El 2024 está marcado por la sombra de los femicidios. Hasta la fecha, Jenny Bastos, de 55 años; Marisol Rodríguez, de 40; Ana Jenny Otárola, de 47; Kimberly Araya, de 33 y Nadia Peraza, de 21, han perdido la vida a manos de sus parejas o exparejas.
La mayoría de las víctimas vivían inmersas en un círculo de violencia. Además, los crímenes tuvieron en común su ejecución con extrema violencia y el abandono o incluso la destrucción de los cuerpos, lo que revela el ensañamiento de los homicidas. Todas eran madres.
De acuerdo con Jeannette Arias, jefa de la Secretaría Técnica de Género y Acceso a la Justicia del Poder Judicial, para disminuir los femicidios se debe erradicar la violencia desde los hogares. Por ello, es necesario que en los sistemas educativos se implementen programas específicos para eliminar la violencia tanto contra las mujeres como en general.
Según la experta, el MEP ya cuenta con un programa exitoso de detección relacionado con delitos sexuales. Mediante dinámicas adaptadas a cada grupo etario, los alumnos encuentran la confianza en los docentes para revelar la violencia sexual que sufren. “Esto mismo hay que hacerlo con el tema de la violencia, pero de una forma enfocada y sostenible, darles a los niños parámetros de qué tienen que hacer”, agregó.
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Otro punto importante a trabajar en la educación, según Arias, son las masculinidades, ya que la gran mayoría de asesinos en el país son hombres. “Los hombres no solo matan a las mujeres, matan a otros hombres. Incluso en accidentes de tránsito y en suicidios, la mayoría de las personas que mueren son hombres”, aseveró.
“Habrá una que otra mujer, pero los autores principales son hombres. Tienen que ver cómo solucionan sus problemas de pobreza, de falta de acceso al trabajo y a los recursos. Las mujeres tenemos todavía más problemas que los hombres para acceder a eso y no somos las que estamos matando a todo el mundo, ni metiéndonos en criminalidad organizada”, comentó.
Por otro lado, para Kennly Garza Sánchez, presidenta ejecutiva del Patronato Nacional de la Infancia (PANI) y psicóloga, también es relevante ir al origen del problema, al momento en que el ser humano aprende e incorpora patrones de comportamiento y relación: la niñez temprana.
“Un adulto, un hombre, un femicida, en algún momento fue un niño. Viene de una familia diversamente constituida. Los adultos son un producto concatenado de aspectos que no son inherentes, pero también aspectos sociales que dejan huellas en la personalidad, en las habilidades sociales, en la gestión emocional, en cómo se ejercen los roles de género y demás”, explicó.
Según Garza, el PANI atiende numerosos casos de violencia contra niñas, quienes luego crecen y podrían ser víctimas de violencia. En el caso de los niños, aprenden patrones de cómo ejercer una masculinidad y cómo resolver los conflictos desde el hogar.
“Si queremos ver cambios en nuestras generaciones de adultos y ver en el corto y mediano plazo una disminución en la incidencia de denuncias, hay que trabajar en cómo las personas se construyen. De lo contrario, podemos hacer cosas, pero son paliativas”, reveló.
La psicóloga recordó que el femicidio es el desenlace de una historia de violencia, por lo que también es importante rastrear los antecedentes para prevenir que algo así ocurra. “La clave está en la educación y en la intervención temprana con los menores, para poder deconstruir y desmantelar estructuras de comportamiento que reproducen conductas violentas que, al pasar del tiempo, se naturalizan y se incrementan en intensidad y gravedad, hasta llegar a estas manifestaciones”, destacó.
De acuerdo con Garza, algunos de los femicidas tuvieron enfrentamientos con la ley anteriormente o realizaron escaladas simétricas de violencia. Incluso, en algunos casos, con investigaciones, se determinó que los femicidas tuvieron comportamientos disruptivos desde la etapa escolar, como maltrato animal, poca empatía y falta de remordimiento.
“Modificar en la adultez y solo castigar, la parte punitiva del femicida, no está causando ninguna transformación en nuestra sociedad, y lo sabemos por la cantidad de denuncias que estamos atendiendo. Es el caldo de cultivo en el que se están desarrollando nuestros niños y niñas con el riesgo de que aprendan estos patrones comportamentales violentos y los reproduzcan en la adultez”, agregó.
Para Garza, además, resulta importante que a los niños no se les toleren los comportamientos violentos; por ejemplo, en sus recreos con otros compañeros, y que los adultos entiendan que moldean consciente o inconscientemente a los niños. “Debemos ser muy conscientes de los patrones de violencia que a veces transmitimos. Mucho trabajar el tema de valores y mucho acompañamiento a la familia”, urgió.
Perderle el miedo al PANI
Garza enfatizó que es importante que los niños le pierdan el miedo al Patronato, porque esta entidad es su 9-1-1 en caso de una emergencia o una violación de derechos.
“El niño puede llamar y decir lo que le está pasando. No tiene que ser un adulto. Nos llaman y nosotros tenemos que correr. Sin embargo, los niños le tienen miedo al PANI porque los adultos les dicen que si no se portan bien, va a llamar al PANI para que se lo lleve. En realidad, PANI no se lleva chiquitos”, agregó.
De acuerdo con la experta, enviar un niño a un albergue es lo último que se debería hacer. “Cada vez que un niño se pone en protección es porque un grupo familiar experimentó una crisis y se vio desbordado en sus recursos para ser un entorno seguro para la persona menor de edad”, explicó. Según Garza, cada vez que esto pasa, el país fracasa.
“Institucionalizar a un niño no es algo que PANI quiera. Es un costo en vida humana, por la marca que deja la institucionalización y también en términos económicos”, comentó. Para ella, los adultos “desvirtúan” la función del Patronato, pues muestran una instancia que tiene el deber de proteger, como un ente punitivo. “Los niños entienden que el rol de PANI más bien es castigador y persecutorio, lo que podría significar que un niño en peligro no llame y no reciba el auxilio”, advirtió.
Por lo anterior, para Garza, resulta prioritario fortalecer al PANI y apelar a la corresponsabilidad de las demás instituciones. “El PANI no es una caja infinita donde todas las demás instituciones trasladen sus propias competencias. Hablar de niñez y adolescencia implica salud, deporte, educación, derecho a un ambiente sano, a la recreación, a la libertad, a crecer en un espacio seguro, a la identidad, a crecer en una familia y en una comunidad, y eso tiene que ver con muchas instituciones del Estado”, aseveró.
Si desea denunciar alguna situación que ponga en riesgo a una persona, por favor contáctese al 9-1-1. La denuncia puede ser con identificación, anónima o confidencial.