Al empezar a recibir pacientes en el Instituto de Alcoholismo y Farmacodependencia (IAFA), el doctor Allan Fernández comenzó a comprender que existen –sin caer en el reduccionismo– dos tipos de pacientes: los que todavía están en luna de miel con la droga porque apenas la están conociendo y los que la odian y quieren dejarla. De una a la otra hay muchos grises.
La luna de miel se vive en las primeras semanas o meses. Los adolescentes que comienzan a fumar marihuana, por ejemplo, pocas veces asisten a consulta por voluntad propia. Usualmente, asisten al sicólogo obligados por sus padres o por alguna institución estatal pero con poca apertura para aceptar que están cayendo en un vicio. Usualmente, creen que lo pueden controlar.
“Cuando las personas me llegaban con que recién venían entrando en la relación con la droga, las cosas estaban tan bien para ellos que no tenía demasiado sentido divorciarse de algo que les generaba tanto placer”. Estas personas están convencidas de que pueden controlar a la droga y es poco probable que quieran cambiar su forma de vida.
Pocas veces se observa algún avance cuando la persona se siente obligada a dejar de consumir. “Si lo está haciendo por la mamá, por la hermana o por los hijos, el resultado no es verdadero”, indica.
“El acto de conciencia es determinante para dejar un vicio”. La motivación es clave para que una persona se mantenga en el tratamiento para dejar las drogas, pero pocas veces influye en la toma de la decisión para salir de ellas.
Cuando una persona visita a un sicólogo para que le ayude a dejar un vicio pero no espera que se logre algún resultado (porque no están convencidos de que hay algo malo en esa adicción) pocas veces se obtiene alguna respuesta positiva de la terapia.
“Cuando las personas llegan solas a la consulta (sin que nadie los traiga), el proceso terapéutico es mucho más eficiente”, detalla el especialista en neurosicología. Eso sucede cuando los problemas externos hacen eco en su mundo interior: cuando se dan cuenta de que en realidad no están controlando a la droga sino que la droga los está controlando a ellos.
Efectos biológicos
Los vicios no son solo una cuestión sicológica. La marihuana, por ejemplo, surte un efecto relajante en los músculos que aumenta con la sugestión y la predisposición a relajarse del sujeto. La cocaína se vuelve necesaria para sentir euforia y energía extrema. El éxtasis, para desinhibir los sentidos.
Por eso existen las desintoxicaciones. El primer día, el cuerpo pide la droga tan fuertemente que muchas personas son capaces de escaparse de los centros de rehabilitación, incluso pasando por en medio de alambres de púas o tirándose de muros altísimos.
El proceso suele ser lento y doloroso. El problema, indica Fernández, es que la familia de la persona que sufre la adicción tiene una urgencia desmedida de sacarlo del túnel y el adicto tiene una urgencia desmedida por la droga y no por salir de ella.
Pretender que un adolescente asistirá a consulta y al día siguiente ya no fumará marihuana es como pensar que de una tetera puede salir un genio. No hay tal cosa.
El apoyo de la familia es determinante en la etapa posterior a la desintoxicación. Culpar a quienes están superando una adicción por los gastos económicos en que incurrieron para ayudarle o por los conflictos internos que sufrieron es una manera de sabotear el proceso y hasta empujarlo de nuevo hacia la adicción.
Muchas veces, los padres también necesitan la orientación del sicólogo de manera paralela a la atención que se le brinda a sus hijos.
Fuentes: Dr. Allan Fernández, neurosicólogo. (Tel.: 8712 4716). Agencia SINC (www.agenciasinc.com)