Hace 5 años Mónica Solís enfrentó uno de los retos más difíciles de su vida. Ella debió luchar contra el cáncer de mama, pasar por una mastectomía de su seno izquierdo, quimioterapia, radioterapia e incluso por el rompimiento de su matrimonio. Sin embargo, nada de esto evitó que siguiera sonriendo ni que se apagara su deseo de vivir.
En mayo del 2012, una gota de sangre le salió de su seno izquierdo, inmediatamente supo que algo no estaba bien y decidió consultarle a su médico, quien le indicó que debía realizarse una mamografía, en la cual le encontraron una masa irregular. Luego de dos biopsias, Mónica descubrió que tenía un cáncer de mama grande y avanzado y que debía ser operada lo antes posible.
“Ese momento fue sumamente difícil, lo primero que se me vino a la mente fue «me voy a morir», porque siempre se cree que el cáncer es sinónimo de muerte, aunque si prevenimos y hacemos caso a las recomendaciones, no tiene por qué ser así”, recordó Mónica, quien con esta idea en la cabeza y con una esperanza de vida de 6 meses, decidió que debía enfrentarse al cáncer y que no permitiría que este la derrotara.
“En la casa, después de haber llorado, ya tranquila y sola dije: «Tal vez el médico no me dé muchas probabilidades de vida, pero la fe es lo último que se pierde. Tengo que vivir por mi hija, por mi familia y por mí, voy para adelante»”.
Cuatro meses después, en setiembre del 2012, Mónica se sometió a una mastectomía radical en la que le extirparon completamente la mama izquierda, ocho ganglios afectados y parte de los músculos de la axila y del brazo. A partir de este momento, Mónica debía comenzar el proceso de recuperación, y continuar con los demás tratamientos.
“Fue muy difícil cuando al día siguiente de la operación me desperté vendada y llegaron los médicos y una psicóloga y me dijeron que ya me iban a quitar las vendas, y ví que tenía un seno y el otro no”, expresó Mónica.
Luego de algunos retrasos en el hospital donde se había realizado la operación, Mónica comenzó su tratamiento de quimioterapia, y posteriormente con taxol. En este proceso, perdió su pelo y según cuenta, fue una de las pruebas más difíciles del cáncer. “Para ese entonces, ya no tenía mi seno ni mi cabello y la gente es muy cruel, a veces iba por la calle y veía gente que se codeaba y me veían porque no tenía pelo”, recordó Mónica, quien contó que su colección de pañoletas de colores era las que le alegraba un poco su día a día.
“Había días en los que me despertaba y decía «hoy amanecí fea», entonces le pedía a Dios que me ayudara. Me levantaba, me maquillaba un poco más, me ponía colores vivos y eso me animaba. Aunque ahí estaba el cáncer, seguía luchando. El doctor me dijo que era 50% tratamiento y 50% actitud y en mí estaba tener ese 50%. Yo quería vivir”.
Además del proceso médico al que Mónica se estaba sometiendo, debió enfrentarse a otro reto: el final de su matrimonio. Luego de 11 años de matrimonio, su esposo comenzó a alejarse de ella con la excusa de que no quería lastimarla hasta que un día Mónica decidió hablar con él y descubrir el motivo de su rechazo.
“Un día simplemente explotó y me dijo que él ya no se acercaba a mí porque yo era una mujer incompleta porque no tenía mi seno y que ya no era femenina porque no tenía cabello. En ese momento Dios me dio la fuerza y le dije: «Yo a usted lo quiero mucho, pero me quiero más yo y hasta aquí llega el matrimonio»” y así un viernes por la noche, Mónica le dijo a su ex esposo que no lo quería volver a ver y que se fuera de la casa. A pesar de que esto significó un golpe en su vida, no hizo que Mónica perdiera la esperanza, y rodeada de personas como su hija y su madre, continuó luchando por su vida.
Mónica piensa que el cáncer es algo que le cambia la vida completamente a una persona tanto en aspectos negativos como positivos, y que esta enfermedad lejos de generarle malos sentimientos hacia otras personas, le permitió perdonar a su ex pareja, ya que asegura que no tiene ningún rencor en su contra.
Terminando el tratamiento de quimioterapia, Mónica asumió el reto de la radioterapia, con 31 sesiones, en las que tenía que visitar el hospital día tras día, realizarse exámenes periódicamente y recibir medicamentos. Fue en este momento en el cual una persona de su pasado regresó a su vida.
“Pablo Calderón era una persona que yo había conocido hacía más de 20 años, había sido mi novio cuando tenía 14 años, y aunque al principio tenía vergüenza de verlo porque no tenía pelo ni un seno, él comenzó a decirme que me veía muy linda y con el tiempo se desarrolló una relación. A él no le importó que estuviera hinchada, sin cabello, sin seno, él me decía que era preciosa”, contó Mónica.
A partir de este momento, Pablo se convirtió en el apoyo que Mónica necesitaba y se mantuvo a su lado durante todo el proceso. Finalmente llegó la hora en la que le ofrecieron realizarse la reconstrucción de su seno, y aunque le advirtieron que sería un proceso difícil debido a la cirugía tan invasiva que había tenido, la cual duró 9 horas, Mónica quería terminar un ciclo de su vida y sentirse como antes.
“Yo le pregunté a Pablo, que qué le parecía a él y me dijo que me iba a apoyar si era lo que yo quería, pero que si no sentía la necesidad, para él no era más mujer por tener uno o dos senos”, expresó Mónica. Aún así, y como era importante para ella, en diciembre del 2015, inició el proceso de reconstrucción hasta que finalmente se sometió a una cirugía de 7 horas para el implante.
Así concluyó esta etapa en su vida, a partir de ahí, día con día la vida le regala una segunda oportunidad. “Con todo lo difícil que pasé, yo ahora veo mi vida como una recompensa. Estoy con mi familia, tengo una vida plena, vivo cada día disfrutando lo que me gusta y dándole gracias a Dios por lo que Él ha hecho y declarándome sana, porque tengo toda la fe”, contó Mónica, con una sonrisa que solamente alguien que ha logrado valorar el verdadero sentido de la vida puede tener.