Luego de cuatro años de no ingresar a la parte más peligrosa del volcán Turrialba, el vulcanólogo Eliécer Duarte, del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Costa Rica (Ovsicori), documentó la descomposición de las paredes internas, el ensanchamiento del cráter y un aumento de seis metros de materiales acumulados en la pared suroeste del coloso.
Los cambios deben principalmente a las erupciones fuertes del 2015 y 2016, pero también a la posterior erosión por fuertes lluvias, que generaron la caída intermitente de grandes paredes.
Duarte escaló la cima el 15 de febrero para estudiar las principales modificaciones y pudo bordear los cuatro puntos del cráter activo, en un recorrido de todo el día y parte de la noche.
Afirmó que el cráter activo (oeste), que en el 2012 era una cavidad cratérica de 50 metros de profundidad, tiene ahora más de 300.
Una pared entera fue volada por las primeras erupciones del proceso y en su sitio quedó un corte de 90 grados que ahora se observa como roca sólida.
“Ya no hay elementos naturales como referencia para fines comparativos, todo está cambiado”, afirmó el científico.
Material inestable se ha acumulado
En criterio de Duarte, un fuerte temblor o la llegada de aguaceros extremos a la zona oeste del cráter activo podrían generar el desprendimiento de material poco consolidado que está en una empinada pared y que bajaría por una red de cuencas hacia el río Toro Amarillo.
Ese caudal de ceniza y materiales iría a dar al cauce que nace en las faldas del coloso y luego baja por una zona boscosa y despoblada hasta salir por el Parque Nacional Braulio Carrillo, a los sectores de Guápiles y Jiménez, Limón.
Difícil acceso
Llegar al flanco oeste no fue fácil. Por ese sector es donde el viento lanza mayoritariamente las cenizas y gases cada vez que hace erupción.
En el camino, por riscos afilados, pudo llegar a la “espalda” de lo que se ve desde el mirador y observó, fotografió y filmó las paredes internas del cráter.
Para llegar ahí tuvo que acudir a la mascarilla, pues algunas ráfagas de viento levantan a menudo partículas finas y los gases ácidos afectan la nariz y los ojos, indicó.
También sintió en las plantas de los pies la fuerte temperatura del suelo, pues hay puntos calientes que se proyectan y por eso calcula que la superficie estaba entre 70 y 80 grados Celsius.
Para llegar a ese punto se debían conjugar al menos tres variables: merma del gas, que no hubiesen erupciones y que el viento fuera calmo. Así ocurrió y por eso pudo mostrar lo que acontece en las entrañas del cráter.
Ya cuando iba de salida, a eso de las 3 p. m. Duarte observó y captó de cerca una erupción de ceniza y gases. Para su suerte ocurrió unas tres horas después de que estuvo en el borde, cuya altura es de 3.340 metros sobre el nivel del mar.
Según el científico, al tener una visión panorámica pudo evidenciar lo radical del cambio.
Panorama gris
Un risco por el sector noroeste, donde antes había páramo y solía encontrar huellas y deposiciones dejadas por coyotes, quedó sin evidencias de ese tipo y ahora está varios metros más alto por el material caído.
Desde ahí vio que el antiguo cráter activo (cráter central) que en el 2012 tenía 15 metros de profundidad, ahora se encuentra lleno.
Una gran franja por donde el viento tira los materiales eruptivos mantiene aniquilada la vegetación que existió antes.
“Son unos cuatro kilómetros hasta llegar al borde del río Toro Amarillo. No hay indicios de progreso en la vegetación y todo está perdido”, afirmó.
En el costado sureste, donde años previos a la reactivación de las erupciones había una cobertura vegetal exhuberante, ahora solo quedan troncos semiquemados de arbustos leñosos. El espesor de la capa de ceniza en esta parte es de un metro.
Aunque la ceniza aumentó en casi la totalidad del borde cratérico, hay una pared, hacia el este, que más bien tiene pérdida de relieve. Fue por la actividad inicial de octubre del 2014, que la socavó en unos 25 metros y apenas ha recuperado unos cuatro metros.
Al final de la visita, Duarte constató la incandescencia generada por los puntos calientes en la parte alta del cráter.
El científico dijo que por razones de seguridad toda esa zona debe mantenerse con cierre absoluto para turistas y curiosos.
Pese a ello, está de acuerdo en avanzar hacia la reapertura de ciertas partes de ese parque nacional, aunque insiste en que se va a requerir un monitorero constante de los turistas, rotulación, arreglo de las vías de acceso e información apropiada sobre riesgos, como se hace en el Poás.
A inicios de este año se colocaron varios refugios y las autoridades de la Comisión Nacional de Emergencias (CNE) y el Sistema Nacional de Áreas de Conservación (Sinac) afirmaron la intención de que este año se permita el acceso de visitantes a ciertos sectores si la actividad eruptiva continúa decayendo.
Por ahora,el volcán Turrialba mantiene emanaciones de gases y con menos frecuencia algunas de ceniza. La mayor parte del tiempo presenta una pluma dominada por vapor de agua y gases que alcanza en promedio los 200 metros de altura.
También mantiene tremores volcánicos de baja amplitud. Durante las noches y madrugadas se ve incandescencia.
La dirección del viento en la cima ha sido predominantemente hacia el sur y suroeste, lo que lanza la pluma de gases hacia sitios como La Central y La Pastora.
Rincón de la Vieja tiñó quebrada
La Red Sismológica Nacional (RSN) informó de que el pasado 25 de febrero bajó una corriente de material volcánico por la quebrada Azufrada, en Upala, Alajuela.
Fue generada por fuertes lluvias que removieron ceniza y sedimentos del lago cratérico que estaban acumulados en la parte alta del Rincón de la Vieja, por la erupción del 20 de enero.
LEA MÁS: Erupción del Rincón de la Vieja generó una colada que llegó hasta varios ríos de Upala
La RSN recomienda alejarse de los cauces de los ríos Pénjamo y quebradas cercanas en caso de erupción o el descenso de lahares o avalanchas.
La actividad de ese volcán sigue con poca desgasificación y en la última semana se registraron unos 12 sismos de origen volcánico.
A inicios de este año los científicos alertaron por un aumento en la sismicidad y la erupción que afectó ríos y quebradas cercanas.