Marino Protti Quesada, de 62 años, es el quinto de una familia de siete hijos. Nacido en la generación de los Baby boomers, caracterizada por un auge demográfico surgido varios años después de la Segunda Guerra Mundial, creció cuando apenas nacía la televisión e influenciado por los movimientos pacifistas al tenor del rock and roll.
Estaba apenas en la escuela, cuando una asignación lo llevó al núcleo de la Tierra y ahí, con menos de 12 años, descubrió que quería ser geólogo... lo de la sismología llegó después y con ella, la normalidad con la que cualquier tico sabe que si Marino está en la tele, es porque tembló.
Sus padres fueron Roberto Protti Martinelli, trailero, y la educadora Rosario Quesada Benavides. De su niñez, en Heredia, recuerda que jugaban en potreros que estaban detrás de la Escuela Normal de Costa Rica, donde hoy queda la Universidad Nacional.
En aquella época, él era uno de los chiquillos que aprovechaban que el río Pirro todavía era limpio para bañarse en sus transparentes aguas. Jugar bola en los potreros era cosa de todos los días, así como portar una flecha o resortera al cuello y empuñarla para matar pájaros o destruir panales. Esto último todavía le causa mucho remordimiento, pues ahora más bien su principal pasatiempo es la observación de aves y disfruta de su canto y sus plumajes.
“Me gusta la observación de aves. Una de las más bonitas del país es el pájaro bobo, (Momotus lessonii), en todas las especies que tiene. También me gustan las de rapiña. Otras son menos atractivas, pero lograr verlas, a sabiendas de que son muy difíciles de observar, ya es un premio. Me gusta el canto del yigüirro en marzo o abril, cuando inicia la época de apareamiento. Esa ave estuvo a punto de extinguirse, precisamente porque muchos las matábamos con flechas, pero ya se recuperó. A veces, desde las 4 de la madrugada se les oye cantando y me encanta ese trinar”.
Estudió en la Escuela Laboratorio, donde fue un “conejillo de indias” de la Escuela Normal Superior, porque no existía la Universidad Nacional. En primaria las “normalistas” (estudiantes de docencia) hacían sus prácticas. “Quedaba a 150 metros de mi casa y fue en esas mismas aulas donde luego se instauró el Ovsicori (Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Costa Rica). A los 18 años de que dejé la escuela, volví, como profesional, a trabajar al mismo lugar. Tenía mi oficina en la que fue mi aula de cuarto grado”, rememora Protti en una conversación distendida con La Nación antes de emprender una viaje de tres semanas a Sudáfrica.
Creció de la mano del movimiento Scout y cuando entró a la adolescencia, ingresó a la escuela juvenil de Bomberos, así que con 16 años ya era voluntario. “En ese tiempo lo que más había eran incendios por charrales y quemas de cañales. Había una arrocera en Los Lagos, donde sacaban la granza del arroz, que en el proceso se calentaba mucho, y como la tiraban a un patio, ardía espontáneamente. A cada rato había que ir a apagarla, porque el humo afectaba mucho a los vecinos”.
Hoy, este científico reconocido mundialmente por sus aportes a las ciencias de la Tierra y del espacio, reconoce que no son los temblores en escala de magnitud momento los que lo desestabilizan. Lo que verdaderamente lo hace temblar son las líneas de ciertos regímenes dictatoriales, que surgen con matices populistas y luego se vuelven controladores.
Tuvo su temporada como el “Extraño de pelo largo”, la barba como un apóstol y hasta se imaginó de sacerdote; no obstante, al estudiar geología y conocer el tiempo geológico, se hizo ateo. De su mamá, una mujer creyente, catequista y muy apegada a la religión, aprendió a respetar las creencias de todos. “Al enfrentarme a los 14.000 millones de años que tiene el universo desde el último big band y los 4.800 millones que tiene el Sistema Solar, no he visto una participación divina en ninguno de esos estadios”.
Su propio big bang
Y esa iluminación, ese chispazo científico, le llegó en la escuela, pues las ciencias le gustaban mucho y en los 60′s los estudiantes estaban acostumbrados a que les asignaban un tema y eran ellos mismos quienes lo desarrollaban frente a la clase. Esa época la describe con lujo de detalles:
“Uno de los temas que expuse fue sobre la estructura interna del planeta y por eso en sexto grado de la escuela ya había decidido que quería estudiar Geología. Lo de la sismología vino después, gracias a una beca para ir a Japón, porque al principio no me atraía. También me gustó la Matemática. Por el contrario, ninguna materia básica de la ciencias sociales ni tampoco la Filosofía o Psicología me llamaron la atención.
“Mi hermano mayor estudió geología, lo mismo que un primo hermano, Alfredo Mainieri Protti, quien fue el promotor de la energía geotérmica del ICE (Instituto Costarricense de Electricidad) y era geólogo de esa institución. La familia de nosotros tiene como siete geólogos. Eso no es común, pues es una profesión muy poco popular.
“Era muy dedicado al estudio, pero siempre tenía otras cosas que hacer. Llegaba a la casa, hacía las tareas y asignaciones y luego me iba a la calle con los amigos.
“En quinto año de colegio yo militaba con partidos de izquierda. Luego me metí al Seminario menor con la idea de hacerme cura, eran los tiempos de la Teología de la Liberación, que tenía un matiz en Latinoamérica para contrarrestar las abundantes dictaduras militares que habían. Pasaron muchas cosas, cayó el auge de esa teología y dejé el Seminario en 1978.
“Decidí entrar a la Universidad de Costa Rica y estudié Geología, con énfasis en el petróleo. Luego comencé a trabajar en Recope (Refinadora Costarricense de Petróleo) , hasta que apareció una beca para estudiar sismología por un año en Japón y la tomé. Lo hice más que todo para aprender inglés, porque todo el curso era en esa lengua, sin saber que luego la sismología sería mi pasión.
“De ahí regresé en 1984. Federico Guendel, me llamó a construir e instalar redes de estaciones del Ovsicori, que iba naciendo, del cual fui su primer director. En 1997 volví a dirigirlo, y también del 2019 a la actualidad”.
De aquella época académica le quedó el gusto por el cabello largo, que usó, amarrado con una cola, hasta que nació su primera hija, hace 21 años. ”Ella solo se dormía si yo me acostaba a su lado, se agarraba de la cola y a veces daba vueltas o se caía y quedaba guindando de la cola (risas), entonces decidí cortármela. Incluso, hubo una época en que la barba casi me llegaba al ombligo”.
– ¿Y su inseparable boina ?
– Eso fue un regalo que me hizo mi esposa una Navidad (está casado con Anne Marie McCaffrey desde 1994). Ella es estadounidense, pero hija de padres irlandeses y ese tipo de gorra es característica del pueblo irlandés. Me la regaló, me la puse y se me quedó. Ahora que en la parte superior de la cabeza no tengo pelo, más bien me ayuda a mantener la temperatura del cuerpo en lugares fríos o con aire acondicionado.
Es junto a Anne Marie que acostumbra a salir a caminar, sino, hace ejercicio en sus largas caminatas por el campo o en una caminadora que tiene en casa. Eso le permite estar en buena forma. El resto del tiempo el día es una ruleta rusa que gira, muchísimo, en función de sus hijas.
“Por ejemplo lo que se hace con los hijos depende de si hay buseta o no que les lleve a clases y eso hace variar todo. En mi caso a veces tenía que llevar a mis dos hijas a la escuela y colegio y recogerlas. Son de las pocas oportunidades que tiene uno para hablar con ellas y compartir. Hago lo que me piden, a veces paso al supermercado a realizar compras y si tengo que sacar un día de vacaciones para pasar un día con ellas, lo hago.
“Suelo levantarme a las 5:30 de la mañana. A veces antes de las 7 a. m. estoy en la oficina. Prefiero estar ahí presencialmente y no haciendo teletrabajo, a lo que nos vimos obligados durante la pandemia. Antes la mayoría de mis labores eran en el campo, pero ahora tengo muchas reuniones administrativas. No tengo una rutina, porque ella no es parte de la vida de un investigador. Casi siempre trabajo más de la cuenta, porque me gusta y entretiene”.
La influencia hippie
Quienes lo conocen, saben que Marino firma sus mensajes con el símbolo de paz y amor que se popularizó con los hippies a finales de los 60s dentro de un movimiento contracultural que protestaba en Estados Unidos contra la guerra en Vietnam. Se convirtió en el símbolo de paz. “Lo uso desde 1990, con la primera guerra del Golfo Pérsico, porque en ese tiempo estaba con una beca en la Universidad de California y me identifiqué mucho con las protestas contra la guerra. Me convertí en un pacifista y lo comencé a usarlo en el cierre de mis correos electrónicos y mensajes de WhatsApp junto con la frase Paz en la Tierra.
Santa Cruz de California, era un pueblo humanista, liberal, pro derechos humanos y con un ambiente muy bonito para estudiar. En esa misma comunidad se hizo feminista, pacifista y naturalista y por eso es común verlo involucrado en iniciativas sobre derechos de la mujer y de derechos humanos.
– ¿Qué lo hace temblar?
– Me toma fuera de base (risas). ..me crean mucho temor las líneas de muchos países o gobiernos que tienden hacia regímenes más dictatoriales, primero surgen como populistas y luego se vuelven controladores de todo, muchos de ellos con matices religiosos. Eso me asusta y me hace temblar.
– ¿A quién admira más en su vida?
– A mi mamá (Rosario Quesada). Fue una persona muy flexible y a la vez estricta, quien con su orientación y apoyo moral permitió a toda la familia salir adelante. Nos estimuló a todos a estudiar y todos nos inclinamos por carreras científicas y de ingeniería. Somos seis hombres y una mujer, que es la mayor. Un hermano, que tenía un retardo, falleció hace más de 20 años. Mamá nos decía que nadie se casaba hasta que no tuviera un título, y así fue.