Angie Peraza Fernández, una de las tres saloneras del restaurante y casino White House, localizado donde hoy queda Fogo Rodicio, en San Antonio de Escazú, afirma que ha sabido levantarse de las peores circunstancias. Trece años después recuerda cómo logró sobrevivir a aquella noche de terror cuando dos hombres las sometieron a ella y a dos compañeras a robo y violación y hasta pretendieron asesinarlas a todas.
A Angie Peraza le dispararon dos veces en la cabeza y la creyeron muerta; la dejaron tirada en un terreno baldío, pero ella se levantó para sobrevivir. Debió ser sometida a múltiples cirugías para que le reconstruyeran su mejilla y un párpado, aunque perdió la vista del ojo derecho, el olfato y el gusto.
Casi a la medianoche del lunes 27 de octubre del 2008, Angie y las hermanas Arelis y Yerlin Marín Salazar salieron en vehículo de su trabajo. Apenas habían avanzado 200 metros cuando fueron interceptadas por otro carro en una calle solitaria. Les cerraron el paso y, cuando Arelis, la conductora, quiso huir en reversa, los disparos de los captores la hicieron desistir.
Ahí comenzó un hecho tan violento que a uno de los asaltantes le dictaron 193 años de cárcel y al otro, 179, en un juicio cuya sentencia se leyó el 13 de octubre del 2019 en la sala 12 de los Tribunales de San José, donde el Tribunal Penal de Pavas desarrolló el debate.
Los homicidas, Christian Mora Cantillano y Juan Carlos Mena Jiménez, descuentan la pena máxima en el complejo La Reforma, en San Rafael de Alajuela. Se les condenó por homicidio, violación, abuso sexual, tentativas de homicidio, privación de libertad y robo agravado.
“Recuerdo que el casino estaba decorado por el día de Halloween; habían hecho una pequeña casa de sustos para la ocasión”, dijo Angie al iniciar el relato sobre cómo han transcurrido estos años.
Ella vive en Orotina de Alajuela, junto a una hija de dos años, y su mascota, un french poodle llamado Cony. Su otra hija, Tamara, de 21 años, vive aparte con su compañero sentimental.
“Soy una persona que sabe levantarse de las peores circunstancias”, afirma esta mujer de 38 años, quien tenía 25 cuando enfrentó aquella horrible noche que, en cuestión de tres horas, cambió radicalmente su vida y la de Arelis Marín, la otra sobreviviente. Yerlin Marín, de 24 años, fue asesinada. Ellas laboraban de 6 p. m. a 1 a. m. en el casino del hotel White House.
Angie viajaba con las hermanas Marín porque la dejaban prácticamente frente a su casa, en la Uruca, donde residía con su segundo esposo y su hija mayor que, en ese entonces, tenía ocho años. Dice que aún conserva su amistad con Arelis Marín y que se comunican por teléfono al menos una vez al año. Arelis se graduó como enfermera, tiene 41 años y es madre de dos hijos.
En su declaración durante el juicio, Angie Peraza recuerda que, cuando las interceptaron, todo fue tan rápido que dos de ellas ni siquiera pudieron bajar el bolso del Toyota Echo de Arelis, pues los sujetos se les atravesaron, bajaron, dispararon, las sacaron del carro y, entre violentos gritos, las pasaron al Hyundai Accent en que viajaban ellos y que conducía Christian Mora.
En medio de la conmoción, Angie sentía que se trataba de un asalto, pues a pocos kilómetros del lugar, los sujetos las despojaron de las joyas y estaban enojados por las dos carteras y una computadora portátil que quedaron en el carro asaltado. A raíz de ese olvido, ambos hombres discutieron entre sí. Como represalia, las amenazaban con desnudarlas y dejarlas tiradas en León XIII. Luego, comenzaron a hablar de llevarlas a un motel. Las invadió un gran temor, durante los primeros minutos de la madrugada del 28 de octubre.
Angie dice que ella rezaba, mientras los sujetos hablaban obscenidades. Mena sometió a Yerlin Marín a los primeros abusos durante el trayecto. En el camino, los asaltantes acordaron que el conductor se quedaría con Arelis, mientras que Mena, quien portaba el arma de fuego, con Yerlin. Al oír que a ella no la llevarían al motel, Angie se resignó a morir.
Bajo amenaza de muerte, los sujetos obligaron a Yerlin a abrir el bolso y a darles la clave de una tarjeta de débito que llevaba. Así obtuvieron los $200 que ella tenía en esa cuenta. Luego, pasaron a una gasolinera por combustible y de ahí partieron al motel El Dorado, en Heredia, donde abusaron de las hermanas Marín y las violaron entre la 1:30 a. m. y las 2:30 a. m.
La creyeron muerta
Antes de entrar al motel, los delincuentes tenían que deshacerse de Angie Peraza. Para no dejar testigos, acordaron asesinarla, por lo que fueron a San Francisco de Heredia.
El conductor se detuvo frente a un lote baldío y gritó “aquí”. Juan Carlos Mena Jiménez se bajó, sacó a Angie Peraza del asiento trasero, la hincó y le disparó dos veces en la cabeza. Creyéndola muerta, volvió al carro y huyeron a toda prisa con las hermanas Marín.
Angie dijo que, al sentir los disparos, trató de forzar su cuerpo para no moverse y que Mena no le disparara más. Por su parte, en el carro, el conductor le recriminó a Mena por qué había gastado dos balas. Él le contestó que el cuerpo quedó moviéndose y quiso asegurarse con otro impacto.
El carro se fue. Angie trató de concentrarse en lo que estaba pasando y buscó luz, pero no la había. Sentía que se ahogaba con la sangre que salía por su nariz y boca; tosía y escupía, veía muy poco, sentía dolor de cabeza y no sabía qué le había pasado a raíz de los balazos.
Al saberse viva, pensaba en que alguien pudiera encontrarla. Vio una puerta y portones, y trató de levantarse. A como pudo, caminó hasta allí. En el portón de una casa, pidió ayuda, pero nadie la oía. Ella gritaba, luego empezó a vomitar y pensó que iba a morir.
Como a los 100 metros, en otra casa, una señora le abrió. Ella le dijo que fue asaltada y que le dispararon. La señora llamó a la Policía Municipal y al 9-1-1.
Aunque contó a quienes la socorrieron lo ocurrido, esas personas no sabían si creer o no su historia. Ella insistía en que corrieran por ayuda, porque a sus amigas se las llevaron a un motel y las iban a matar.
En ambulancia, la llevaron de urgencia al Hospital San Vicente de Paúl, donde la estabilizaron y, a los pocos minutos, la trasladaron al Hospital México, por la gravedad de las heridas.
Tres días después, mientras estaba hospitalizada, supo que Yerlin había muerto, al escucharlo en un televisor que estaba en los pasillos del centro médico.
Luego se supo que Yerlin fue asesinada en un lote baldío cerca de la entrada a la discoteca Rumba, en Escobal de San Antonio de Belén. Tenía dos disparos en la cabeza. En tanto, su hermana fue localizada en el Alto de Las Palomas, en Santa Ana, con dos disparos. La rápida atención médica permitió que sobreviviera.
Apenas Angie abrió los ojos en el hospital, lo primero que recuerda es a los agentes del Organismo de Investigación Judicial (OIJ) que estaban esperando a que se despertara para tomarle la declaración.
En cuanto pudo, Angie hizo el reconocimiento de los asesinos y del carro que apareció en la casa de una familiar de Mena, el pistolero, quien lo fue a esconder en Palmas del Río, Barranca, Puntarenas. De ese lugar lo recuperó el OIJ cuatro días después, el 1.° de noviembre del 2008.
Esos reconocimientos coincidieron plenamente con los que hizo Arelis Marín y fueron determinantes para la condena de los homicidas.
Durante el juicio, Peraza reveló que en el trayecto ambos hablaban y coordinaban normalmente, no como si estuvieran tomados o bajo los efectos de alguna droga e, incluso, se cuidaron para nunca llamarse por su nombre delante de ellas.
Afirma que después del debate, decidió no pensar más en ellos, e incluso ya los perdonó. “Yo no creo en las venganzas. Sé que los dos tienen igual culpa, pero decidí perdonarlos y dejar eso atrás”, agregó.
Del juicio recuerda las burlas y las faltas de respeto que sufrieron, principalmente cuando Arelis los encaraba. Menciona que, en una audiencia, Juan Carlos Mena, el que le disparó, le hizo señales a la distancia y mediante gestos le pidió perdón.
Ella piensa que la sentencia fue justa. Christian Mora Cantillano completará su condena en abril del 2049 y Juan Carlos Mena, en febrero del mismo año, informó el Ministerio de Justicia.
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Operaciones en el rostro y el alma
A Angie una bala le dañó el ojo y el pómulo derechos. La parte izquierda de la cara le quedó dormida y perdió el paladar y el olfato. Hasta hoy carece de este último sentido, perdió la vista del ojo derecho y apenas recuperó un poco el sentido del gusto.
Dice que los primeros días chocaba con todo. Fue sometida a múltiples cirugías para cerrar las heridas y recuperar la movilidad en el párpado, así como para reparar nervios, reconstruir la mejilla y recibir prótesis. Al inicio, no podía comer debido a que los huesos y músculos de la cara estaban afectados, no podía abrir bien la boca y lo que comía no le sabía a nada.
Luego, vino todo el proceso de Psiquiatría y Psicología, pues sufría pesadillas y tuvo que tomar pastillas para la ansiedad y para conciliar el sueño. Por meses, estuvo con miedo de salir, le temía a la gente que se le acercaba y prefería estar sola en su casa. No quería volver a casinos. Su familia también quería que estuviera en la casa, que no saliera.
Día a día, de la mano de Dios, superó la situación, añade. Lo que más la marcó fue aprender a aceptarse con la falta de su ojo derecho y las cicatrices, por las que nunca olvidará ese día. Además, sigue vivo el trauma de volver a pasar por algo así. “Aunque lo he superado, algo del miedo sigue latente”, afirma.
Mientras nos hablaba por teléfono, con su hija de dos años en brazos, Angie recordó la gran ayuda que tuvo en el Hospital México, principalmente la que recibió del psiquiatra Erick Hirsch, aunque hubo momentos en ya no quería medicamentos, ni sentirse victimizada.
Actualmente, vive con su hija pequeña. A menudo, llega a su casa Tamara, la otra hija, fruto de su primer matrimonio, quien vive muy cerca y estudia Psicología. Angie cuenta que su padre vive en Guanacaste y su madre murió hace dos años.
‘No ha sido fácil’
Esta sobreviviente del asalto al White House se casó a los 16 años y, cuatro años después, se divorció. Cuando ocurrió el asalto, ella vivía con su segundo esposo, quien le dio todo el apoyo para salir adelante de tan trágicos momentos. Ese hombre falleció en el 2012, en un accidente de tránsito.
Poco después de ese accidente, ella se fue con su hija Tamara para Puerto Jiménez de Golfito, en la zona sur del país, donde viven dos de sus cuatro hermanos. Ahí montó un restaurante. Su objetivo era relajarse lejos de la ciudad y estar lejos de los lugares donde había sufrido tanto. Empero, el negocio no funcionó y ella debió regresarse.
“La vida no ha sido fácil. Yo no tengo títulos profesionales, pero siempre he sido muy trabajadora y he tenido que jugármela. Después de que mi esposo murió, seguí laborando en casinos. Luego tuve como pareja al papá de mi segunda hija, pero eso no funcionó. Entonces, ahora soy madre soltera. Sin embargo, doy gracias a Dios. Vamos a ver qué nos depara el otro año, porque ahorita no estoy trabajando. Yo llegué hasta noveno y ahora para todo piden el bachillerato”, dijo.
Años después del juicio, una o dos veces pasó en carro cerca del casino y del lugar del asalto. “Subí para enfrentar los miedos, di la vuelta y bajé. Me sentí normal. De hecho, también fui al lugar en que me dispararon, por una cancha de fútbol 5 en San Francisco de Heredia. Así enfrenté el temor que tenía de volver a pasar por esos sitios. Mi vida ha seguido igual, ahora vivo sin miedos. He tratado de vivir de la forma más normal. La principal lección que me dejó esa experiencia es vivir al máximo y feliz, ser agradecida”, relató.
Ahora trata de no agobiarse con el futuro y vive el día a día, para estar en paz.