Guillermo Campos Brenes, agricultor de 58 años, vecino de Cortezal de Barbacoas, recuerda como Puriscal se convirtió en una especie de lugar fantasma durante los meses de sismicidad, en 1990. Muchos vecinos comenzaron a emigrar a casas de familiares fuera del cantón.
El 30 de junio de ese año, cuando ocurrió el terremoto, Campos estaba amarrando hojas de tabaco. Eran las 8:50 a. m. y la tierra empezó a moverse con fuerza. Él dejó todo botado y se fue a ver qué había pasado.
Roberto López Obando, otro vecino de Barbacoas, tiene más grabada en la memoria el temblor del 8 de junio, previo al terremoto, pues ese día empezaba el Mundial de fútbol en Italia.
“Jugaba mi equipo favorito, Argentina, contra Camerún. Estaba cargando unas cajas en un almacén cuando se vino un meneón y las torres de la iglesia del centro se abrían y pegaban contra el resto de la construcción. Camino a la casa vi paredones caídos y cuando llegué a Barbacoas no había agua ni luz, no pude ver partido”, contó.
Otro día que tembló fuerte, recuerda López, la gasolinera se colmó de gente llenando el tanque de combustible para huir. “Me asusté, alisté todo y me fui para San Pedro de Turrubares, donde un amigo que nos dio posada dos semanas. Todas las televisoras entraban y salían de los poblados.
Luego del terremoto del 30 de junio solo un policía y un vecino se quedaron en Barbacoas, vigilando las viviendas”, narró.
El alcalde de Puriscal, Luis Madrigal, rememoró que en algunos lugares las calles se rajaban y en Cortezal las matas de café quedaron flojas.
“La gente dormía apiñada en los patios de las viviendas. Había una incertidumbre muy grande”, acotó.
Mucha gente vendió sus propiedades y se fue por miedo a los temblores, puntualizó.