Diana lee bajo una luz amarilla que la empapa:
Ahora que estás aquí cerca del silencio
y como decía un poeta mi voz no te alcanza
te siento al filo de una ciudad fantasma
cruzando tus ojos por las alcantarillas ajenas
de calles donde la sangre ladra
Conversamos durante más de una hora y casi siempre hablamos sobre el mismo tema: la palabra es poderosa. La poesía también lo es. Por eso, Diana no crea poemas en masa, sino que tarda todo el tiempo necesario hasta encontrar la palabra correcta. “Cuando uno dice una palabra, esa palabra se convierte en algo concreto”, dice ella. Sin embargo, la poesía no es algo concreto, no llega al cerebro en forma de ideas, sino de sentimientos. Y eso es suficiente. “Yo creo en la poesía. Creo que tiene el poder de cambiar a las personas”.
Empezó a ser poeta como a los 13 años, o al menos a esa edad se enteró de que lo que ella escribía era poesía. A principios de los 70, cuando Diana todavía era adolescente, fue parte de Oruga, un grupo de poetas que hablaban y discutían sobre literatura y que adquirió cierta fama por haberse reunido una tarde a tomar café con Julio Cortázar. “Era un tipo humilde, de una sencillez que solo tienen los grandes. Yo leí uno de mis poemas y él me pidió que le enviara mi libro. Luego me respondió en una carta que le había gustado muchísimo. Ahora la prensa dice que es que yo intercambiaba cartas con él jajaja. Pronto dirán que también éramos amantes”.
Diana Ávila es poeta, traductora y editora. Su tarjeta de presentación dice que se especializa en la edición de textos científicos. Estudió filología en la UCR, se graduó de dirección de Teatro, fundó y fue parte de varios grupos de artes dramáticas. Fue tradueditora en Inter Press Service (IPS), haciendo algo que se parecía mucho al periodismo. “Hay que hacer de todo. De la poesía no se vive. Uno no se gradúa en poesía de una universidad y sale a trabajar”, dice ella.
Ahora que estás aquí y ahora que yo soy esa montaña azul
que no podés tocar
ahora que es mentira que con un poema logro hablarte
tocar tu pelo
o tu rodilla debajo de la mesa
porque tan solo son palabras
animales locos enredados en el cuerpo.
Sus temas, dice ella, son todos. Son la vida. Pero hay uno que le da vueltas en la cabeza desde hace mucho y es la identidad de la poesía costarricense.
P: ¿Es necesario que la poesía tenga una identidad?
D: Nuestro país está viviendo una transición hacia una nueva sociedad. Este proceso electoral ha sido lo más atípico del mundo. A mí como poeta me interesa lo que le pasa a mi país. De hecho, durante algunos años pensé que a este país le faltaba algo que me hiciera a mí reaccionar más como poeta.
P: “Costa Rica es un dolor que duele mucho”, dice usted. ¿Qué es lo que le duele de este país?
D: Me duele que se lo están robando. No solo materialmente con corrupción y malos gobiernos, sino que deforestan, los parques nacionales no tienen recursos. El país verde no existe. Aquí el gobierno desprecia a los ambientalistas.
P: Pareciera que es un sentimiento generalizado. Que a todos los poetas les duele un poco su país.
D: Y es por eso que yo quisiera hablarlo.
-Muchos países se unen alrededor de una guerra, de la sangre. Costa Rica no tiene eso, no tiene esa memoria.
-Cada pueblo es resultado de su historia. Algo grande es que nosotros no tenemos ejército porque el ejército no solo mata sino que se come la plata de los presupuestos con los que se le da de comer a la gente. Como en El Salvador, en Nicaragua, en Honduras que viven bajo la bota militar. Nosotros no tenemos eso y somos un pueblo inteligente pero muy pasivo, muy individualista, que mientras no lleguen a mi casa las dificultades, no me importa lo que le pase al vecino. Vivimos encerrados en nosotros mismos.
P: ¿Entonces será que necesitamos la sangre para unirnos?
D: Creo que necesitamos cambiar. Y vamos cambiando muy poquito a poco.
P: Y en esto, ¿qué función debe cumplir la poesía?
D: Como función, ninguna. La única responsabilidad de un poeta es escribir. El poema es como una silla de tres patas si no es leído. Si alguien no lo lee y lo hace suyo de alguna manera, se cae, no sirve para nada. Pero está fuera de mí que las palabras tengan o no poder. Yo no controlo los gustos de la gente.
P: ¿Para quién escribe usted?
D: A veces para una persona definida, pero en general yo le hablo a la naturaleza, le escribo a mi país.
P: ¿Es necesario que un poeta sufra para escribir?
D: Usted leerá mi poesía y pensará que soy una persona melancólica. Pero soy una mujer feliz con la vida. Me considero inmensamente privilegiada, especialmente si me comparo con la mayoría de personas. Tengo gente que me ama. Quiero a la gente, me gusta. Y claro que uno sufre. Pero no se puede vivir en el sufrimiento para escribir porque lo que te va a salir es algo que nadie va a querer leer. Ya la vida es suficientemente dura.
Hay una dualidad entre la poetisa y su poesía. Aunque hay una dosis de melancolía y nostalgia en su obra, buena parte de esta entrevista, Diana se la pasó riendo. No solo con la boca, sino con los ojos, con las manos, con el cuerpo. Le sonríe a la cámara, le sonríe a Blakie, su perra, le sonríe a Pinky, su gata.
Es una mujer que disfruta de la soledad, pero no es solitaria. Cuando se acuestan las cuatro en la cama (Diana, la perra y las dos gatas tímidas), ella encuentra las palabras. Siempre escribe al final de los libros, siempre tiene ideas, pero no tiene demasiados poemas. Solo los suficientes, los que puede escribir.
Ahora que sos más un ave que una piedra que permanece
solo una paloma en medio del mar
salpicada de espuma y gasolina de los barcos
sucia de noctambulismo
sos un viento que se me queda pegado a la garganta.
En la mesa se derrite la cerveza que compré para vos
es invierno y llueve.