La seguidilla de temblores de hasta cuatro grados que afectó Santa Ana, Escazú y Acosta en algún momento del 2018, no solo preocupó a vecinos, sino también despertó el interés de los científicos.
La razón es que esos enjambres, que también se presentaron en Moravia, Aserrí y algunas regiones de Cartago, revelan la posibilidad de sismos mayores en zonas pobladas del Valle Central.
Solo en Cartago, por ejemplo, se registraron 413 microsismos (de hasta 3,5 grados) entre el 1.° y 11 de diciembre del año pasado.
Este tipo de actividad tectónica instó al Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Costa Rica (Ovsicori) a investigar de lleno los fallamientos en la zona, a sabiendas de que existen secciones con deslizamientos internos, dentro de la corteza, los cuales pueden presionar otros bloques y "fomentar o bien inhibir la ocurrencia de un sismo”.
La zona que comprende Los Santos, Puriscal, San Ignacio y el sur de Cartago y Paraíso, por citar otro caso, tiene una sismicidad de fondo que se ha mantenido por varios años en varias fallas que no están bien identificadas porque están muy juntas, explicó Marino Protti, sismólogo del Observatorio.
“Dada la complejidad tectónica y geomorfológica del Valle Central, múltiples fallas activas tienen el potencial para generar sismos de magnitud intermedia (de entre 4 y 6) cerca de zonas densamente pobladas y urbanizadas.
"Edificios, escuelas y hospitales pueden verse afectados por las altas aceleraciones (sacudidas) generadas en superficie por este tipo de eventos, especialmente por la cercanía y profundidad somera de la fuente sísmica”, señala el informe de la institución.
Precisamente, ahondar los estudios en esta región es “esencial” para mejorar los criterios sobre riesgos y amenazas.
Desde el 2010, los científicos han encontrado en el Valle Central 19 familias de temblores cuyas ondas de oscilación son casi idénticas como lo han registrado los sismógrafos, aunque ocurren con semanas o meses de diferencia, indicativo de que los sismos son generados en grupos de fallas que estarían siendo cargadas por distintos modos de fricción.
“Cada familia tiene una forma distinta, pero todos los sismos que componen una familia tienen una forma de onda idéntica”, refiere el estudio del Ovsicori.
Aunque en lo que va de enero mermaron mucho los temblores en comparación con los de diciembre, el sismólogo de Ovsicori, Esteban Chaves, está de lleno con el tema para caracterizar mejor esas familias sísmicas, originadas en fuentes comunes, tratar de hacer algún tipo de separación y ver si existe migración en la superficie o en la profundidad.
A ello se suma que el límite de las placas del Coco y la de Panamá (sobre las que se asienta el territorio continental costarricense) atraviesan el Valle Central, al cruzar desde el Caribe hasta el Pacífico (Limón a Herradura).
“En esta zona de contacto hay una gran cantidad de fallas. Aunque no tienen potencial para generar un terremoto de gran magnitud, por encima de 7, generan sismicidad en diferentes momentos. Se trata de fallas pequeñas con segmentos de cinco a 10 kilómetros de longitud”, explicó el científico.
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Marino Protti sostuvo que una de las ventajas que tiene nuestro país es la aplicación del Código Sísmico en las construcciones, gracias a ello terremotos tan fuertes como el de Nicoya en 2012, que fue de 7,6, no causaron muertes y la destrucción no fue tanta, pese a que muchas estructuras en Guanacaste y Puntarenas sufrieron daños considerables.
De igual manera, el terremoto de Cinchona, en enero del 2009, que se sintió fuerte en San José, Heredia y Alajuela, concentró los daños en poblados cercanos al epicentro.
Aunque es imposible determinar cuándo va a ocurrir un terremoto y en qué zona, los científicos cuentan con algunos parámetros como el llamado periodo de retorno, es decir, la recurrencia de sismos fuertes cada cierto tiempo.
Sobre esa base, se sabía que en Nicoya había acumulación de energía para un terremoto como el del 2012, pues en 1950 había ocurrido otro con magnitud 7,7 y había pasado el ciclo histórico de recurrencia.
En la próxima década la zona de la península de Osa tendría, según Marino Protti, la posibilidad de otro fuerte evento sísmico, pues completaría 40 años desde el terremoto de Golfito de 1983, cuya magnitud fue de 7,3. También, frente a las costas de Dominical en Bahía Ballena de Osa hubo otro en 1999, con magnitud de 6,9.
“No quiere decir que el próximo terremoto en Costa Rica vaya a ser el de Osa. De lo que conocemos, que es la zona de subducción en el Pacífico, que es la que monitoreamos más de cerca y se mueve más rápido, seguiría Osa, pero puede haber un sismo en alguna falla desconocida del Valle Central, u otro sitio que no podríamos anticipar porque no tenemos información”, aclaró el sismólogo.
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Otro ciclo que los científicos conocen es el de la entrada al golfo de Nicoya, frente a las costas que van de Paquera a Cabo Blanco, donde más o menos cada 50 años surge un movimiento fuerte. Hubo en 1882, 1939 y 1990.
7,7 el sismo más fuerte aquí
En el 2018 el Ovsicori registró unos 9.892 temblores pero solo 175 fueron reportados como sentidos.
En los últimos 70 años, el terremoto más fuerte ha sido el de Nicoya en 1950, con magnitud 7,7.
Las zonas donde más sismos se registran son: Pacífico central, Pacífico sur (Burica), Valle Central, Osa y Nicoya, pero eso no quiere decir que en el Caribe no se produzcan, sino que en Limón casi no hay estaciones sísmicas.
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El Ovsicori espera colocar a corto plazo tres estaciones más en la zona sur, tres al sur de Limón, una cerca de barra del Colorado y dos más en el Pacífico central.
El escarpe de Hess, que fue un límite de placas en el Caribe hace millones de años, todavía mantiene cierta actividad que el año pasado generó varios sismos con magnitud superior a 5 en el sector de isla Calero (Caribe norte).