La intensa temporada de 17 ciclones tropicales en el Atlántico y la presencia del fenómeno de La Niña ocasionaron un cambio radical en el clima de nuestro país durante el año pasado. Limón, que siempre es más lluvioso que San José, estuvo seco, mientras que el Valle Central y el Pacífico fueron muy lluviosos.
Desde el año 1900, cuando el Instituto Meteorológico Nacional (IMN) comenzó a guardar registros de lluvia en San José, hasta la actualidad, el 2017 se ubicó como el cuarto año más lluvioso en la capital, ya que cayeron 2.550 litros de agua por metro cuadrado, mientras que el promedio es de 1.780 litros.
De igual manera, ese año fue el tercero más seco en el Caribe de los últimos 55 años (fecha en que empezaron los registros en esa región). En la estación meteorológica de Limón se contabilizaron 2.445 litros por metro cuadrado, unos 1.000 litros menos que el promedio anual de esa provincia (3.555 litros).
Este fuerte contraste obedece a factores meteorológicos y oceánicos que afectan toda la región, como bajas presiones, tormentas tropicales, huracanes, frentes fríos y fenómenos como La Niña.
La enorme cantidad de deslizamientos que el año pasado dañaron propiedades y carreteras en varias provincias, no se había visto en décadas.
Lidier Esquivel, geólogo de la Comisión Nacional de Emergencias (CNE), dijo que en mayo del 2017 inició una seguidilla semanal de eventos hidrometeorológicos que se mantuvo por el resto del año y cuando apareció la tormenta Nate, lo que hizo fue acelerar todo lo que se estaba dando.
Luis Fernando Alvarado, experto en climatología del IMN, no dudó en afirmar que el país afrontó un giro de 180 grados en el comportamiento del tiempo en varias regiones del país.
Tampoco titubeó en afirmar que Nate, que nos afectó el 4 y 5 de octubre del 2017, vino a ser el detonante de un año sumamente lluvioso para el Pacífico y el Valle Central y muy seco en el Caribe. Alvarado coincidió con los geólogos de la CNE en calificar a Nate como uno de los peores desastres hidrometeorológicos en la historia del país.
A diferencia de los daños focalizados del huracán Otto, que nos golpeó en noviembre del 2016, la tormenta Nate tuvo una afectación más amplia y en zonas más pobladas, por lo que dejó más muertos (14) y más daños.
En un análisis de los 16 temporales más fuertes de los últimos 30 años, Alvarado concluyó que, tomando en cuenta la proporción de lluvia y el tiempo que duraron, la tormenta Nate tuvo las precipitaciones más altas, ya que en dos días cayeron, en las cuatro regiones más afectadas, 2.100 litros, mientras que en 10 días de afectación de Otto, cayeron 2.282.
Con la tormenta Nate, el Pacífico central recibió 300 litros diarios de agua por metro cuadrado, el Pacífico norte recibió 285 litros, el Pacífico sur, 265 y el Valle Central 200 litros diarios.
Fenómenos devastan pese a no ser huracanes
El informe evidencia que los costarricenses no tenemos que esperar un huracán para sufrir el embate de las lluvias. Un sistema estacionario de baja presión como el que afrontamos entre el 9 y el 19 de octubre del 2011 o tormentas tropicales como Tomas (2010), que afectó durante cinco días o Nate que afectó durante dos días (2017), fueron tan o más destructivas que el paso directo del huracán Otto.
En el caso de Otto, la lluvia acumulada por su efecto indirecto durante 10 días resultó mayor que la de su paso directo el 24 de noviembre del 2016.
Los aguaceros por Otto en Carate de Golfito, península de Osa, Puntarenas, alcanzaron 1.300 litros por metro cuadrado cuando ese huracán estaba en sus fases de sistema de baja presión y depresión tropical, mientras que el máximo registrado por su paso como huracán fue de 300 litros por metro cuadrado en las faldas del volcán Miravalles, Guanacaste.
Sin embargo, en lo que a la fuerza y velocidad del viento se refiere, la entrada de Otto al territorio no tiene comparación, pues aquel jueves tocó tierra a las 11:15 a. m. en Nicaragua con vientos de rotación interna superiores a 180 km/h y a las 2 p. m. entró a nuestro país con vientos de más 155 km/h , velocidad que fue bajando a su paso por Los Chiles y Upala, hasta salir por Liberia (golfo de Papagayo) como depresión tropical.
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Pedro Bustos, campesino de México de Upala, contó que el viento era tan fuerte que las ramas de las palmeras tocaban el suelo por efecto del ciclón y hubo filas de enormes árboles volcados en el suelo y con las raíces expuestas por donde fue la trayectoria de Otto.
Por factores como la circulación de sus vientos, su trayectoria y la disposición de nuestras cordilleras, los efectos de ciclones generan más lluvias en el litoral contrario y por eso, aunque son del Caribe, el Pacífico sufre el embate. "Los del 2017 fueron hiperactivos con un potencial enorme", dijo Alvarado.
Algunos fueron devastadores en islas como Puerto Rico, donde el huracán María arrasó en setiembre pasado o en Texas y Florida, Estados Unidos, donde Harvey e Irma, respectivamente, causaron daños cuantiosos en agosto y setiembre.
De mayor intensidad
Un estudio del IMN revela que desde 1996 esos fenómenos meteóricos han sido más intensos, ya que antes de ese año las lluvias no superaban los 300 litros por metro cuadrado, cifra que fue rebasada con los posteriores eventos.
Los científicos catalogaron como hiperactiva la temporada del 2017, ya que la intensidad fue el doble de una época normal.
En los años con fenómeno de El Niño, desaparecen los huracanes en el Caribe, como ocurrió en el 2015, en que no tuvimos ninguna afectación, pero lo contrario ocurre con La Niña, que el año pasado generó cinco ciclones en el Caribe, de los 17 que hubo en el Atlántico.
La Niña consiste en un enfriamiento anormal de la temperatura superficial de las aguas ecuatoriales del océano Pacífico tropical. Alvarado detalló que el último fenómeno de La Niña comenzó a finales del 2016 y alcanzó su punto más alto en noviembre y diciembre del 2017, lo que acentuó las precipitaciones del Pacífico.
El pronóstico más conservador prevé que en marzo de este 2018 el efecto de La Niña se desvanezca en nuestro país.
Un enero diferente nos sorprendió
El arranque de este año tampoco ha estado dentro de lo normal y el mes que estamos a punto de terminar ha triplicado en algunas zonas la lluvia normal, mientras que las temperaturas han sido más frías.
Alvarado atribuye el cambio a los frentes fríos, que desde diciembre del año pasado han venido de forma recurrente. En enero se juntaron frío y lluvias que han afectado desde Limón hasta Puntarenas.
“Definitivamente el fenómeno de La Niña está ocasionando que en el Pacífico tengamos actualmente más lluvia que el promedio.
En San José, Heredia y Cartago, así como en Limón, las lluvias se explican más por los frentes fríos que han venido con bajas temperaturas y aguaceros”, explicó.
El científico admitió que a ellos, en el IMN, les tomó por sorpresa lo agresivo de esta temporada de frentes fríos, ya que en noviembre habían dicho que no iba a ser tan seria como se ha visto hasta ahora.
“Nos equivocamos por los supuestos que asumimos en noviembre, porque subestimamos lo que creemos que causa una temporada activa de frentes fríos”, acotó.
Desde Canadá hasta México el invierno ha sido el más crudo de la última década y eso impactó al istmo centroamericano.
Alvarado advirtió que las lluvias que restan por caer en el Pacífico podrían ser de un aguacero por semana, hasta desaparecer en marzo, incluso podría darse tormenta eléctrica, que no es lo usual para estos meses en esa zona.
El IMN espera que al desaparecer La Niña y seguir varios meses con una fase neutra, la estación lluviosa de este año se normalice y no sea tan intensa como la del 2017.
En cuanto a huracanes, se espera una temporada tan activa como la del año pasado, a menos de que en el segundo semestre se detectara un fenómeno de El Niño que viniera a aplacarla.
Contrario a La Niña, el fenómeno de El Niño implica un calentamiento de las aguas cerca del Ecuador y repercute con sequías en nuestro país.
Informe revela lenta respuesta de municipios, pese a estragos por lluvias
El más reciente Informe Estado de la Nación, en su capítulo ambiental, deja ver que, pese al embate del huracán Otto, los municipios siguen en deuda con la organización ante desastres, a pesar de que manejan aspectos críticos para la reducción de riesgos.
Solo una cuarta parte de cantones del país cuenta con plan regulador cantonal, que se usa para delimitar áreas, en aras de anticipar el daño potencial de amenazas. De esos planes, la mitad están desactualizados.
El estudio también deja ver que hasta el 2016, solo 55 ayuntamientos tenían plan cantonal de desarrollo humano, pero de ellos solo 17 incluían la variable de gestión de riesgo.
Lo anterior, a pesar de que desde el 2006, la Ley Nacional de Emergencias y Prevención del Riesgo (N.° 8488) establece que se deben incorporar criterios de mitigación y prevención en el ámbito territorial, sectorial y socioeconómico.
Sin embargo, el marco normativo vigente es sumamente amplio y disperso con lineamientos diferentes para zonas rurales y zonas urbanas, lo cual a menudo afecta la interacción entre municipios.
El Estado de la Nación detalla, a manera de ejemplo, que la comunidad de Guararí de Heredia está en una zona con alto riesgo de inundación y se requiere reubicar a unas 10.000 personas, sin embargo su creación se debió a un proyecto de vivienda que se hizo sin considerar ese impedimento.
Prácticamente la mitad de las 81 municipalidades carece de plan regulador y de las que sí lo tienen, la mitad no lo ha completado. Los municipios de Cartago son los que llevan la delantera en ese campo.
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De 61 municipalidades consultadas por el Estado de la Nación, el 88% cuenta con los mapas de amenazas geográficas difundidos por la CNE, pero no todas los usan para valorar el otorgamiento de permisos.
A veces no se conjuga esa información y algunas municipalidades solo se basan en criterios de otras entidades como la Secretaría Técnica Nacional Ambiental (Setena) y el Ministerio de Salud, para autorizar proyectos.
Aunque las 61 municipalidades consultadas tienen comité municipal de emergencias, solo la mitad tiene comités comunales de emergencias, que resultan vitales a la hora de una siniestralidad. Asimismo, solo ocho tienen oficina de gestión de riesgo.
Carlos Cascante, alcalde de Tibás, uno de los cantones afectados por las lluvias del año pasado, dijo que a mitad de este año esperan tener listo el plan regulador cantonal. Ya realizaron una audiencia con vecinos y trabajan en el reglamento.
Afirmó que las 16 familias del barrio Saprissa y 12 de barrio el Murciélago, cuyas casas quedaron inhabitables por deslizamientos, tuvieron que irse.
El Ministerio de Vivienda mantiene el estudio para tratar de ayudar con bonos a 80 familias afectadas por el último temporal y otras de situaciones anteriores.
Cascante también dijo que actualizaron el mapa de zonas de riesgo. Se remitió el informe a la CNE y le solicitaron perforaciones en algunas zonas para determinar si son aptas o no para desarrollos inmobiliarios.
De igual manera, se prohibió el desarrollo de construcciones en laderas cercanas al río Virilla y la quebrada Ribera, con base en lo ocurrido en la última emergencia.
Mayor afectación por zonas en últimos 30 años
*Para el Pacífico central fue por la tormenta Tomas, en el 2010
*Para el Pacífico norte y el Pacífico sur fue por el huracán Otto, en el 2016
*Para el Valle Central fue la tormenta Wilma, que duró 12 días. en el 2005