debía mostrar una dama. Inmediatamente un sacerdote cogió su capa se la puso y le dijo “a su casa con decencia”, la mandó con unos empleados a la casa” describe el historiador Milo Junco.
Accesorios como los guantes cabritilla (el estómago del ternero recién nacido, piel muy fina y delicada), las peinetas de carey y nacar o las joyas de filigrana, importadas de México y Guatemala, eran usadas en las actividades más importantes.La vestimenta del hombre era más simple, usaban el pantalón corto o con doble pliegue adelante y sacos que no pasaban del muslo. El sombrero era el elemento obligatorio y los campesinos lo usaban incluso en sus labores diarias, de ahí el surgimiento del chonete. Los más humildes vestían pantalones sencillos de telas gruesas.
Fue vistiendo así, con más simpleza que otra cosa, que se recibió la noticia de la Independencia en 1821. Noticia que la pequeña Costa Rica no esperaba y por la que no se había luchado. Noticia que iba a cambiarlo todo.
Un miriñaque para la identidad de una nación
Ver a Juana del Castillo y Palacios, esposa de Juan Mora Fernández y a Pacífica Fernández, esposa de José María Castro Madriz era como ver a París en Costa Rica.
Estas distinguidas señoras se vestían a la usanza francesa, emulando las tendencias de la moda de Europa mientras que el pequeño estado costarricense imitaba las tendencias políticas de esa misma región.
“La gente desde la Colonia no se sentía costarricense, se sentían josefinos, cartagos, alajuelenses... eran esos fuertes localismos lo que era más importante. Se necesitaba crear una Nación, un imaginario, una construcción mental” explica Lucía Arce.
Para lograrlo, además de consolidar el sistema político y las actividades económicas que dieran soporte, las familias más adineradas tenían la necesidad de vestirse como lo exigía la moda europea, siguiendo una estricta etiqueta social.
Se predominaba la estética, incluso sobre la funcionalidad. Predominaban las grandes enaguas, cuyo tamaño se alcanzaba usando un miriñaque. El miriñaque era una estructura, similar a una carpa, que se colocaba debajo de la enagua para ampliarla. Podía ser de metal o el más costoso, de hueso de ballena, porque era más liviano.
Generalmente las mujeres usaban dos prendas, la enagua y la blusa. Esta última generalmente era de manga larga y se colocaba encima de otra estructura: el corsé. Este aseguraba una cintura definida y un pecho levantado.Tanto calor, peso y “apretazón”era necesaria para mostrar el nivel económico del marido y para estar a la altura de los figurines que llegaban del otro lado del Atlántico.
En esta misma línea, las mujeres costarricenses de dinero, se cambiaban varias veces al día. No era aceptable usar la misma ropa en la casa que en un baile o actividad social.
“Para la época morista, que fue de bonanza en Costa Rica por el café, había mucho lujo en el vestir. Inclusive la gente de clase media se vestía bien, no con el lujo de la “jefa de estado”, pero se vestían bien” detalla Junco.
El cabello se usaba suntuosamente arreglado. Muy populares eran los tirabuzones. Para elaborarlos era necesario dormir con los mechones de pelo arrollados sobre un trozo de tela y al día siguiente, luego de soltar el cabello, remojar los colochos perfectos en champaña o algún otro licor, de forma que estos quedaran perfectos durante todo el día.
La guerra de 1856, quizá le quitó algo de elegancia a las mujeres de la época, puesto que muchas dieron sus joyas para colaborar con la campaña. Sería después de esta, que se retomaría el “sentir costarricense” y se volvería a “ensamble europeo” en la pequeña Costa Rica.
Ir al Teatro Nacional, mejor con polisón
Era el 21 de octubre de 1897, la inauguración del Teatro Nacional invitó a todas y todos los asistentes a lucir sus mejores galas. Vestidos importados de Europa, peinetas de carey, carteras de plata bordada, abanicos de ébano pintados a mano, lucían espectaculares en el día en que se estrenaba la Ópera Fausto.
“Para finales del siglo XIX, el Estado estaba consolidado, pero se necesita cohesionar y para lograr el desarrollo como las ciudades europeas, se necesita de la cultura”, añade Lucía Arce.
Aunque todo parecía brillar esa noche, se cuenta que las Volio de Cartago y las Montealegre habían conseguido un palco exclusivo para ser parte del momento histórico. Sin embargo, el volumen de sus vestidos no les dejó ingresar al palco. Se tuvo que traer sillas y abrir el espacio para que las damas se pudieran sentar adelante y los caballeros atrás.
Para esta época (finales del siglo XIX) la mentalidad de lo estético se mantenía y a pesar de la incomodidad del momento, las hermanas Volio y las Montealegre lucían como la tendencia dictaba. De la parte trasera de su enaguas se desprendía un bulto que se amarraba a la cintura y que junto al corsé les ayudaba a lucir una cintura mucho más pequeña. A esta estructura se le llamaba el polisón.
“Las mujeres lucían divinas caminando con su vestido y la sombrilla en el Parque Central. Siempre llevaban sus carteritas y en ellas un pañuelo, un perfumito y un rubor. La que no tenía rubor se tenía que pellizcar los cachetes”, detalla Milo Junco.
Además, adornaban su cabello con un suntuoso sombrero cargado de plumas de animales que no pertenecían a la fauna nacional. Mientras que su ropa interior era larga, de seda muy fina con vuelos que llegaban hasta los tobillos.El chal no podía faltar, era el accesorio más utilizado por altas y bajas clases sociales, estos eran bordados y sus tamaños variaban según las funciones de las fémenias de la época.
Los hombres no se quedaban atrás. Siempre andaban bien vestidos con un chaleco de la tela del saco y para días lluviosos uno de lana. Los más adinerados lucían sus sombreros de copa, sus guantes, el bastón con puño de plata y el reloj de cadena, que siempre tenía su nombre.
Ese lujo recibe un nuevo siglo, que da paso a cambios de pensamiento, maneras de ser pero en esta ocasión, la mujer mucho más empoderada que empieza a ver la moda en condición de funcionabilidad.
Empoderadas: rompiendo el corsé
Los primeros años del nuevo siglo lograron dejar atrás las complicadas estructuras usadas bajo las faldas, añadiendo soltura a los trajes. Aunque el corsé se seguiría usando a inicios del 1900, pronto sucumbiría a una mujer más empoderada y deseosa menor complicación.
Nuestro país no vivió los efectos de la Primera Guerra Mundial, ocurrida de 1914 a 1918, sin embargo en Europa este acontecimiento tuvo un profundo efecto sobre la moda. Las mujeres debieron “ponerse los pantalones” ante la ausencia de varones y ser parte de la fuerza laboral. La nueva participación de las féminas inspiró a los creadores de la moda.
Gabrielle “Coco” Chanel en París empezó a romper con los cánones más tradicionales de la vestimenta femenina. Liberó a la mujer del corsé y de los vestidos incómodos. Diseñó pantalones, faldas flexibles, chaqueta de tweed y el pequeño vestido negro, imprescindible en el guardarropa.
“Una mayor inserción de la mujer en los empleos genera un cambio de sistema y cambios más rápidos, cambios en los valores sociales y de pensamiento. Sin embargo, existe una transición porque se debe dar un cambio de mentalidad. Prueba de eso es que el pantalón se usa hasta en los 50s en Costa Rica” detalla Arce.
En San José, frente a la Soda Garza en la Avenida Central, una tienda ofrecía todo lo necesario para elaborar un traje a la moda. Los figurines, las telas, los botones y otros accesorios podían comprarse ahí, para luego llevarlos a alguna costurera de renombre: las Campos de Heredia, las Balmaceda, las Gamboa o bien a donde Leila Guardia o Teresa Barrionuevo que tenían talleres con muchachas que trabajaban para ellas.
Los años 20 es la “época del Jazz” y del sufragio femenino. En nuestro país Ángela Acuña Braun fundó la Liga Feminista en 1923, un movimiento que luchaba por el voto, aunque no se logró hasta 1949. Fue una época de muchos cambios, incluida la vestimenta.
En el mundo las mujeres usan vestidos por la rodilla, pantimedias con costura, el pelo corto y los labios pintados. También los tacones altos y las plataformas. Aquí en Costa Rica, los certámenes de belleza en el Teatro Nacional serían los espacios ideales para lucir las influencias que ahora llegaban de Europa y Estados Unidos.
Aunque años 30 son mejor conocidos por la gran depresión, en Costa Rica se recordará por ser la década en que se usan las lujosas pieles. Armiño, astarcán, zorro siberiano y hasta conejo, llenaban los armarios de las mujeres más adineradas. Se trata de las prendas perfectas para complementar vestidos con un diseño simple y funcional. Debajo de la ropa, encima de las prendas íntimas, siempre se usará la combinación.En 1940, en Costa Rica, el corsé se dejará de usar totalmente. dándole paso a una nueva época influenciada por la cada vez más cercana Segunda Guerra Mundial.
El triunfo de las barras y las estrellas
El rock and roll y el jazz ponían a bailar a los estadounidenses después de la Segunda Guerra Mundial en 1945. Para esta segunda mitad del siglo XX la influencia en el vestir costarricense era del país del norte, que tenía hegemonía sobre el mundo. Europa necesitaba un respiro después seis años de conflicto.
Aunque Chanel había liberado a las mujeres de las incomodidades a inicios del siglo XX, a Costa Rica el pantalón no arribó hasta después de la Segunda Guerra Mundial. “Por la presencia de elementos religiosos profundos en la sociedad costarricense, las mujeres no utilizaron el pantalón hasta después de 1950”, cuenta la historiadora del Teatro Nacional.
Digna Redondo, costarricense que fue a estudiar moda a Europa y se dedicó a abrir el programa de sastrería en el Instituto Nacional de Aprendizaje (INA) reconoció que las costarricenses no tenían nada que envidiarle a las europeas, excepto el pantalón. No era el de mezclilla, era el pantalón de vestir con paletón al frente.
Junto con esta prenda, al guardarropa de las costarricenses tenía traje sastre, grandes enaguas voladas, vestidos lisos hasta la rodilla y los sweaters que usaban, generalmente, encima de los hombros.
Ya con esto, la moda empieza a moverse más rápido y cada década significaba un nuevo cambio. Una manera nueva de vestir y de hacerse ver en la sociedad.
En 1960 la influencia hippie y los jeans se empiezan a ver en Costa Rica. Universitarias en sentido de irreverencia se dejan ver con los cabellos lacios, sueltos y con carrera al centro, camisolas blancas holgadas y largas enaguas. Algunas utilizaban el pantalón campana y los zapatos plataforma.
“Los hippies llegan al mismo tiempo que en Estados Unidos y nos heredaron esa hermosa bisutería pagana y los prints en las telas”, asegura Milo Junco.
Para la década de los 60 y 70 el cine es una referencia para vestir. La película Grease o Vaselina es un espejo de lo que se lucía en la meseta central. Muchas mujeres usaban las enaguas largas, otras los pantalones totalmente al cuerpo o de cuero y los zapatos con un pequeño tacón.
En la década de 1980 el color, las hombreras, el cabello con mucho volumen y los copetes llenos de laca empiezan a aparecer en la portada de la revista Perfil. Claro, no podía faltar esa moda de los gimnasios en la que ponerse una vincha con un pantalón muy ajustado y unas tenis era lo más “in” del momento.
Para finales del siglo XX los jeans a la cintura, las blusitas cortas, las tenis preferiblemente blancas y la jacket de mezclilla se apoderan significativamente de la moda.
Para este siglo XXI hay una mayor atención hacia lo que diseñadores de renombre y marcas de lujo proponen para las temporadas. Aunque en Costa Rica no hay cuatro estaciones, siempre se admiran a las modelos con las piezas que se pueden utilizar en el país. Las revistas de moda se convierten en los figurines de la época, fotografías de alta calidad a veces nos trasladan a años anteriores o nos llevan al futuro con variedad de prendas.
“El cambio (en la moda) suele ser cíclico, con movimiento pendulares. A las faldas largas le siguen faldas más cortas, para volver a alargarse. Se usan las hombreras, se dejan de usar, se vuelven a poner de moda, sin embargo, han desaparecido prácticamente “sin dejar rastro”, por razones diversas. En su momento, se daba por bien empleado cualquier sacrificio para “estar a la moda”.
Pasados los años, es posible que se adopte algún rasgo, pero las incomodidades tienden a no regresar. Los cuellos altos que dominaron varias décadas a finales del Siglo 19 y principios del 20, sostenidos por armazones de alambre o ballenas delgadas, tuvieron su momento de regreso, pero como una alternativa más, y sin la incomodidad anterior”, dice el libro Nueva Moda de María Rosa Noda.
Aunque Costa Rica es un pequeño país centroamericano, sigue emergiendo en moda y además de vestir lo que se propone fuera de nuestras fronteras, se trabaja por crear conciencia de una industria latente en el plano económico y cultural. Así es como esta señora de más de 500 años escribe su historia política, social, cultural a través de las prendas de su armario.
Producción Laura Castillo / Infografía Daniel MoraFuentes: Lucía Arce, historiadora Teatro Nacional / José María “Milo” Junco, historiador.
Libros: El Vestido Habla de Nicola Squicciarino / Designis La moda representaciones e identidad de editorial gedisa / Una Nueva Moda de María Rosa Noda / Señora de la moda de Eva María Reschreiter de Trujillo.