El viernes 2 de julio de 1965, la página 21 del periódico La Nación estaba dedicada a explicar una de las peores tragedias viales que afectó a Costa Rica durante el siglo XX. Una, por cierto, que no ocurrió en nuestro país.
Solo unos días antes, el 29 de junio, un bus Chevrolet Blue Bird, placa PB 19, rodaba por la ruta San Marcos de Colón, en Honduras. El vehículo, propiedad de la empresa Servicios de Autobuses de Puntarenas, recién había dejado atrás el cerro de El Chinchayote, cerca de la frontera con Nicaragua, cuando un ruido fuerte alertó a su chofer, Antonio Nacarado.
Nacarado y su ayudante, el mecánico Carlos Luis López, sabían que algo andaba mal. No podían imaginar la magnitud de lo que estaba a punto de ocurrir. El bus bajaba por una pendiente y el conductor poco a poco perdía control del armatoste. De pronto, el camino dio un giro violento; el bus, en cambio, siguió recto, al precipicio.
El recuento posterior sería tan nefasto como doloroso: 31 fallecidos, en cuenta 15 adultos y 16 estudiantes de la Escuela de Gimnasia y Danza Coralia de Romero y del Conservatorio Castella; casi todos eran costarricenses.
Un lamento constante
La tragedia de Choluteca es, a la fecha, uno de los accidentes viales más mortales que hayan afectado a nuestro país, pero dista de ser el único.
A lo largo de sus 70 años, las páginas de La Nación han narrado, una y otra vez, historias lamentables de vidas truncadas, de forma violenta, en el asfalto.
Uno podría pasar página por página del archivo del diario, empezando por hoy mismo y de forma retrospectiva hasta llegar a la primera edición, en octubre de 1946, y encontraría una constante: las fotos pierden color, pero las calles nunca dejaron de cobrar vidas.
Ninguna, eso sí, fue peor que la ocurrida durante la mañana del 13 de setiembre de 1975.
La peor mañana
“Duelo nacional”, titulaba la portada de La Nación del domingo 14, “50 muertos, la peor tragedia del año”.
La afirmación se quedaba corta: el accidente de La Angostura, en Puntarenas, persistiría en la memoria histórica del país como uno de los más catastróficos del siglo y, todavía hoy, el nombre del sector donde ocurrió evoca lamentos de muerte.
El autobús placa PB-358 viajaba, repleto de pasajeros, ofreciendo un servicio interurbano en la provincia costera. Un súbito desperfecto en su llanta derecha hizo que el chofer perdiera el control del vehículo, que se precipitó en el estero, a una profundidad de cuatro metros.
El agua que llenó la cabina ahogó a las víctimas.
“En el accidente perecieron 11 hombres, 22 mujeres, 6 niñas y 10 niños”, informó entonces el diario, que además detalló que los actos fúnebres de las víctimas se llevarían a cabo en la mañana del lunes 15.
Centenares de personas acudieron a los funerales, en una solemne demostración de duelo de la ciudad puntarenense y, en suma, de un país golpeado por las vidas perdidas.
Otro elemento particular se destacaba en las notas publicadas por La Nación en los días posteriores a la tragedia: el chofer del autobús, quien no resultó herido, era Antonio Nacarado, el mismo que conducía el bus que se accidentó, una década antes, en Choluteca, Honduras.
La vida de Nacarado, marcada para siempre por las dos tragedias de las que salió ileso –mientras decenas de familias a su alrededor lamentaban la muerte de los suyos–, quedó registrada en el libro El signo de un chofer , de Hugo Solís, publicado en el 2009; en esa obra, se cuenta con amplitud de detalles, la forma en que ambos accidentes ocurrieron y las acciones que el propio Nacarado tomó para intentar contrarrestar los impactos.
Dos años después del accidente de La Angostura, La Nación publicó la noticia que, de acuerdo con El signo de un chofer , alivió al menos en parte el corazón de Nacarado: el Tribunal Superior de Alajuela determinó su inocencia en los sucesos.
Repetir sin corregir
Recién el 20 de octubre del año pasado, otro vuelco de un bus volvió a sumir a Costa Rica en días de luto. Una docena de personas fallecieron luego de que el vehículo en el que viajaban tuviera una falla mecánica y cayera a un guindo de 40 metros en Cinchona de Alajuela.
En el autobus viajaba un grupo de pensionados de la Universidad Nacional, la Universidad de Costa Rica y el Instituto Tecnológico, quienes formaban parte de la Asociación de Funcionarios Universitarios Pensionados y se dirigían a Guatuso, en la zona norte, a un convivio en la Reserva Indígena Makeku, según informó La Nación .
A diferencia de las tragedias ocurridas en décadas previas repasadas en este artículo, el accidente de Cinchona tuvo una cobertura adecuada a las necesidades actuales del consumo de la información.
Es decir, que fueron necesarias actualizaciones constantes en Internet, fotografías y videos tomados en el lugar de los hechos y otros complementos a la información principal.
El desplazamiento de distintas unidades de la Cruz Roja de Alajuela, Heredia y San Carlos hacia el lugar de la emergencia permitió rescatar a varios sobrevivientes, quienes fueron trasladados a distintos centros médicos por vías terrestres e incluso aéreas.
La Nación cubrió la llegada de varios helicópteros al hospital México, en La Uruca, donde se dio ingreso a algunos de los pacientes más delicados como resultado del accidente.
Durante los días posteriores, habría una vigilancia cercana al estado de salud de los sobrevivientes; además, se haría eco de las necesidades de donaciones de sangre.
Sin embargo, aunque es cierto que La Nación se ha adaptado a las necesidades para brindar una mejor cobertura de los accidentes en nuestras calles, otra verdad se asoma de forma contundente: poco importa el contexto histórico, nuestras calles siguen siendo un lugar peligroso, una constante tumba en potencia.