“Ayúdenos a volver a Estados Unidos”. La frase, escrita con lápices de colores sobre un cartel improvisado, estaba en manos de varios niños cuando un puñado de periodistas cruzó las puertas del Centro de Atención Temporal para Migrantes (Catem), el pasado lunes al mediodía.
Sin saberlo, los niños usaban lápices similares a los que se fabricaron por años en ese enorme galpón de cemento y láminas de zinc, convertido en un claustro donde pocos tienen esperanza. Aquel día, los casi 34 grados Celsius de la hora del cenit se sentían como un horno para los 110 migrantes deportados por el gobierno de Estados Unidos que todavía permanecían en el lugar.
Aunque la administración de Rodrigo Chaves Robles asegura que aquello no es una cárcel, los entrevistados sostienen que así se sienten allí, vigilados todo el día por policías, rodeados por una malla perimetral y sin pasaportes, pues el único documento que dice quiénes son y que los liga a algún país en Asia o África, está decomisado desde que aterrizaron en Costa Rica, desde el 20 de febrero anterior.
El Catem está ubicado en una extensa propiedad de más de siete hectáreas, a 12 kilómetros de la frontera de Paso Canoas, en el punto de cruce entre Costa Rica y Panamá. Hasta el 2013, allí operaba una fábrica de lápices de la empresa Maderin Eco, que llegó a producir un millón de unidades diarias para exportación a Estados Unidos, Canadá y Australia.
Hoy, el complejo, rodeado por una malla metálica de dos metros de altura con alambre de púas, está transformado en improvisados dormitorios, un comedor y un planché donde los niños juegan, no tan ajenos al drama de sus familias.
Todos ellos, niños y adultos, originarios de Ghana, Kazajistán, Jordania, Irán, Azerbaiyán, Vietnam, Georgia, Rusia, Afganistán, Turquía, Armenia, China, Uzbekistán, India, Nepal y la República Democrática del Congo, fueron expulsados de Estados Unidos bajo un acuerdo migratorio firmado entre el gobierno estadounidense y el de Rodrigo Chaves.

El pasado lunes, con autorización del Ministerio de Seguridad Pública, periodistas de Deutsche Welle, La Nación, La Teja, Colosal Informa, Interferencia UCR, Repretel y Trivisión pudieron entrar solo una hora al Catem. No tuvieron acceso a los dormitorios, ni al comedor y solo les permitieron movilizarse en un área común donde varios migrantes estuvieron dispuestos a hablar.
Pese a que hubo oferta de traducción simultánea, el servicio no estuvo disponible ese día, y los migrantes se comunicaron con los periodistas en inglés o francés o con ayuda de programas de traducción del persa.
Según rememoró el periodista y exministro de Comunicación Mauricio Herrera Ulloa, los Catem fueron creados en 2016 para ordenar flujos migratorios, otorgar permisos temporales y evitar la detención de personas en situación irregular.
La sede del Catem-Sur, en Coloradito de Corredores, a 12 kilómetros de Paso Canoas, se concretó en el 2018 gracias a la donación de los propietarios de la antigua fábrica Maderin ECO, de Faber-Castell, que cedieron el terreno de $3 millones “con la expresa advertencia de que ese edificio no debía ser utilizado como un lugar de detención, sino como un espacio de refugio y auxilio para migrantes u otras personas necesitadas de ayuda”, manifestó Herrera en un artículo de opinión publicado en este diario, el 21 de febrero anterior.
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Herrera es uno de los ciudadanos que ha denunciado que los migrantes están encerrados y custodiados pese a que no cometieron falta alguna. Una versión que rechaza el ministro de Seguridad Pública, Mario Zamora, quien alega que no hay tratos discriminatorios y que aunque estas personas no tienen acceso a su pasaporte, se trata del procedimiento migratorio establecido por ley.
Abandonados a esta suerte, los extranjeros han ido apropiándose de los espacios y en algunas áreas públicas hay tendederos improvisados donde cuelgan su ropa después de lavarla. Los pasillos de concreto y las antiguas bodegas fueron adaptadas con camas para alojar a los migrantes por grupos familiares.
Hay un pequeño comisariato donde se pueden comprar algunos alimentos y los baños están fuera de la enorme bodega. No hay certeza de que la alimentación esté adaptada a la cultura de sus países de origen o a las necesidades nutricionales o de salud de cada quien.
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La mejor ropita
Aquel lunes de sol, entre las miradas cansadas de los migrantes, una parecía estar detenida en el tiempo, con una mezcla de incertidumbre y determinación. Es la de un hombre proveniente de la República Democrática del Congo que, por temor, abandonó su tierra y a su familia, huyendo de la guerra. Atravesó medio continente en busca de seguridad en Estados Unidos, pero no logró quedarse.
Antes de conceder una entrevista, una funcionaria de Migración indicó a La Nación que él quería ser entrevistado y, para ello, se puso “la mejor ropita”.
De todos los migrantes, era el que vestía con más formalidad. Algunos, debido al intenso calor, prefirieron camisetas y pantalonetas. Sin embargo, él eligió una camisa celeste de manga larga, visiblemente ajustada, un pantalón blanco y unos zapatos negros desgastados, marcados posiblemente por los kilómetros recorridos.

Tomó su Biblia, también deteriorada, y se dirigió a un salón donde ingresaron los medios de comunicación. Pese a la falta de traductores, logró comunicarse mediante un dispositivo tecnológico y relatar parte de su historia como migrante.
Su travesía comenzó con un vuelo a Brasil, seguido por un recorrido terrestre a través de Sudamérica y Centroamérica. Cruzó la selva del Darién, atravesó México y llegó finalmente a la frontera estadounidense. Pero su sueño de vivir sin temor a morir fue rechazado.
“Cada uno de nosotros tiene una razón para buscar refugio o protección en otro lugar. Por ejemplo, en mi país hay una guerra y en la escuela nos enseñaron que Estados Unidos es un país de derecho, pero cuando nadie pone un pie ahí (...) nosotros experimentamos lo contrario”, expresó en su natal francés.
Ahora, al igual que los demás deportados, se encuentra atrapado entre paredes de cemento de media altura, rematadas con láminas de cinc.
Aunque mencionó que Costa Rica ha sido un país hospitalario, enfrenta la incertidumbre del futuro, pues no tiene en su poder sus documentos. La policía los retiene, aduciendo que su estancia en el país “es transitoria”.
A pocos pasos de él está Ciro, quien hace cinco años huyó con su esposa de la República Islámica teocrática iraní, luego de que la iglesia católica clandestina a la que asistían fuera descubierta. Varios de sus amigos cristianos fueron arrestados y condenados a prisión, lo que los obligó a buscar refugio en Brasil, a 12.300 kilómetros de su tierra natal en Asia.
“Nos vimos obligados a huir de Irán porque la iglesia donde estábamos orando quedó expuesta, y el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica Iraní (IRGC) y la inteligencia policial llegaron ahí cuando fuimos a orar y notamos la presencia de policías y huimos”, testificó Ciro.
Hace cinco semanas, Ciro y su pareja fueron detenidos en el marco de las nuevas políticas migratorias del gobierno de Donald Trump. Cuando lo sacaron de Estados Unidos, le aseguraron que su esposa también iba a estar en Costa Rica, pero al llegar descubrió que no era cierto. “Ahora mi esposa está en un centro de retención en Estados Unidos. Me mintieron diciendo que estaba aquí, pero cuando llegué me di cuenta de que no era verdad”, afirmó el migrante mediante el sistema de traducción.
En las últimas tres semanas en Costa Rica, únicamente ha conversado con su esposa un par de veces, pues requiere de un chip para comunicarse con ella.
A través de un celular con método de traducción del persa al español, Ciro expresó su angustia y desesperación, asegurando que solo desea reencontrarse con su esposa y regresar a Estados Unidos, donde puede ejercer libremente su fe.
“Estoy aquí hablando con ustedes para poder elegir mi estilo de vida. La policía aquí toma nuestros pasaportes y no nos los devuelve. Esto es como una prisión”, aseguró antes de retirarse a las habitaciones donde la prensa no tuvo acceso.
El dolor de sus palabras contrasta con las risas y los juegos de los niños que lo rodean. Ellos corren descalzos por los pasillos de concreto. Aunque la realidad es difusa para ellos, saben que están en tierra extraña y que la meta es regresar a Estados Unidos.
“Go America”, coreaban, sosteniendo el cartel frente a las cámaras.
Pocos días antes, seis ciudadanos de Irán, China y Afganistán se fugaron del Catem. Según el director de Migración y Extranjería, Omer Badilla, no se levantó ninguna alerta internacional, pero sí se hizo un reporte local para que, si son detectados en territorio costarricense por otros cuerpos policiales, sean devueltos a Corredores.
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Señalamientos
Los diputados Montserrat Ruiz (Partido Liberación Nacional), Cynthia Córdoba (independiente) y Antonio Ortega (Frente Amplio), presentaron el pasado martes un informe sobre la situación de los migrantes. Tras una visita realizada al lugar el 28 de marzo, señalaron deficiencias en la atención y pidieron al gobierno tomar medidas urgentes.
Entre las principales preocupaciones destacan la falta de información clara en el idioma de los migrantes, lo que dificulta la toma de decisiones sobre su futuro. Según el informe, algunos buscan solicitar refugio en Costa Rica, mientras que otros temen regresar a sus países por persecución política o religiosa.
También se evidenció la ausencia de conexión a Internet y de atención psicológica, así como problemas de ventilación en las habitaciones. No obstante, se reconoció el esfuerzo del personal del Catem en la provisión de alimentación, agua potable y atención médica.

Ante este panorama, los legisladores propusieron crear un registro de los deportados y evaluar caso por caso la posibilidad de solicitar refugio. También instaron al gobierno a gestionar traslados a terceros países seguros y conformar una mesa técnica con organismos nacionales e internacionales para encontrar soluciones humanitarias.
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Según informó la DGME, de las 200 personas que fueron originalmente deportadas por Estados Unidos a Costa Rica, 84 ya retornaron a sus países, 6 salieron del Catem por voluntad propia, 12 chinos decidieron establecerse en Costa Rica y otros 16 extranjeros de otras nacionalidades también solicitaron refugio. Hasta este sábado, 82 permanecían en el albergue.