Toby es un hombre de 27 años y está en la mejor etapa de la vida productiva, pero no trabaja, vive de lo que consigue en la calle y duerme en un viejo sofá a la orilla de una acera en Paso Ancho, San José.
Al mirarlo, se lo ve descuidado. Tiene varios dientes quebrados y el pelo largo. En el cabello despeinado le sobresalen unos piojos. Por su aspecto y su extremo nerviosismo, se percibe que es adicto a las drogas.
Temeroso, siempre a la defensiva, manipula una pequeña pistola de agua que presurosamente sacó de una orilla del sofá.
Toby admite que, cuando tenía poco más de 10 años, fue uno de los integrantes de la banda de los Chapulines, que durante la década de los noventas asoló la capital.
Se trata de William Antonio Morales, según él precisó, y sobre quien no pesa ningún cargo judicial.
Él es uno los 129 jóvenes (no todos menores de edad) que, según el Centro de Información de la Fuerza Pública (CIFP), se dividían en grupos de 8 a 12 personas para recorrer el Paseo Colón, las avenidas segunda y central y parques.
Ellos arrebataban cadenas y bolsos. En varios casos, hirieron con armas cortantes a los transeúntes.
Los Chapulines debieron el sobrenombre a los insectos que “barren” cuanto encuentran a su paso.
Alcanzaron notoriedad en 1993, cuando el líder, William Elimber Lee Malcom (entonces de 20 años), murió el 16 de setiembre de aquel año debido a una laceración del hígado.
Lee fue golpeado por tres agentes del Organismo de Investigación Judicial (OIJ), como venganza porque miembros de los Chapulines habían herido con arma punzocortante a un oficial del OIJ.
Buscando libertad
A pesar de no precisar los detalles, Toby recordó que cursaba el quinto grado de la escuela cuando abandonó la casa de sus padres.
Al igual que la mayoría de los jóvenes, en aquel momento él buscaba libertad.
Los Chapulines eran niños mayores de 10 años, hasta jóvenes menores de 23 años. Provenían de familias de Pavas, Hatillo, Los Cuadros, San Sebastián y barrio México.
Tras el homicidio de Lee Malcom, el ministro de Seguridad en aquel momento, Luis Fishman, junto con el capellán de la Fuerza Pública, Fernando Muñoz, impulsaron un plan para rehabilitar a los Chapulines .
Unos 76 muchachos se acogieron al proceso de tratamiento. En tanto, judicialmente se hicieron cambios para endurecer las penas y mantener a los reincidentes en la cárcel.
El psicólogo Sergio Rechnitzer, actual jefe del Departamento de Sicología de Seguridad Pública y quien dirigió parte del trabajo, explicó que el Patronato Nacional de la Infancia (PANI) se hizo cargo de los menores.
En tanto, a los mayores, además de dárseles ropa y alimentos, se les abrieron opciones de empleo.
“Recuerdo que tres comenzaron a trabajar en Seguridad Pública, otro en Correos y unos en otras empresas privadas”, detalló Rechnitzer.
Sin embargo, puntualizó que ese cambio de un estilo de vida sin límites a otro en el que debían cumplir un horario y someterse a una disciplina, provocó que varios de los muchachos abandonaran el trabajo.
“A una joven se la nombró recepcionista en Seguridad. Se le perdonó mucho. En ocasiones se ausentaba tres días, hasta que la situación se hizo inaguantable”, relató.
Rechnitzer añadió que en 1994, al cambiar la administración Calderón Fournier (1990-1994) a Figueres Olsen (1994-1998), el programa se cerró.
Solamente el sacerdote Muñoz (quien no aceptó ser entrevistado por La Nación) sabe qué sucedió con los muchachos.
A la deriva
Así como Toby siguió la vida en la calle, pero ahora más sumido en las drogas, otros de los 129 jóvenes continúan siendo delincuentes reincidentes, no solo en San José, sino en otras áreas del país.
De una lista de 28 (de los 129) integrantes originales de la banda, se constató que tres murieron en forma violenta, nueve están presos y seis han sido detenidos este año por diversos cargos (pero sobresale el robo simple) por la Policía Metropolitana de Proximidad, que brinda seguridad al centro de San José.
“Recuerdo que ellos tenían muchos altibajos, y es factible que algunos hayan vuelto a delinquir”, dijo Sergio Rechnitzer.
“Con solo uno de ellos que haya logrado salir adelante el programa fue un éxito”, concluyó el sicólogo.
En tanto, mientras se quita nerviosamente unas gotas de sudor de la frente, Toby niega que en alguna oportunidad supiera de un plan para rehabilitarse.
Este hombre, siempre a la defensiva pues alega temer que lo agredan, esperó a que un buen vecino pasara y le diera una moneda.
Presurosamente dejó el sofá para ir “a comprar”, según dijo.