Un cuarto frío nos recibe en medio de una Managua divorciada de la brisa y el frescor. Los 34 grados centígrados quedan atrás como una deliciosa metáfora de la conversación que mantendremos de seguido: dentro de este cuarto no caben los pesares. La vida me ha hecho el favor de juntarme con una miniatura divertidísima; un anecdotario vibrante que parece que nunca va a dejar de sumarle minutos a la vida.
Fue la amiga de Benedetti, de Cortázar, de Carlos Fuentes, de Vargas Llosa, de Juan Rulfo y ha sobrevivido a la mayoría de ellos pero ya está un poco cansada de hablar de ellos. Le gusta más contar cosas de Costa Rica: la primera vez que la publicaron, a los 17 años, fue en Repertorio Americano, revista editada por Joaquín García Monge.
P: Usted le ha sobrevivido a toda la generación del Boom Latinoamericano.
C: Sí, pero ya basta. ¡Noventa años!
P: ¿Eso cree?
C: 90 voy a cumplir el lunes (12 de mayo de 2014).
P: Pero este año mejor no se nos muera. Con García Márquez tenemos suficiente.
C: Este año ha sido tremendo. Murió Juan Gelman que era muy amigo mío, ese me dolió muchísimo. Roberto Díez Castillo de Guatemala. Es un año tremendo.
P: Usted empezó a interesarse por la lectura en la biblioteca de sus padres.
C: Sí, eran muy buenos lectores los dos. Y tenían una biblioteca enorme, maravillosa. Y eso me sirvió mucho.
P: ¿La dejaban que leyera todos los libros?
C: Algunos libros me decían que no los leyera, y ¡para qué lo hacían!, eran los que yo primero iba a buscar.
P: ¿Cuáles eran los libros prohibidos?
C: Dafnis y Cloe ... uno que yo adoré que se llamaba Netochka Nezvanova de Dostoievsky y además me inventaba historias y le decía a mis condiscípulas que mi papá era así como el hombre de esa historia: horrible. Me encantaba verle los rostros de horror a mis amigas.
P: ¿Nunca la agarraron leyendo los cuentos prohibidos?
C: Nunca me agarraron, pero yo después confesé.
P: Pero usted sí dejaba a sus hijas leerlos, ¿qué ha cambiado en la configuración de las familias?
C: Cuando me casé y tuve hijos, mi marido y yo decidimos que mis hijas y mi hijo iban a hacer lo mismo. Que él nos iba a ayudar en la casa igual que las mujeres: él iba a hacer la cama, se iba a preparar su desayuno y lo íbamos a tratar igual. Qué horrible que mis hijas tuvieran que hacer eso por él.
P: Todavía hay hombres que no tienden la cama...
C: El machismo es espantoso. Tampoco me gustan las mujeres que le quieren negar todo al hombre. A mí lo que me encanta es la complicidad entre el hombre y la mujer, que se interesen por lo que el otro haga, que comprendamos que tenemos los mismos derechos.
P: El feminismo busca esa equidad de derechos.
C: Sí, pero hubo un feminismo demasiado agresivo que era negarle todo a los hombres… eso a mí no me gusta, eso nos convierte en machistas a nosotras.
P: Sin embargo hay premios literarios solo para mujeres.
C: Eso sí yo lo entiendo más porque la mujer ha sido muy discriminada.
P: La aceptación de que somos diferentes biológicamente pero tenemos exactamente la misma capacidad ha sido complicada.
C: Cuando yo era pequeña te inclinaban a que supieras hacer cosas de mujeres, a hacer crochet, a cocinar bien. Entonces les parecía absurdo que la mujer fuera a la universidad. Con el bachillerato bastaba. Ahora yo me pongo feliz porque muchas mujeres están en la universidad.
P: Usted tuvo una suerte diferente porque la mandaron a estudiar muy joven a Estados Unidos.
C: Sí, porque yo me rebelé. Mi madre era divina, era mi cómplice, estaba terriblemente afligida de que yo me fuera de la casa pero me ayudó. Yo le decía a mi padre: “Yo quiero estudiar medicina”. Y él me decía: “No, yo soy médico, y los muchachos que estudian medicina hacen bromas obscenas y yo no quiero que mi muchachita esté ahí”. Pero con las amenazas mías y la ayuda de mi madre, me mandaron.
P: ¿Qué es para usted la poesía?
C: A los cinco años yo le dictaba poemas a mi mamá. Me contaba ella que yo siempre le decía: yo quiero ser poeta. Antes de casarme, yo le dije a mi marido: “mi pasión es la poesía, yo no voy a permitir que nadie me corte eso porque entonces dejo de ser yo. Se muere una yo”.
P: ¿Y en algún momento usted pudo vivir de la poesía, de los libros que vendía?
C: No. Gano un poco de dinero pero ¡poquito! Como decía Vicente Alexandre: con la poesía, compro mis desayunos.