Son las 4:30 a.m., a esta hora Christiana Figueres ya ha salido a correr por la playa de Cóbano, donde reside hace un año. Corre los suficientes kilómetros para disfrutar el amanecer y agradecerle al Sol, al astro más potente de nuestro universo, por la vida: la suya, la nuestra, la de la flora y la fauna.
Luego, llega a su casa y, antes de iniciar su jornada laboral a distancia, dedica unos minutos a la meditación. Hay algo que tiene claro: cuidarnos a nosotras mismas es también una manera de cuidar del planeta.
Cada 5 de junio, se conmemora el Día Mundial del Ambiente, establecido por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas el 5 de junio de 1972. La fecha se ha convertido en una plataforma global para hablar de los temas ambientales apremiantes, y nuestra revista Perfil no es ajena a ello.
Quién más que Christiana Figueres para engalanar la portada de esta edición verde. Es una de las costarricenses más prominentes a nivel internacional; nombrada en el 2016, por la revista Times, como una de las 100 personas más influyentes en el mundo.
Lideró la Secretaria Ejecutiva de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático del año 2010 al 2016, y fue durante su gestión que se aprobó el afamado Acuerdo de París, una ruta acordada por todos los países del mundo para evitar un declive medioambiental.
Es una abanderada contra el cambio climático, oradora habitual sobre este tema, promotora de la energía limpia, y ha hecho importantes contribuciones a la literatura analítica y académica.
De hecho, este año 2021 se terminó de imprimir el libro “El futuro por decidir”, escrito en coautoría con Tom Rivett-Carnac, un propulsor de políticas contra el cambio climático. Un libro imprescindible en nuestras manos, con una guía de acciones prácticas que podemos hacer para mejorar el planeta ahora mismo, hoy o mañana, esta semana, este mes, este año, para el 2030 y para antes del 2050. Es, además, una publicación que trata mucho más que temas ambientales, habla de justicia, de igualdad y contiene reflexiones para hacer la vida más plena, más feliz, porque cuidar de nosotras mismas es también una manera de cuidar el planeta.
¿Cómo empezó todo
Christiana proviene de una familia costarricense abocada al servicio público. Heredó ese compromiso y lo ha aplicado al ámbito del bienestar ambiental global. Asegura, durante la entrevista virtual para este artículo, que el cometido sigue siendo el mismo: “estar al servicio y buscar –como decía mi padre– el mayor bienestar para el mayor número. Ese es el hilo conductor de mis padres hacia mí y hacia todo el clan”.
Precisamente, ser hija de Karen Olsen Beck y José Figueres Ferrer, quien fue presidente de Costa Rica en tres ocasiones, le permitió visitar muchas comunidades a lo largo y ancho del país. Monteverde fue una de ellas, y allí se maravilló con la belleza de la rana dorada. Esa especie de tonos místicos le despertó la pasión y el profundo amor por la naturaleza.
Años más tarde, habiéndose convertido en madre de Naima y Yihana, quiso transmitirles a sus hijas esa experiencia excepcional. Viajó junto a sus dos pequeñas a Monteverde solo para enterarse que la rana dorada era una especie extinta.
“Eso para mí fue un despertar muy duro porque si yo, a mis escasos 30 años, había sido testigo de la desaparición de una especie en Costa Rica, entonces asumo que seguramente habían desaparecido muchas otras especies de animales alrededor del mundo. Tras esa vivencia concluí que estaba siendo muy irresponsable porque le estaba pasando a mis hijas un planeta severamente disminuido en comparación con el planeta que mis padres me habían pasado a mí”.
*Nota al pie: la rana dorada, también conocida como sapo dorado o sapo de Monteverde, fue declarada extinta por Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza pues desde 1989 no se volvió a ver ningún ejemplar. Esta especie solo habitaba en una la región de gran altitud del bosque nuboso en Monteverde. Su repentina desaparición es citada como parte de la disminución de las poblaciones de anfibios, que pueden ser atribuibles al cambio climático.
Despertar global
“Recuerdo mi primera negociación de cambio climático en Nueva York, éramos 100 personas. Hoy por hoy, ya son más de 25 mil personas asistiendo a esas negociaciones anuales”, señala Christiana.
Ella celebra que en los últimos 35 años la ciencia ha desarrollado vasto conocimiento en este tema y también ha avanzado la conciencia pública de nuestra responsabilidad y nuestra oportunidad de contribuir a un mundo mejor.
Sin embargo, para quienes pecamos de fatalistas cuesta seguirle el ritmo a esta mujer tan testarudamente optimista.
Hace 125 años, en 1896, el científico sueco Svante Arrhenius fue el primero en proclamar que los combustibles fósiles podrían dar lugar o acelerar el calentamiento de la tierra. Tenemos certeza de que el mundo se está calentando desde 1960 cuando el geoquímico Charles Keeling midió el dióxido de carbono de la atmósfera terrestre y detectó un aumento anual. Aún así lo que hemos hecho desde entonces para revertir el fenómeno ha sido escaso.
No obstante, ella se entusiasma de estar presente en este momento tan crítico, decisivo y único en la evolución del ser humano. “Por primera vez, colectivamente como sociedad estamos escogiendo el futuro. En los últimos 10 mil años estábamos disfrutando del entorno y el crecimiento económico que teníamos en ese momento; a partir de 1950, sin tener la intención, tomamos la pluma de la historia. Ya no estamos recibiendo ni reaccionando, hoy estamos determinando”, detalla.
A esa posibilidad de escribir el futuro, Christiana la describe como una “oportunidad dorada” de tomar el pincel en la mano y pintar un escenario constructivo, igualitario, justo, saludable, esperanzador y de crecimiento responsable.
Su optimismo se justifica: tenemos los conocimientos científicos, los recursos para hacer una diferencia y además hemos desarrollado las tecnologías de la solución.”Con todo eso en frente, a mí me parece, que solo podemos optar por la opción de crear un futuro mucho mejor”, señala la economista.
Grandes injusticias
Con respecto a las consecuencias del cambio climático, pagan justos por pecadores. Según Christiana Figueres, esas injusticias son las que le roban el sueño.
“Las personas que, imperdonablemente en el siglo XXI, viven en pobreza no han causado el cambio climático y sin embargo, son quienes más sufren. El cambio climático lo hemos causado quienes estamos por encima del nivel de pobreza y nos hemos beneficiado del uso de la energía eléctrica, del transporte, de la tala de árboles”, detalla.
Es cierto. Las personas pobres no tienen ninguna responsabilidad y aún así son quienes ven sus tierras inundadas o deben enfrentar las grandes sequías, son quienes tienen menos capacidad para adaptarse y deben migrar, con todas las consecuencias que ello implica.
“Las migraciones que estamos teniendo hoy no son nada comparado con las migraciones forzadas que se van a dar si no hacemos frente al cambio climático. Habrá millones y millones de personas que simplemente no podrán sobrevivir porque se les inundó todos sus terrenos o porque las sequías los dejó sin poder producir. Esa migración será detonante de presión política, económica y social sobre los países que tienen mayores recursos”, indica Christiana.
Pero tampoco tienen culpa las hijas de Christiana, ni mi hija, ni los hijos de nuestros hijos. “Las generaciones más recientes no tienen responsabilidad de haber generado el cambio climático pero sí serán quienes sufran más los estragos. Otra vez, inocentes pero castigados”, dice.
Y la tercera injusticia recae sobre nosotras las mujeres, para variar. “Hay un dato que a mí a veces no me deja dormir: el 50% de las mujeres del mundo está todavía hoy cocinando con tres piedras y tres pedacitos de leña, eso quiere decir que esas mujeres están respirando cualquier cantidad de aire contaminado y sus hijos también”, expresa Christiana.
Irónicamente, somos también las mujeres quienes nos hemos convertido en agentes de cambio. Para muestra, Christiana Figueres.
Y ni qué decir de las matriarcas de comunidades en áreas rurales que, como son ellas las directamente responsables de la comida y agua para sus familias, fueron las primeras en darse cuenta de que algo extraño estaba sucediendo en el planeta. “Han tenido la creatividad de cambiar la manera en que estaban cultivando, o de cambiar su actividad económica y adaptarse a las nuevas condiciones de cambio climático. Mujeres alrededor del mundo, especialmente en África y Asia, se han capacitado y van de ranchito en ranchito instalando paneles solares porque entienden que el crecimiento económico del mundo que tiene que ser en base a energía renovable”, cuenta la economista.
Lágrimas de alegría
Durante esta entrevista, para Christiana fue imposible contener las lágrimas cuando le preguntamos por las sensaciones que sintió cuando se logró el Acuerdo de París, en diciembre de 2015. Un acuerdo en el que ella fue artífice y que comprometió a todos los países del mundo reducir de las emisiones de gases de efecto invernadero y mantener el calentamiento global por debajo de los 2 °C.
“En el momento en que el presidente de la Conferencia Climática COP 21, Laurent Fabius, martilló el Acuerdo, yo me quedé como paralizada porque ese martillo significó el final de un proceso de decenas de años, de miles de personas”.
“Brinqué, aplaudí, me bajaron las lágrimas y le estaba enviando un profundo agradecimiento a las 500 personas que trabajaron bajo mi liderazgo en la Secretaría, que se dieron de alma, cuerpo y corazón durante los cinco años que yo estuve ahí”.
Fue tan importante porque fue exactamente lo opuesto al desastre de Copenhague en el 2009, me considero una sobreviviente de Copenhague junto con muchos de mis colegas. Las diferencias entre las dos conferencias fue tan dramática, que yo tenía un profundo agradecimiento”.
Christiana se refiere a la Cumbre del Clima, celebrada en diciembre de 2009 en Copenhague, capital de Dinamarca, la cual fue un fracaso y supuso un retroceso en el proceso mundial que debía conducirnos a un acuerdo que frenara de verdad el cambio climático y mitigara sus efectos. No obstante, el acuerdo al que se llegó no significó ninguna respuesta porque no era vinculante ni contemplaba objetivos de reducción de emisiones.
A pesar de ello, esta mujer testaruda y optimista, asumió la Secretaría Ejecutiva de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, restableció la confianza en que un acuerdo sería posible y se mantuvo firme hasta que el acuerdo se logró.
“Mi alegría más grande y la razón por la cual me bajan las lágrimas es por las generaciones jóvenes. Es que a mí me parece inaudito, inaceptable, que nosotros no levantemos este peso. No podemos condenar a la gente joven y a los que vienen a un mundo de miseria tan profunda como la que podríamos llegar a ver”, dice entre sollozos.
El Acuerdo de París estableció, con unanimidad universal, la ruta de desarrollo económico y descarbonización progresiva hasta llegar a tener carbono neutro para el año 2050. Nunca antes se había dado un acuerdo unánime de tal envergadura en las Naciones Unidas.
¿Qué pasa si fallamos?
El mundo que nos describe Christiana es cero alentador, si no logramos reducir nuestra huella de carbono en las próximas décadas.
“Para mitad de siglo estaríamos en un mundo en donde las ciudades estarían completamente ahogadas en polución, es decir, no podríamos simplemente salir de la casa y caminar o hacer ejercicio, o ir donde la vecina, tendríamos que salir con unas máscaras especiales que habría que desarrollar, que no se comparan para nada con las mascarillas que usamos contra el virus de la covid-19, sin embargo, ahora que estamos usando esta protección podemos hacernos una idea de las incomodidades que implica”.
“No se podría hacer ejercicio afuera porque estaría demasiado caliente en la mayoría de las ciudades. La gente que trabaja en exteriores, como las personas constructoras, se les haría prácticamente imposible trabajar afuera sin algún resguardo del sol y del calor”, sigue describiendo.
“Habría áreas muy grandes en todos los continentes inhabitables por las sequías, por el calor, por la falta de agua y la inhabilidad de producir comida; y todas esas personas tendría que migrar hacia el norte o sur, hacia zonas del planeta que todavía serían habitables, con la consecuencia de una mayor concentración de personas en espacios más reducidos. Eso acarrea conflictos sociales, económicos y políticos porque hay que repartir menos campo para más gente”.
Continúa: “De los 40 países que son pequeñas islas, principalmente en el Pacífico y el Caribe, posiblemente la gran mayoría del territorio de esas islas habrán desaparecido, porque subiría el nivel del mar. Quienes habitan ahí tendrán que recluirse en las partes altas de las islas, si es que las tienen, o tendrían que migrar a otros territorios que los aceptaran”.
En conclusión, “tendríamos un mundo de una pobreza muchísimo mayor de lo que tenemos ahora, un mundo de constante conflicto, de hambre, de inseguridad e inmundicia, de dificultad para conseguir empleo. Un mundo inaceptable”, asevera.
Ciudadana del mejor país del mundo
Christiana asegura que cada día cuando despierta hace un repaso por su lista de agradecimientos, y uno de ellos es haber nacido en Costa Rica.
“Empecemos por reconocer que Costa Rica es un país increíblemente privilegiado, nosotros nunca tuvimos metales, minerales, carbón, gas natural ni petróleo. Gracias a Dios. Quizá en el siglo pasado pensábamos que eso era un problema, pero hoy por hoy, es una ventaja no estar aferrados a esos recursos contaminantes y habernos dedicado a explotar energías limpias”, detalla.
Tras haber vivido 45 años fuera, sabe de primera mano que Costa Rica goza de mucho respeto y mucha admiración internacional. “Después de 45 años de vivir afuera, he notado que cuando digo que soy costarricense, la gente siempre tiene algo positivo que decir de Costa Rica”. Eso sí, es consciente de que tenemos que trabajar más fuerte para seguir siendo merecedores de ese respeto y esa admiración.
El segundo reto está en la agricultura. “Hoy sabemos que hay tecnologías más eficientes para producir más con menos terreno. Es una oportunidad y un empujón económico para todas las personas”.
“Costa Rica, así como es un ejemplo mundial de la abolición del ejército, de promover el ecoturismo, de protección de la naturaleza; también debería ser un ejemplo mundial de transporte y agricultura moderna”, concluye.
Christiana lleva un año de haber regresado a suelo tico para cumplir un sueño: vivir cerca del mar. Es ahí, en Puntarenas, al sur de la Península de Nicoya, donde las aves, ardillas, ballenas y delfines son parte de su escenario cotidiano, y le recuerdan los objetivos de su incesante lucha en pro del ambiente. “Agradezco haber nacido en Costa Rica porque me dio ese ímpetu, ese arraigo y esa responsabilidad hacia el cuido de la naturaleza”.
Eso sí, confiesa que cuando pasa un mapache y le hace estragos en el jardín, o cuando las iguanas se comen todo lo que había sembrado, por unos instantes pierde el amor por la naturaleza. Luego recuerda que hemos sido los seres humanos quienes invadimos el territorio de los animales y que ellos solo están reclamando su espacio. Con ese tierno recordatorio, vuelve a su computadora para seguir creando acciones que salven el mundo.