Dos semanas antes de esta noche, Susana Madrigal Abarca estaba en Plaza González Víquez, en San José.
Eran pasadas las 4 a. m. y aún no se iba para su casa porque no había conseguido suficiente dinero. Al menos, necesitaba dos clientes más.
De pronto, vio venir un carro, se arregló el cabello e hizo una pose sensual. El auto se detuvo y esta mujer transexual se alegró pensando que era un cliente, pero no. Se bajaron dos tipos y le lanzaron grandes piedras a la cabeza. Los sujetos se fueron cuando la vieron sangrar.
“Mi amor, yo tenía una herida abierta de oreja a oreja y estaba sola. Llamé a la Fuerza Pública y lo que me dijeron era que ellos no podían hacer nada para ayudarme, que yo tenía que ir a la Medicatura (Forense) para que valoraran si cabía o no una denuncia. Como uno no sabe nada de eso, se lo ruedan”, cuenta ella hoy, jueves 16 de junio.
Son las 10 p. m., y estamos junto con otras chicas trans en el costado norte del Ministerio de Obras Públicas y Transportes (MOPT), en Plaza González Víquez, zona donde solo las trans ofrecen sexo.
La temperatura no supera los 20 grados Celsius y, pese al frío, una luce un provocativo baby doll rosado; otras visten minifaldas y blusas de tirantes. Para calentarse, se toman unos “traguitos de guaro” y caminan de una esquina a otra.
Pocos minutos antes, llegamos a esa zona acompañados por otra trans, Antonella Morales. Ella se bajó primero del auto.
“¡Ay, mis amigas! ¿Cómo están, preciosas?”, le gritó a un grupo de cuatro mujeres.
Una de ellas corrió hacia Antonella, la abrazó, le dio una nalgada y le respondió: “Aquí, trabajando, mi amor. ¿Tú? ¿Cómo estás? Veo que muy bien”.
Esta noche, un equipo de La Nación fue al lugar para conocer más de las agresiones que aseguran vivir mientras trabajan ofreciendo sexo.
Según dicen, hay personas –en su mayoría, hombres– que pasan de cerca y las balean con armas de fuego o con pistola de balines.
También les tiran huevos, enormes piedras, orines, desechos fecales, entre otras cosas. Los ataques vienen en aumento desde hace dos años, aseguran.
“Es como si fuera un pasatiempo de esta gente. Cogen lo primero que ven y nos lo vienen a tirar. No entendemos por qué hacen eso; nosotras solo estamos trabajando, no molestamos a nadie”, reprochó Tiffany Ortega, de 34 años, quien desde hace 19 es trabajadora del sexo.
Pero eso no es lo único con lo que deben lidiar, pues además deben “soportar insultos de personas que no aceptan la identidad de género”. De hecho, mientras conversamos, unos sujetos en moto pasan y les gritan con tono jocoso: “¿A cuánto venden el kilo de huevos?”.
Las trans afirman que reportan esos maltratos ante diferentes autoridades; sin embargo, dicen sentirse desprotegidas “porque los policías nos ignoran solo porque somos trans”.
No están contabilizadas las denuncias por esas agresiones, aunque sí mostraron copias de cuatro interpuestas recientemente en el Organismo de Investigación Judicial (OIJ).
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De lo que sí hay registro es de las quejas contra policías por abuso de autoridad. La Defensoría de los Habitantes detalló que, desde el 2015, han presentado 12 en contra del Ministerio de Seguridad, una del OIJ y una de la Policía Municipal.
Según la organización Transvida, que se dedica a defender los derechos de esta población, hay unas 500 mujeres trans ofreciendo sexo en las calles de la Gran Área Metropolitana (GAM).
Malas experiencias. Al comienzo de la noche, las trans intentan no alejarse mucho unas de otras, porque “alguien podría aparecer y agredirnos”.
La charla se interrumpe por la llegada de un Mercedes Benz. En una reacción inmediata, las mujeres se lanzan al auto, pero no logran cautivar a los clientes: en grupo no tienen buenos resultados.
Por eso, conforme pasan las horas e inhibidas por el licor, van perdiendo el miedo y cada una busca su esquina y sus clientes.
Usualmente, es en esos momentos, cuando están solas, que comienza su pesadilla.
Por ejemplo, Susana cuenta que a ella no solo las piedras la han alcanzado. Un día, un hombre se le acercó y le disparó con un arma de fuego en su pierna izquierda “por gusto”. En otra ocasión, un cliente la apuñaló en un muslo porque ella no quiso irse con él.
A Antonella, el 16 de abril, un sujeto se le acercó y le descargó todas las municiones de un arma de balines, según la denuncia que ella interpuso ante el OIJ. Desde entonces, uno de estos perdigones está incrustado en su mejilla.
Otras trans contaron días antes que han pasado por situaciones similares.
Natalia Porras relató que también ha sido víctima de ataques con pistolas de balines en repetidas ocasiones. “Los muy cobardes llegan en carro o en moto, sacan la pistolilla y nos descargan todo el magazine. ¿Qué hago? Dígame. Nosotras siempre andamos con tacones altos y en vestidos, así que cuando nos agreden salimos corriendo, pero siempre nos pegan uno que otro balín”.
Mientras, Samantha Araya, relató que una amiga suya estaba en avenida 14, cuando varios hombres la golpearon muchas veces con un tubo en sus piernas. “Amiga, ella casi no podía caminar”, lamentó.
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Mujer trans: ‘¿Qué sienten al dañarnos? ¿Satisfacción? ¿En serio?’
Tiffany Ortega Carballo, de 34 años, quisiera reunirse con sus agresores en un ambiente controlado y preguntarles: “¿Qué sienten al dañarnos a nosotras, a las mujeres trans? ¿Satisfacción? ¿En serio?”.
Ella considera que conocer la respuesta no hará que dejen de darse maltratos contra las mujeres transexuales, pero que, al menos, podría “entender por qué lo hacen”.
Ortega tiene 19 años de ser trabajadora del sexo y, desde el día uno, ha recibido tanto insultos como golpes.
Pero, últimamente, ha sido víctima de agresiones por parte de grandes grupos de niños, de entre los 8 y los 14 años. “Si la ven sola a una, se acercan, me rodean y me maltratan toda. Cuando no son esos chiquillos, vienen varios hombres y sabemos que son los mismos de siempre porque uno les reconoce la voz”, narró.
Ortega estimó que estas personas creen que agredirlas es “un pasatiempo o una simple travesura”.
“Lo que una dice es que no tienen nada más que hacer, porque venir a perder su paz y tranquilidad con tal de molestarnos, es absurdo. Según la sociedad, somos lo peor, somos la escoria.
” Si supuestamente eso es lo que somos, ¿por qué pierden la comodidad de estar en su casa viendo la novela o el partido para venir a violentarnos?”, se cuestionó la afectada.
La trans también explicó que los lugares dond e ellas se ubican en San José centro son conocidos como “zonas de convivencia”.
“En sana teoría, nosotras aquí podemos trabajar en paz y se supone que las autoridades deberían de estar pendientes de nosotras, pero nada de eso pasa”, afirmó Ortega.
No obstante, Marcelo Solano, director de la Policía Municipal de San José, negó que existan tales zonas de tolerancia.
“En la capital no existe ningún área definida para la permanencia de personas dedicadas a la prostitución. Los sitios donde se ubican fueron escogidas por ellas desde hace años atrás, pero no hay nada definido”, concluyó.