Desde hace cinco años, Rosa López Dávila vive en el dique La Mora, a un lado del río Reventado, en Guadalupe de Cartago. Esta madre de dos hijos afirma que sus temores aumentan cada vez que llega la fase crítica de la estación lluviosa.
Cuando llueve, oye el retumbar de las piedras porque, como ella dice: “El río está casi en mi almohada”. Incluso, recientemente, aparecieron fisuras en el piso de la cocina y grietas que aumentan su miedo.
Rosa es nicaragüense, nacionalizada hace 24 años. Trabaja como cocinera y vende comidas en construcciones cercanas y en el mercado de Cartago. La mujer, de 46 años, vive con su compañero sentimental. Hasta el año pasado, la acompañaban su hija Esther y tres nietos, pero esta última se mudó con los niños a Purral, por temor a un deslizamiento.
La casa de Rosa está a solo un metro del barranco, y a ella le preocupa que un aguacero inesperado y fuerte, como el del viernes, vuelva a golpear la zona.
Rosa se enteró de lo ocurrido y de la magnitud del daño en su vecindario cuando estaba en una cita médica en Nicaragua. Sus amigas le enviaron videos donde se veían las casas vecinas colapsadas por las lluvias y la crecida del río Reventado, que cerca de ahí recibe las aguas del río Taras y de varias quebradas.
Este miércoles, afirmó que su preocupación es mayor, tras lo ocurrido la semana pasada, y espera que les ayuden a encontrar un sitio más seguro.
Comenta que les costó mucho sacrificio construir su casa, pero están dispuestos a pagar una cuota que esté a su alcance si les ofrecen una opción mejor. Espera que el Ministerio de Vivienda evalúe la condición de su familia para optar por el bono de vivienda y así forjarse un mejor futuro.
Durante décadas, decenas de personas invadieron esta zona aledaña al río a sabiendas del riesgo por lluvias y deslizamientos. Muchas se aprovechan de las necesidades económicas de terceros para vender o alquilar lotes en terrenos ilegales e inhabitables.
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