Hace poco, en Argentina, una niña de 12 años que luego de sufrir durante años abuso sexual por parte de un tío, logró exponerlo frente a unas cámaras de seguridad. La chica venía manifestando desde hacía tiempo los síntomas del horror que vivía e incluso lo había puesto en palabras en distintos ámbitos. Sin embargo, sus padres desestimaron su relato y, hasta que no puso en evidencia a su abusador, no tomaron medidas para protegerla, según relató el períodico La Nación del país suramericano.
En ese contexto, los especialistas subrayan que el pronóstico de los niños, niñas y adolesentes que son víctimas de abuso sexual cambia completamente si encuentran un adulto que les cree, que esté emocionalmente disponible para brindarles ayuda y que actúe para protegerlos. “Así está documentado en toda la biografía y también lo vemos en la atención clínica. Cuando el entorno familiar es favorable y se actúa rápido, el hecho traumático del abuso sexual no pasa a ser lo más importante que le ocurrió en la vida”, señala Silvia Ongini, psiquiatra infantojuvenil.
En esa línea, la psicóloga Cristina Bösenberg asegura que la clave es si un niño pudo hablar y se le escuchó, o si fue desestimado sistemáticamente en sus intentos de pedir ayuda y salir de esa situación. “Eso marca una diferencia abismal. El niño que es asistido, elabora esto como otras situaciones traumáticas. Hay un trabajo posible y puede superarlo”, detalla la psicóloga.
¿Qué es abuso sexual?
Se considera abuso sexual a cualquier tipo de actividad o contacto sexual, incluida la violación, que se produce sin el consentimiento de ambas partes. El abuso sexual puede incluir actividades sin contacto, como el exhibicionismo (cuando alguien muestra sus partes íntimas) o forzar a mirar imágenes con contenido sexual.
Respuestas que marcan la diferencia
Para la psiquiatra Silvia Ongini, por el impacto que tiene en la subjetividad y en el psiquismo en desarrollo de los niños, el abuso sexual podría equipararse a la tortura. “Esa situación traumática sostenida en el tiempo va a ocasionar daños neurobiológicos, subjetivos y vinculares que se van a expresar en todos los aspectos de su vida”, detalla.
El abuso sexual es una violencia comparable a la tortura porque se sostiene en el tiempo y se arraiga en el vínculo de asimetría de poder. Por eso, el rol del adulto protector es fundamental, ya que de su actitud frente al niño o la niña dependerá que estos puedan contar lo que les pasa o callar para siempre.
Mostrarse enojado, angustiado o usar frases como “¿por qué dejaste que te hiciera eso?”, “¿por qué no te fuiste o le dijiste que no?”, contribuyen al silencio. En cambio, otras como “fuiste muy valiente al contármelo”, “nada de lo que pasó es tu culpa”, “te vamos a ayudar para que esto no vuelva a pasar nunca más”, son respuestas que marcan la diferencia.
“La reacción opuesta es no escuchar, descreer, hacer como que no me dijo nada o quitarle importancia. El impacto de no creerle a la víctima en el fondo la revictimiza y la cristaliza en esa posición, le confirma el lugar de poder del abusador y al mismo tiempo le ratificamos que se lo merece, que tiene la culpa de lo que le pasó”, subraya Ongini.
Además, la especialista agrega que no creerles a las y los jóvenes es uno de los principales obstáculos para ayudarlos, porque va a sostener el abuso y porque además el abusador se apoya en la certeza de que no le van a creer.
¿Por qué cuesta creerles?
Eva Giberti, psicoanalista y reconocida especialista en la temática, considera que aunque hoy existe una mayor conciencia social sobre la problemática del abuso sexual contra niños, niñas y adolescentes, aún es “microscópica al lado de la que sería necesaria”. Reflexiona que todavía los padres y las madres se sorprenden cuando aparece una situación de abuso intrafamiliar.
“Les cuesta darse cuenta que esto que es horroroso, es sin embargo posible. Admitir que un familiar con el que se convive es el responsable del abuso es una de las situaciones más amargas y complejas, que determinan que haya una zona de silencio y distracción, y que se pasen por alto síntomas que sin embargo están advirtiendo que algo raro le pasa al chico o la chica”, detalla Giberti.
Por la naturaleza de la problemática del incesto y del abuso, es una de las temáticas más difíciles de escuchar en los propios hijos. “Hay muchos mecanismos de defensa a nivel social e individual que tratan en un primer momento de negar la situación, de no creerla del todo o de desestimar ciertas cosas. Pero es una realidad que atraviesa todos los sectores sociales y ocurre con mayor frecuencia hacia el interior de los hogares”, dice por su parte Ongini.
“La negación y desmentida de los adultos es un mecanismo que muchos padres tienen, que prefieren no creer. Los niños no mienten más que los adultos, a partir de los tres años ya pueden diferenciar claramente fantasía de realidad y verdad de mentira. Además, ningún niño puede fantasear contenidos que impliquen sexualidad adulta. No solo hay que creerles sino afirmarles que no es su culpa y abrir los canales para que reciban el apoyo que corresponde”, señala la psiquiatra.
“Un secreto entre vos y yo”
Una etapa clave del abuso sexual es la constitución del secreto por parte del abusador . “Si vos hablas no te van a creer”, “la familia se va a destruir”, “mato a tu mamá”, “vos lo querías, lo buscaste”, son algunas de las frases que usan.
“El abuso sexual implica un vínculo que se establece sobre uno previo de confianza o conocimiento, por lo cual está doblemente desprotegida la víctima: hay una asimetría de poder y no tiene posibilidades de defensa”, describe Ongini.
La psiquiatra sostiene que la trama del abuso sexual pone al niño o a la niña en un lugar donde después incluso les puede costar reconocerse como víctimas. “El psicoanalista Leonard Shengold habla de ‘asesinato del alma’ para referirse a las consecuencias traumáticas del abuso sexual en los niños. Lo describe como una combinación de tortura, depravación y lavado de cerebro”, detalla Ongini.
Para los especialistas, es fundamental que los adultos tengamos “ojos y oídos lo suficientemente atentos” para detectar los síntomas que los chicos que van presentando.
Giberti apunta que los cambios de conducta de los niños y niñas que están siendo abusados son “patognomónicos”, es decir, dirigen inmediatamente la atención hacia la alerta. Por otro lado, sostiene que hay que mantenerse muy atento cuando un niño dice que no quiere ir a casa de un vecino o del abuelo, por ejemplo, porque “lo molesta”. “El chico no sabe decir ‘me abusa’. Frente a esa expresión es fundamental estar alerta porque es el sinónimo que encuentra la criatura para decir que le hacen algo que no le gusta, que le resulta chocante en relación con su cuerpo”, señala Giberti.
Algunos de los síntomas descritos por las especialistas son:
- Niños y niñas que siempre se dejaban bañar o jugaban en el baño, de repente se niegan y dicen: “no quiero desvestirme o bañarme”, o no quieren que se les toque el cuerpo.
- Que tengan pesadillas.
- Conductas de aislamiento o ensimismamiento, como por ejemplo que se queden en un rincón sin jugar.
- Juegos sexuales con muñecos.
- Que utilicen palabras impropias del lenguaje de un niño de su edad.
- Que muestren señales de irritación en las partes externas de los genitales o en la zona perianal.
- Manifestaciones emocionales como llantos ante cuestiones aparentemente sin importancia, angustias, enojos desmedidos, miedos que no estaban antes (como separarse de la figura que el niño siente como protectora), miedos que no tenía.
- Regresiones en cuanto a hábitos ya adquiridos, como el control de esfínteres.
- Dibujos que llamen la atención por su contenido.
Según la psiquiatra Irene Intebi, solamente a un 20% de los niños, niñas y adolescentes que empiezan a hablar del tema o intentan develarlo, se les cree.
Las personas jóvenes intentan buscar ayuda, pero esto va a depender de si encuentran del otro lado cierta receptividad para lo que intentan develar y un contexto de seguridad. Las especialistas coinciden que el rol de la educación sexual es clave. “Cualquiera que sea su edad, hay que explicarles a los niños y niñas ‘tu cuerpo es tuyo’, ‘no tenés que dejar que te toquen el pene o la vulva’. Además, es importante hablar con un lenguaje correcto”, reflexiona Giberti.
Ongini concluye: “Una de las cosas más básicas en educación sexual es que respetemos las etapas de los niños, que no los obliguemos por ejemplo a darles un beso a un familiar cuando no quieren, que su ‘no’ sea escuchado y ayudarlos a ellos, a su vez, a escuchar sus propios ‘no’”.
Estimule la confianza en sus hijos
Las madres y padres pueden impedir o disminuir la oportunidad del abuso sexual:
- Diciéndole a los niños: si alguien trata de tocarle el cuerpo y de hacerle cosas que le hacen sentir raro, dile que NO a la persona e ir a contármelo enseguida.
- Enseñándole a los niños que el respeto a los mayores no quiere decir que tienen que obedecer ciegamente a los adultos y a las figuras de autoridad; por ejemplo, no les diga: siempre tiene que hacer todo lo que la maestra o el quien te cuida te mande a hacer.
- Estimulando los programas profesionales del sistema escolar local para la prevención.
Indicadores físicos del abuso sexual
Pueden existir indicadores físicos que muestran que un niño, niña o adolescente ha sido víctima de abuso sexual:
- Infecciones recurrentes en el tracto urinario.
- Enfermedades de transmisión sexual.
- Ropa interior inexplicablemente manchada o rota.
- Sangrados en las partes íntimas.
- Aumento general de trastornos somáticos como: dolores de estómago, cabeza, etc.
- Dolor en el área de la vagina, el pene o el ano.
- Orinarse en la cama (enuresis).
- Brotes o rasguños inexplicables.
- Trastornos de la alimentación.
- Picazón anormal en el pene o la vagina.
- Olor extraño en el área genital.
- Dificultad para caminar o sentarse.
- Vergüenza de su propio cuerpo.
- Comerse las uñas, los dedos, los labios de manera compulsiva.
- Comportamiento obsesivo en relación al sexo.
- Masturbación excesiva.
- Depresión, pensamientos o tentativas de suicidio.
- Sentimientos de disociación, es decir, el o la adolescente tiene la sensación de que se está viendo a sí mismo o misma como en un sueño.