El Comité Asesor Técnico en Vulcanología de la Comisión Nacional de Emergencias (CNE) busca mecanismos para valorar de forma más rápida las dimensiones y efectos de cada erupción del volcán Turrialba, de modo que así como se reacciona con urgencia cuando hay que cerrar la visitación, se pueda reabrir una vez que el riesgo haya pasado.
Aunque la actividad del volcán Turrialba va en decadencia, el coloso a veces rompe su ruta hacia la fase de reposo. Lo anterior mediante pulsos eruptivos que tienen a las autoridades en el dilema de sopesar los riesgos por las erupciones y la afectación al turismo en ese cantón cartaginés, debido a los constantes cierres del principal atractivo, máxime en la estación seca.
Ese comité reúne a personal del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Costa Rica (Ovsicori) y la Red Sismológica Nacional con el de la CNE y del Sistema Nacional de Áreas de Conservación (Sinac), que este lunes también analilzó cómo debe zonificarse la parte alta del coloso para que las tierras se destinen a la agricultura y al campo forestal, más que a viviendas.
De acuerdo con Lidier Esquivel, director de gestión de riesgo de la CNE, están afinando el protocolo de cierres y reaperturas del parque nacional, con el fin de llegar a un equilibrio que, sin poner en riesgo a los visitantes, tampoco les cierre del todo la posibilidad de llegar al mirador.
“Se está cerrando mucho y muy seguido y eso pone en desventaja a todo el sector turístico alrededor del volcán, pues el parque se cierra por dos o tres semanas. Sabemos que hay que cerrarlo en cada erupción, pero ocupamos un mecanismo más ágil de reapertura”, dijo Esquivel.
La erupción del 17 de enero pasado, que incluyó algunos flujos piroclásticos fue la más importante desde el 2019, cuando comenzó a declinar el ciclo eruptivo que en entre el 2014 y el 2016 alcanzó el punto más alto. Desde ese día el acceso permanece cerrado hasta nuevo aviso.
Esos flujos de gases y material sólido son capaces de alcanzar grandes temperaturas y velocidades y de sobrepasar obstáculos, no obstante, la energía de la erupción ocurrida el 17 de enero fue moderada por lo que el material no sobrepasó los 300 grados celsius y se enfrió rápidamente. Lo anterior fue favorecido por el hecho de que todavía hay agua en lagos que están entre los cráteres y a que el volcán ya recuperó gran parte de su reservorio de agua o sistema hidrotermal.
“El Sinac tiene mucha responsabilidad para permitir o no el acceso, pero creo que hay mecanismos, información y herramientas para que tal vez se puedan acortar esos plazos de cierre”, agregó Esquivel.
Efectos de la última erupción
En esa erupción del 17 de enero, el flujo de cenizas se extendió por unos 400 metros en la zona del cráter, que todavía sigue grisácea pues la capa de material en algunos puntos fue ancha. Una medición con instrumentos realizada al día siguiente, la cual se comparó con otra de dos años atrás, encontró que la erosión y las cenizas en algunos puntos alcanzan cerca de 40 centímetros de más.
Javier Pacheco, vulcanólogo, dice que en la última erupción fuerte hubo piedras de hasta 10 centímetros, lo que evidencia que el volcán aún es peligroso, sin embargo esas rocas no alcanzaron la zona del mirador. El viento ese día corría hacia el oeste y las cenizas más finas llegaron hasta varios puntos del Valle Central.
“El volcán sigue con actividad baja, pero no despreciable, por lo que la reapertura va a depender de lo que acuerde el comité asesor técnico”, añadió Pacheco.
Las reciente mediciones revelan que el diámetro del cráter, que tiene forma de herradura, creció en algunos puntos dos metros y en otros hasta 10 metros a lo largo de dos años.
De acuerdo con Geoffroy Avard, vulcanólogo del Ovsicori, las erupciones cortas son recurrentes y este domingo 6 de febrero a la 1 p. m. hubo otra, cuya columna de ceniza apenas sobrepasó unos 100 metros la altura del cráter.
Dijo que el volcán sigue siendo peligroso, debido a esos pulsos eruptivos en los que todavía rompe algunos sellos y lanza piedras a los alrededores de la boca.