"La mía era una puerta fácil de abrir. Ni siquiera se hacía necesario girar el picaporte. Así hubiera sido cerrada con llave, bastaba con un empujoncito para tener el interior a disposición", relata la escritora salvadoreña Claudia Hernández (1975) en uno de sus escritos.
No obstante, el narrador del cuento no tardó en encontrar inconvenientes: "Dadas las facilidades para entrar, la gente pasaba adelante sin invitación: hombres y mujeres de diferentes edades irrumpían mañana y tarde usando la falta de baños públicos en esta zona como excusa y luego se quedaban para descansar un rato, pasar el tiempo o esperar a alguien con quien habían acordado verse ahí". Esos individuos, surgidos de la fantasía y el humor, son usuales en la obra de Claudia, la cual se ha centrado en recrear las vivencias de una generación que vivió la violencia en su país, buscó nuevos horizontes entre otras fronteras y regresó para asumir nuevos roles.
Por sus cuentos, obtuvo en 1998 el primer honorífico del premio Juan Rulfo y, en 2004, el prestigioso premio "Anna Seghers", en Alemania. La autora de seis libros visitó el país para compartir la mesa con escritores y lectores locales, sobre esa obra suya que es cercana geográficamente pero lejana, porque de ella conocemos poco.
P: Usted afirma que esa generación que protagoniza sus cuentos pasó de ser víctima a victimaria, ¿a qué se refiere con ello?
C: Con mis libros hice una especie de circuito. Los primeros eran acerca de la guerra y la posguerra. Ese era un mundo que ya tenía reglas, que producía una cierta clases de imágenes y de sensaciones a las que debíamos acomodarnos para sobrevivir. Sin embargo, luego estos, que éramos niños, nuestra intención era emigrar, escapar y regresar.
Cuando menos sentías, te habías convertido en adulto y estabas en la silla de los que antes juzgabas, y no éramos mucho mejores que ellos. En condiciones favorables hicimos cosas peores.
P: ¿De dónde surgen estas historias?
Es como acompañar a una persona en un viaje. Lo cuentos no los escribe una persona solo a base de ingenio, sino al seguir a un grupo social. Estoy siguiendo al nuestro: después de rechazar todo lo que habíamos visto, estamos de nuevo en las mismas condiciones.
P: En su último libro Causas Naturales , se ha enfocado en generaciones mayores. ¿Por qué este cambio?
C: Hay grupos desatendidos a los que el marketing o la franja de la popularidad no está alcanzando y estos son nuestro principal interés. Ahora estoy con preocupaciones de gente mayor, probablemente porque me estoy haciendo mayor, y finalmente puedo entenderlos.
P: Y ahora los jóvenes tienen espacios que los mayores no habrían imaginado, en las redes sociales, por ejemplo.
C: Sí, ahora no tienen espacio para el silencio, ni para los secretos. (Ríe). Tienen esa noción de comunidad que es tan bonito y que era lo que mantenía a la literatura antigua. Nos vamos pareciendo cada vez más a lo de antes.
P: Usted tiene estudios en derecho pero se dedicó a la literatura ¿Cómo empieza la Claudia escritora?
C: No me di cuenta, creo que todo comienza por la envidia. Estas leyendo y en contacto con escritores y de pronto es como cuando vas de visita a la casa de alguien: hay adornos y juguetes que uno no puede evitar tocar aunque te estén diciendo que eso no se hace.
No hay un momento que recuerde, sino que fueron una suma de condiciones que se van mezclando: cuando te das cuenta de que las historias que lees en los libros también son posibles en la cotidianidad, La lectura de clásicos te puede ilusionar pero la que termina dándote el empujón es la lectura de los locales.
P: Al leer sus cuentos, uno nota que hay muchísimo humor, ¿para qué sirve este en la literatura?
C: Para sobrevivir. A veces pasas cosas tan duras que no hay otra forma u otra clave más gentil que la del humor. Una vez escuché una frase que me sonó bárbara: una tragedia es en sí misma y no hay que hacer de eso un drama.
Cuando se tiene un elemento o una situación en condiciones humanas tan fuertes no se necesita ni tener talento, ni hacer 10 mil malabares para que la historia funcione.