Aún a la espera de que el OIJ les entregue el cuerpo y en medio de los preparativos para la vela y el funeral de Eugenio Androvetto Villalobos, director de Protección Radiológica y Salud Ambiental del Ministerio de Salud, su único hermano, Esteban, afirmó tener claro que el pistolero que mató a Eugenio iba con el encargo específico de alguna persona para acabar con él.
Según Esteban, su hermano andaba con otras personas en una celebración en el bar Tunas, en barrio Cuba, y en eso llegó el pistolero. “Él era el objetivo, no hubo equivocación, según pude ver por la cantidad de balazos que tenía”, expresó.
Dice que desconoce el motivo, pero hay varias líneas de investigación que ya tiene el Organismo de Investigación Judicial (OIJ).
El sábado en la tarde hablaron por teléfono y compartieron una comida en familia. Conversaron de manera normal. Nunca le habló de amenazas o de enemigos, pues solo una vez le comentó sobre un problema de acoso laboral en el trabajo.
Esteban tenía cinco años de vivir aparte de Eugenio, pero siempre mantenían una relación estrecha, pues era su único hermano y ahora solo le sobrevive su papá, que es un adulto mayor de 86 años.
Esta madrugada, la pareja de Eugenio, que andaba con él, lo llamó para avisarle sobre lo ocurrido y él de inmediato se fue al lugar, detrás del Cementerio Obrero, en San José.
Ahora Esteban pide que el caso no quede impune, pues lo dejaron sin su único hermano y es un golpe muy fuerte, luego de que la mamá de ellos había fallecido hace siete años.
Eugenio era ingeniero civil graduado en la Universidad de Costa Rica, así como abogado, y también tenía una ingeniería sanitaria de la Universidad de San Carlos de Guatemala.
A él le gustaba estudiar y desde que estaba en el Colegio Técnico Profesional de Calle Blancos tenía los mejores promedios. Su pasión era viajar y había recorrido Europa y Sudamérica, recordó Esteban, de 48 años.
Afirmó que Eugenio ya estaba cerca de la jubilación. Era un amante de los gatos y tenía dos que había recogido de la calle, así como un perro callejero. Una vez pagó ¢150.000 para internar a la gata que tenían antes en la casa, la cual había adoptado en el Ministerio de Salud. “Le arrebataron la vida de la forma más cobarde a un buen hombre”, puntualizó.
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