Turrialba. Desde diciembre, Javier Coto y su familia velan por un pueblo fantasma enclavado entre cerros. De esas tierras, en La Picada (faldas del volcán Turrialba), todos los campesinos se marcharon... todos menos ellos.
Sus potreros, otrora generosos, están ahora tapizados por una gigantesca mancha amarilla de vegetación sin vida. Por día el coloso – en intensa actividad desde el 2005– expulsa entre 700 y 743 toneladas de dióxido de azufre.
“Nos quedamos porque no tenemos adónde ir. Tenemos ganado y ahora solo come pasto seco. Aquí todo está mal. El alambre de púas se pudre y el zinc se desmorona”, contó el campesino.
No lejos de allí, en La Central, los trabajadores de una lechería lidian con las mascarillas que hace 15 días les facilitó su patrón.
“Los gases han sido más fuertes en los últimos días. Ahora nos llega un olor a azufre muy fuerte, casi insoportable.
“Todo se ha quemado. Anteayer (el martes) se quemaron dos papales en Los Tigres”, puntualizó Bernardo Carvajal, trabajador de la lechería.
El fenómeno, que ha sido más evidente este año, tiene una explicación: el viento y la constante exposición a los gases del Turrialba han extendido la zona de impacto ambiental unos ocho kilómetros en dirección al Irazú, según un informe del Observatorio Vulcanológico y Sismológico (Ovsicori) .
Afectación. En la parte más lejana, los daños son leves y se manifiestan a manera de quemaduras en las copas de los árboles, en especial los jaúles, una especie que crece en las tierras altas y alcanza hasta 20 metros de altura.
En las zonas más cercanas al macizo, los daños por quemaduras “son irreversibles”, según afirmó el científico Eliécer Duarte, del Ovsicori.
“En el sector de la cima del cerro San Juan (cerca del cráter del Turrialba), toda la vegetación se encuentra totalmente muerta.
“Arbustos que mostraron poca afectación en otras ocasiones (...) ahora se encuentran quemados hasta debajo de la corteza, alcanzando la madera. Plantas pequeñas, arbustos y árboles de porte bajo se encuentran revestidos de una capa fina de azufre”, consignó el Ovsicori tras unas inspección realizada en febrero.
Los científicos dijeron que “el 90% de la vegetación de ahí se encuentra quemada y con pocas posibilidades de retoñar”,
Los pastizales entre el macizo y los márgenes del río Toro Amarillo (hacia el oeste, a unos tres kilómetros) están quemados.
“La producción lechera ha bajado un poco. Como el pastizal está quemado, lo que hacemos es que les traemos un poco de silo (alimento para ganado). He vivido aquí toda mi vida. Los pastos están quemados como nunca”, puntualizó el peón Bernardo Carvajal.
Rodolfo van der Laat, científico del Ovsicori, comentó que el viento se ha encargado de distribuir los gases volcánicos “como un spray ”.
“Los daños van de forma gradual. Los vientos se encargan de botar los árboles secos. No ha sido algo catastrófico porque el proceso es muy lento. La lluvia arrastra partículas ácidas al suelo”, señaló el experto.
Otro informe del Ovsicori destaca que parte del material desprendido de la cima se ha acumulado en la cabecera de la quebrada Paredes “y podría bajar rápidamente cuando las lluvias se intensifiquen después de mayo”.
En noviembre, La Nación informó de que terrenos situados 1,5 kilómetros a la redonda del cráter estaban quemados.