Sola en la inmensidad de la montaña. Politraumatizada y a expensas del viento, la niebla, la lluvia, el frío y los animales salvajes. Así resistió durante horas la guía turística Paola de los Ángeles Amador Segura, de 31 años, luego de que la aeronave en la que viajaba se estrellara contra un cerro a más de 2.000 metros sobre el nivel del mar, en el límite cantonal entre Escazú y Santa Ana.
La joven mamá de dos niñas, vecina de Tarbaca, en Aserrí, fue la única sobreviviente del accidente aéreo que este lunes enlutó al país y que cobró la vida de sus cinco compañeros de viaje: dos pilotos, dos compañeros de la agencia Horizontes Nature Tours y un empresario con hoteles en Tortuguero, Limón.
Los rescatistas que llegaron hasta la a aeronave siniestrada confirmaron que el monomotor Cessna 206, matrícula TI-GER, estaba completamente destruido, con daños en las alas y la cola desprendida. Sin embargo, solo un pequeño espacio de la cabina quedó intacto: el asiento detrás de la copilota, donde viajaba Paola.
Por el contrario, cuerpos de los otros ocupantes quedaron desperdigados a varios metros. Se trataba del piloto Mario Miranda Ramírez (40 años); la copilota Ruth Mora Chavarría (26); el empresario Enrique Arturo Castillo Incera, de 56 años y los colegas de Paola en Horizontes Nature Tours: Gabriela López-Calleja Montealegre, de 64 años y Jean Franco Segura Prendas, de 28 años. Este era el primer viaje en avioneta de Jean Franco.
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Paola y sus compañeros de viaje habían abordado el monomotor fabricado en 1977 poco antes del mediodía, después de un fin de semana de trabajo en la zona turística de Tortuguero, en el Caribe Sur. Tenían previsto aterrizar en el aeropuerto Tobías Bolaños, en Pavas, 30 minutos después. Sin embargo, la terminal josefina estaba cerrada por problemas de visibilidad y el piloto recibió indicaciones de aterrizar en el aeropuerto internacional Juan Santamaría, en Alajuela.
Cuando ya estaba en el espacio aéreo del radar del Santamaría, a las 12:28 p. m. la comunicación con el Cessna 206 se perdió. Según los últimos datos grabados en la conversación con la controladora aérea, volaban a 7.000 pies (2.133 metros), en una zona montañosa conocida como Cerros de Escazú, ubicada al suroeste de San José. Se trata de una cadena montañosa donde están los cerros Cedral (2.420 m), Rabo de Mico (2.428 m), Pico Blanco (2.271 m) y Pico Alto (2.353 m). También el San Miguel (2.035 m) donde está la Cruz de Alajuelita.
La controladora de tráfico aéreo le había impedido al piloto que siguiera descendiendo y advirtió que solo estaban autorizados los vuelos por instrumentos hacia el aeropuerto internacional Juan Santamaría, pues las condiciones de visibilidad en esa zona eran reducidas. Aún así, Miranda aseguró que tenía ”condiciones visuales completas”. Lo que ocurrió después está en manos de la Dirección General de Aviación Civil, que ya abrió una investigación por el accidente y requirió toda la documentación de la aeronave a la empresa propietaria, Aero Caribe Air Charter. También analizará grabaciones tanto de comunicaciones como de la pantalla radar, las cuales determinarán las causas del siniestro de este lunes.
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Desde las 12:28 p. m. Paola quedó sola, en una montaña entre los cerros Rabo de Mico, Pico Alto y Pico Blanco, precisó Jim Batres Rodríguez, subgerente de Operaciones de la Cruz Roja. La niebla rodeó la aeronave y la temperatura en esa zona descendió hasta 12.° Celsius, según los reportes del Instituto Meteorológico Nacional (IMN).
Allí se mantuvo inmóvil, ocho horas, en medio de árboles y de los cuerpos de sus acompañantes de viaje. A las 8:45 p. m. dos baquianos se acercaron a la cola de la aeronave y uno de ellos gritó “Holaaaa”. Al fondo se escuchó con claridad el grito de “¡Ayuda!” de Paola, la mayor de los tres hijos de Pablo Amador Mora. Horas antes, residente de Tarbaca, Aserrí, a 14 kilómetros del sitio del siniestro, había escuchado cómo los motores de la avioneta en que viajaba su hija perdían fuerza antes de estrellarse.
A esa hora de la noche, con viento y lluvia, decenas de cruzrojistas, bomberos, baquianos y agentes de Fuerza Pública confirmaron que no había más sobrevivientes y un pequeño grupo se encargó de estabilizar a Paola, que estaba consciente, orientada y podía responder a los comandos de los rescatistas e incluso dio el teléfono para que avisaran a su familia que estaba con vida.
Luego siguieron otras nueve horas de viaje en la oscuridad. A Paola la colocaron en una camilla y los socorristas se turnaban para transportarla por una empinada zona boscosa donde viven pumas y coyotes y con el suelo convertido en barro por las lluvias intensas de las últimas semanas. Con la luz del amanecer de este martes, a las 6:09 a. m. llegaron a una trocha donde los esperaba un vehículo 4x4, y luego el trasbordo a una ambulancia de soporte avanzado que la trasladó urgente al Hospital San Juan de Dios, en la capital. Habían pasado casi 18 horas desde el impacto contra los árboles.
Si la guía turística hubiese permanecido más horas en la montaña, la hipotermia “habría podido matarla”, aseguró Bryan Cascante, otro de los baquianos que la escuchó pedir auxilio.
A su arribo al centro médico, se confirmó que sufrió escoriaciones, contusiones, moretes y traumas en las extremidades. “Está supergolpeada eso sí. Pero, de momento, no se documenta una lesión que comprometa su vida de acuerdo con la evaluación inicial”, confirmó el médico Miguel Ángel Villalobos, jefe del servicio de Emergencias.
Aunque aún faltan los resultados de ultrasonidos, tomografías, placas convencionales, y un hemograma y química sanguínea para tener una evaluación completa, el médico sostiene que “definitivamente hubo intervención divina”, pues Paola sobrevivió al impacto, a la soledad de la montaña y al largo camino de regreso a casa. Un camino que apenas empieza.
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Colaboraron en esta información: Hugo Solano, Yiren Altamirano, Fátima Jiménez, Juan Fernando Lara, Natasha Cambronero, Ángela Ávalos, Michelle Campos, Roger Bolaños, Kevin Ruiz y Rónald Matute.