El pasado martes, como cualquier otro día lectivo, el conserje Juan Ortiz Rivera ayudaba a bajarse a los estudiantes que llegaban en vehículo al Centro Educativo María Inmaculada, en Limón, cuando un Toyota Land Cruiser ingresó al centro educativo para dejar a una pequeña de ocho años.
Ortiz Rivera, de 67 años, se acercó para sujetar el bulto de la menor cuando una repentina ráfaga de fusiles automáticos AK-47 y AR-15 convirtió el parqueo de la escuela en un caos. En una maniobra instintiva, don Juan logró proteger a la niña y a su madre de la refriega, pero recibió un disparo en la cabeza.
Mientras el conserje caía mortalmente herido al suelo, los sicarios completaban su sangrienta misión al acabar con la vida de Ronny José Dobrosky, padre de la menor y quien tenía antecedentes por droga.
Treinta horas después del tiroteo, don Juan falleció este miércoles poco después del mediodía. Su familia había recibido una llamada del Hospital Calderón Guardia para que fueran a desperdirse de él porque tenía muerte neurológica, pero no les dio tiempo de llegar
Hoy, sus seres queridos, así como los alumnos y el personal docente del María Innaculada, lloran la trágica partida de una víctima colateral de la violencia que azota a Limón.
“La crueldad hace estragos y genera víctimas inocentes. Una de ellas es mi hermano, a quien le dispararon mientras cumplía con su deber. Hay mucha violencia”, se lamentó doña Mayela Ortiz, quien es vecina de Cieneguita en Limón.
Ella contó que su hermano laboró por 13 años en ese centro educativo privado y que luego de pensionarse siguió colaborando, pues gozaba del cariño de las monjas y de los demás funcionarios, debido a su espíritu colaborador y alegre.
“Amaba su trabajo”
Además de recibir a los niños a la entrada de la escuela, don Juan Ortiz Rivera se encargaba de labores de limpieza y de cuidado de las zonas verdes.
Mayela Ortiz relató que otro hermano, Manuel, le había dicho que descansara, pero él se negó porque le gustaba mucho su trabajo, tanto así que se levantaba a las 3:30 a. m. y a las 5 a. m. salía a pie hacia el centro educativo que le quedaban cerca. Era muy puntual, muy responsable y amaba su trabajo, contó la mujer.
“Él se ganó el cariño de todos los niños a quienes siempre ayudaba apenas llegaban los carros al parqueo. Los chiquitos lo querían mucho y están muy afectados por lo ocurrido. Ellos lo conocían como Fuerza”, acotó.
Antes de laborar en el colegio lo hizo como operario en la fábrica Envaco, donde producen cartón corrugado, luego vino una reorganización y se dedicó a trabajos ocasionales.
Comenzó a trabajar muy joven. Estudió solo la primaria, luego se casó y procreó tres hijos y era abuelo de dos nietos. Nació y vivió en Limón, por lo que era muy conocido, pues era muy alegre y solía conversar en el camino a su trabajo sobre el Deportivo Saprissa, equipo del que era seguidor.
“A él le gustaban mucho las cosas de maíz y conseguía sacos de elotes para hacer tamal asado y otros productos. Su característica principal era la humildad. Para diciembre era el primero en cooperar para hacer los tamales”, recordó la hermana.
Don Juan cumplió años el pasado domingo. Doña Mayela recuerda que ese fue el último día que lo vio con vida, pues llegó a saludarla a ella y a su mamá, luego de que su hermano Manuel lo invitara a almorzar en un restaurante en Piuta.
Él era el segundo de nueve hermanos, era muy hogareño. La familia está conmovida, pero su mamá que tiene 93 años es la mas afectada por lo ocurrido.
Víctimas inocentes
Los tiroteos repentinos, principalmente originados por rivalidad y disputas de bandas narcotraficantes, así como por grupos de asaltantes, son hechos recurrentes que cada año cobran vidas inocentes de personas de todas las edades.
Para el 2015, el OIJ contabilizaba 14 casos donde las personas baleadas no eran el blanco de los gatilleros, quienes disparan a mansalva sin importarles la hora, el lugar ni el entorno.
El 27 de julio del 2019, Yoselyn Mata Cubero, de 26 años, quien laboraba en Recursos Humanos, fue víctima inocente de una balacera en el proyecto habitacional Manuel de Jesús Jiménez, en Aguacaliente de Cartago.
Ella iba en carro con sus padres, de vuelta a su casa, cuando recibió un proyectil en la cabeza. Murió al día siguiente en el Hospital Max Peralta.
Al año siguiente, el 1.° de febrero del 2020, en Paraíso de Cartago una adulta mayor que realizaba mandados a las 8 p. m. fue alcanzada por una bala en el estómago. Se trató de Josefina Gamboa Martínez, de 76 años, quien falleció al día siguiente.
El ataque iba dirigido a un sujeto, de apellido Orozco, de 26 años, quien también fue impactado, pero no de gravedad.
El 15 de mayo del año pasado, en Cariari de Pococí, una joven madre perdió la vida al proteger a su hija de dos años, luego de que asaltantes de un remesero abrieron fuego a plena luz del día en una zona comercial.
Esa vez murió Sharon Lissette Hernández Alpízar, de 19 años, quien estaba a punto de graduarse como asistente de preescolar.
Más recientemente, el pasado 21 de febrero, en Santa Cruz de Guanacaste, Jonathan Mesén Jiménez, de 39 años, murió en un tiroteo en vía públilca donde también falleció un hombre que conversaba con él, José Luis Hernández, quien que se dedicaba a pegar cerámica y al parecer no era el objetivo de los gatilleros.
El 8 de abril, en Esparza, ocurrió un caso similar, donde desconocidos abordaron un taxi y se dirigieron a un búnker donde mataron al colombiano Jonathan Pérez Amesquita, de 28 años.
Luego del asesinato, los gatilleros habrían obligado al taxista Wálter Ugalde Calvo, de 37 años, a huir por la ruta que comunica Caldera y San José; pero cuando iban por Coyolar de Orotina detuvieron el carro y le dispararon cuatro veces al chofer, quien falleció cuando lo atendían en el Hospital de Puntarenas.