Hace 30 años, cuando el reloj marcó las 3:57 p. m. del lunes 22 de abril de 1991, la provincia de Limón sufrió un terremoto de magnitud 7,7, el más fuerte en la historia reciente de Costa Rica.
El impacto fue devastador: 48 muertos y 554 heridos. La tragedia quedó grabada en la memoria de los ticos.
Al día siguiente, La Nación circuló con una sola noticia en portada: “Tragedia estremece al Atlántico”. El epicentro se ubicó en Baja Talamanca, a 40 kilómetros de puerto Limón, cerca de Valle de la Estrella.
Entre las comunidades más afectadas estaban Batán, Parismina y Sixaola. Sin embargo, los destrozos se extendieron por todo el territorio nacional.
Médicos del Hospital Tony Facio debieron atender a más de 200 pacientes en una cancha deportiva vecina y los casos más graves tuvieron que enviarlos a San José en avioneta.
El movimiento sísmico derribó puentes de Limón a Sixaola y destruyó 1.856 casas. Los daños se calcularon en un aproximado a los ¢22.000 millones (según el valor del colón en esa época).
Rafael Ángel Calderón Fournier, presidente de la República en ese entonces, visitó la provincia el día siguiente del terremoto con compañeros de su gabinete.
Minutos después de haber llegado, declaró emergencia nacional y anunció que daría prioridad a los daños estructurales.
“La producción nacional no se puede paralizar”, dijo, al señalar la importancia del puerto para exportaciones.
De acuerdo con la Universidad Nacional (UNA), en ese momento, la provincia caribeña ni siquiera era considerada una zona altamente sísmica.
El Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Costa Rica (Ovsicori) asegura que esa tarde del 22 de abril de 1991 también se registró un tsunami, “el único para el que se han registrado muertes en Costa Rica”.
Indica que el tsunami fue observado desde Tortuguero hasta Gandoca, con una altura máxima de tres metros en Moín.
“Nuestra costa caribeña ha experimentado por lo menos cuatro tsunamis más desde 1746, pero el de 1991 es el más ampliamente documentado”, subrayó la UNA.