Puntarenas. Durante la marea baja, los restos chamuscados de El Bucanero aparecen como fantasma en el estero de esta ciudad.
No lejos de allí, el O’gloria, – otro barco camaronero de casco metálico – sigue sumergido frente al muelle de la empresa privada Kiney Marú.
A lo lejos, en un playón, quedaron solitarios los restos quemados del pesquero Aleta 7. Desde el 7 de abril, el estero se convirtió en un cementerio de barcos.
Más de 30 embarcaciones fueron consumidas ese día por una deflagración desatada en la Base Naval de Puntarenas.
Pesqueros en llamas empujados por el viento llevaron la emergencia a otros muelles.
El siniestro dejó mucho más que pérdidas materiales: cerca de un centenar de pescadores quedaron sin empleo.
La mayoría vaga por el casco central de la ciudad en procura de trabajos ocasionales... o alguna caridad, según reconocieron.
Tripulaciones enteras (entre pescadores, mecánicos y capitanes) viven la mayor desgracia de sus vidas. Están “a la deriva”.
“La emergencia nos agarró en un mal momento. La pesca está atravesando el peor momento de su historia por la falta de pescado y por lo mal que se coloca.
“Para muchas personas, esto (el incendio) fue el fin de su negocio y un cambio de vida drástico”, lamentó Francisco Elizondo, administrador del muelle PMT.
Sin aliento. Esa compañía sufrió daños en un 30% de la estructura, al tiempo que perdió dos de sus barcos, entre estos el Aleta 5. Ellos calculan las pérdidas en unos ¢200 millones.
“Hay pescadores penando. Con nosotros, dos tripulaciones (de cinco hombres, cada una) quedaron cesantes. Aquí vienen a ver si sale algo, pero yo no tengo en qué ponerlos a trabajar.
“Constantemente llamo a otros puertos para ver si los pueden poner a descargar pescado para que se ganen algo. Es una lucha día a día”, agregó Elizondo.
El Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS) ofreció a las familias afectadas dos mensualidades de ¢75.000, pero el dinero aún no llega.
Jesús Alberto Castillo Hernández, conocido como Zurdo, aprendió a pescar en la isla Caballo, del golfo de Nicoya, a los seis años.
Desde entonces el mar ha sido su vida. A sus 52 años, para él no hay trabajo. Este vecino de Riojalandia, Puntarenas, era parte de la tripulación del barco Vizcaya, uno de los afectados por el fuego.
“La he pellejeado (sobrevive) con trabajos ocasionales: vuelo machete, arreglo cercas... no todos lo días encuentro qué hacer.
“A veces me voy con una bolsita a pedirle pescado a mis conocidos; alguito traigo a casa. La situación es demasiado dura”, expresó.
De rasgos ligeramente orientales, este marinero asegura sentirse “decepcionado de sí mismo” por depender de la pesca.
“Uno no sabe hacer otra cosa”, reconoció. De su salario dependen su esposa, dos hijas y un nieto.
Algunas noches ha salido a pescar con cuerda en una panga, “pero al final no logro hacer ni ¢1.000”.
“Más bien uno queda debiendo la gasolina”, contó.
No lejos de allí, Eduardo Marchena Marchena – otro pescador – ve pasar las horas frente a su casa pues nadie le da trabajo.
Varado. “Desde el incendio, no me he ganado ni un cinco. De vez en cuando voy a descargar pescado y algo me regalan. A cada muelle llegan por día 15 ó 20 pescadores a preguntar si hay trabajo.
“Todo el mundo llega a pulsearla. Hay mucha competencia. Uno se siente mal”, manifestó Marchena.
A Luis Moscosa, del muelle privado Kiney Maru, le duele rechazar a los pescadores desempleados. “La primera semana los pusimos a pintar para que se ganaran algo; ahora todos están en sus casas.
“Uno les ha tomado cariño. Llaman para preguntar si hay algo, pero no tenemos nada”, dijo.
Esa compañía perdió dos de sus tres barcos. Solo sobrevivió el Luwena , curiosamente el barco que en julio pasado transportó la Virgen del Mar durante la procesión.
El trabajo también es escaso porque las compañías han reducido sus flotas.
“Hace unos 10 años trabajaban 105 barcos camaroneros; en la actualidad quedan unos 30.
“A los empresarios les afectó el aumento del diésel. Para todos nosotros no es bueno estar sin trabajo”, expresó Eduardo Marchena.