La cantidad de materiales que lanzó el volcán Poás desde una de sus paredes hacia el lago cratérico el pasado 6 de abril, fue superior a los 100.000 metros cúbicos, el equivalente a lo que cargan unas 10.000 vagonetas. Lo anterior hizo que el nivel del lago creciera casi metro y medio de un solo golpe. Sin embargo, los científicos descartan que dicha erupción marque un nuevo ciclo eruptivo y más bien sostienen que el coloso está en relativa calma.
Expertos del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Costa Rica (Ovsicori), como Geoffroy Avard y Javier Pacheco, indicaron que según las mediciones realizadas horas después de esa erupción, no variaron los parámetros de temperatura, concentración de gases, sismicidad y deformación, lo que confirma que se debió a un proceso focalizado en la fumarola naranja, mientras el volcán, en general, se mantiene estable.
“Este evento ilustra que un volcán activo, en calma relativa o desgasificación pasiva, puede generar erupciones de manera imprevisible o súbita, es decir, sin señales precursoras”, dice el informe. Semanas antes de ese evento volcánico también se habían realizado mediciones, sin que se notara evidencia alguna de lo que ocurrió.
Se trató de una erupción efusiva de gases, pero pequeña, si se le compara con las que hubo entre el 2017 y el 2019 y que obligaron al cierre de ese Parque Nacional durante un año y cuatro meses. Ese periodo de erupciones estuvo caracterizado por lanzamiento de cenizas, rocas y materiales magmáticos que llegaron a varios kilómetros del cráter y que destruyeron el domo o pared de más 400 metros de largo y 40 de alto, que se había formado en la laguna en 1953.
El informe que el Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Costa Rica (Ovsicori) elaboró a raíz de la inspección realizada el pasado 6 de abril, horas después de la erupción, reveló que el volcán permanecía “estable, con bajos niveles de actividad, principalmente en la deformación y la concentración de gases magmáticos”.
Javier Pacheco, vulcanólogo, afirmó que esa erupción ocurrió luego de un deslizamiento en la pared noreste del cráter, debido al debilitamiento de las rocas por la constante erosión y los gases a los que están expuestas. “El desprendimiento provocó una descompresión en la pared, lo que dio origen a la explosión”, dijo.
El punto se conoce como la fumarola naranja, porque en los años 80 por ahí salía un azufre caliente de color anaranjado. La actividad luego desapareció, pero en el 2020 volvió a renacer en la pared noreste del cráter. A mediados del 2021 ya había recobrado la actividad vigorosa y empezaron a salir de ahí “lloraderos” o fuentes de agua caliente, lo que revelaba mayor actividad, la cual debilitó poco a poco la roca. Por tratarse de una pared muy vertical, la fuerza de gravedad deslizó el 6 de abril la roca erosionada y, como cerca de ahí había gases acumulados y agua caliente, se produjo una descompresión.
Lo que ocurrió
El agua se transformó súbitamente en gas, expandiéndose y rompiendo violentamente las rocas, por lo que fueron lanzadas junto con el vapor, barro y fragmentos a una distancia de 150 metros en dirección al lago. La actividad duró unos cuatro minutos y ocurrió a las 2:42 a. m. Como estaba oscuro, solo fue captada por los instrumentos de medición del Ovsicori y de forma tenue por las cámaras de video.
El cambio más notorio fue la aparición de una estructura parecida a un corredor o lengua en el lago, donde quedó un depósito de material visible de unos 150 metros de longitud. Las rocas que se observan varían desde los cinco centímetros hasta casi metro y medio de largo.
Todo ese material expulsado hacia el lago corresponde a una superficie unos 100 metros de largo y 30 de ancho.
Aunque el agujero que quedó en la pared tiene forma de cráter, no se trata de una nueva boca, sino de varias depresiones con fumarolas activas, cuya fuente proviene de residuos de magma que quedaron del último ciclo y que todavía se están enfriando. Las mediciones en esas fumarolas marcan 90 y 110 grados Celsius, lo que según expertos se consideran como bajas temperaturas. Por ahí sale vapor de agua y gases magmáticos como dióxido de carbono, ácido sulfhídrico y dióxido de azufre.
Otro cambio que se observó fue la aparición de manchas de azufre al noreste del lago. Se debió a que la llegada súbita del material removió los sedimentos cargados de ese elemento químico, además de que las rocas también llegaron con partes del mismo.
Pacheco recordó que esa pared cratérica quedó muy inestable desde enero del 2009, cuando ocurrió el terremoto de magnitud 6,2 con epicentro en Cinchona, a escasos 15 kilómetros en línea recta. “Ese sismo desestabilizó toda la pared del cráter, que es muy inestable y en la que anteriormente se han visto deslizamientos, pero más pequeños”, afirmó Pacheco.
Después del informe, no hubo cambios para la visita de turistas, pues los científicos no encontraron riesgos en la zona del mirador que está en una parte alta y a más de 200 metros del cráter. “Fue algo pequeño, probablemente si hubiese sido de día y alguien estuviera en el mirador, hubiera escuchado como un trueno”, explicó Pacheco.
Los sismos volcánicos actuales de baja amplitud y superficiales, de los cuales ocurren hasta 200 casos diarios, muestran que la actividad actual está confinada al sistema hidrotermal. No hay signos en la emanación de gases, temperatura del lago u otros parámetros que, por ahora, revelen cambios a lo interno del volcán y obliguen a realizar variaciones.
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