Cabecera del cantón de Coto Brus. Pueblo de montañas infinitas y cielo azul. Hogar de etnias diversas y de historias.
Se pasan ríos y pequeños pueblos encriptados entre árboles, cultivos y colinas. Las casitas tienen colores desteñidos por el tiempo. Cada cuanto se ve un cementerio con flores marchitas. Se transita por un Pérez Zeledón cada vez más cosmopolita. Luego otra vez se ven los pueblos, las calles de lastre que conducen hacia lugares inciertos, un río Térraba alimentado por la lluvia reciente.
Después se llega a un cruce decisivo. Un rótulo verde dice Paso Real y señala el camino hacia San Vito. Mano izquierda y 46.3 kilómetros más. Y se ve cada vez más verde. A unos 40 minutos está el primer desvío importante.
Parque Internacional La Amistad
Nos desviamos en una de las calles de lastre y teníamos como destino la Estación Biológica de Altamira. El camino está en buen estado, vehículos de cualquier tamaño pueden transitar. Alrededor se ven ranchos hechos de paja y caña brava, de los tendederos guindan vestidos tradicionales ngöbes. Una hora después del desvío llegamos a Biolley.
Ya es de noche y en el cielo se ve la Osa Mayor y se ve el escudo y la espada de Orión. Constelaciones enteras, porque en Biolley hay montaña y no hay luces de ciudad. Encontrar un lugar para dormir se nos complica. Bajamos a El Carmen, el pueblo más cercano, y alquilamos una cabina a Doña Mari, una mujer que cocina papas con carne mientras nos habla de la vida silenciosa y taciturna del lugar.
Entonces comemos papas y luego vamos a dormir. Los grillos se escuchan más fuerte que nunca. Y luego llegan los cantos de cientos, o miles de aves, anunciando el amanecer. Es hora de subir a la Estación, una de las cuatro que existen para llegar hasta el Parque Internacional La Amistad.
Las otras están cerca y llevan a otros senderos. Tres Colinas es una, el sendero principal llega hasta el Cerro de Kamuk, una gira de aproximadamente tres días. Otra es la Estación Pittier, que llega hasta territorio panameño. Después está Santa María, que lleva al cerro Cabécar. Y Altamira, que tiene dos senderos principales: Gigantes del Bosque que dura aproximadamente una hora y equivale a 1.5 kilómetros; el otro es el del Valle del Silencio, un sendero de 13.5 kilómetros y de seis horas de caminata. Al llegar al valle se puede dormir en el albergue del lugar.
En cualquiera de los recorridos se puede observar una gran cantidad de especies. Flora y fauna por doquier. Se ven los trillos que dibujó una danta en la montaña. Se ve un árbol que es hogar de cientos de aves de colores. Se ven las maravillas que habitan el área silvestre protegida más grande del país. Y de Centroamérica.
Mensulí: Etnoturismo
Camino a San Vito hacemos una segunda parada. Otro desvío. Primero vemos una escultura de una mujer ngöbe y una invitación en español y ngöbere para entrar al lugar. Reserva La Casona, dice. Quince minutos después estamos ahí. Cruzamos un puente colgante y visitamos la casa de doña Carmen, doña Martina y la de Laureano. Los tres nos cuentan sobre Mensulí, un proyecto turístico que iniciaron hace unos meses y para el que fue necesario reunir a la comunidad entera.
Entonces se organizaron. Algunas mujeres cocinan comida tradicional: sopa de pollo, arroz con frijoles de palo, cacao y picadillo de rabo de mono (una planta del lugar). Los más jóvenes danzan. Algunos hombres son guías y llevan a los turistas por un sendero en la montaña mientras les cuentan leyendas de su cultura. También los llevan por un sendero de plantas medicinales y explican sus usos y beneficios.
Otros indígenas crean artesanías que luego colocan en una pequeña tienda que improvisaron en la entrada de la reserva. Laureano cose ropa, junto a un grupo mujeres crea variaciones del vestido tradicional ngöbe para lograr diseños más contemporáneos pero que tengan como sello su cultura. Este proyecto es una oportunidad para que el pueblo ngöbe conserve su identidad, su lengua y sus tradiciones.