Andrey Alberto Calderón Olmazo, uno de los fallecidos por el deslizamiento en Cambronero, se levantó el sábado 18 de setiembre y salió de Puntarenas con un primo hacia San Ramón. Él iba como acompañante de la moto en que viajaban a un paseo que habían programado días atrás.
Después del mediodía, la moto tuvo un desperfecto en una llanta, por lo que Andrey avisó a su familia. Fue ahí cuando Manuel, el hermano mayor, abordó la moto Katana azul, propiedad de su padre, y se fue a ayudar a sus familiares que estaban varados.
Una vez que solucionaron el problema mecánico, el primo de ellos, Junior Charlton Jiménez, de 22 años, emprendió de primero el regreso en la moto reparada, mientras que Andrey optó por irse con su hermano Manuel en la Katana, que iba detrás de la del primo. Ambos hermanos lo seguían de cerca para ayudarle en caso de algún otro desperfecto.
La fuerte lluvia los sorprendió en Cambronero. Los tres iban de regreso para Chacarita, donde Andrey vivía con sus padres, su hermano Manuel y una hermana menor.
Esa tarde, Manuel dice que era tanta la lluvia que casi no se veía la carretera. De repente escuchó un estruendo y vio como se desprendió el material que se llevó el bus y casi de inmediato a ellos. Dieron varias vueltas y fueron arrastrados al guindo.
El primo de ellos, que iba adelante, apenas tuvo tiempo de pasar y esquivar el desprendimiento. Al escuchar el estruendo paró y se devolvió a ver lo ocurrido, pero era tanto el material que solo pudo pedir ayuda y permanecer en el sitio. En cuestión de segundos, sus familiares habían sido arrastrados.
Mi hermano no sentía las piernas
Manuel, quien iba conduciendo, quedó inconsciente. “Al ratito me desperté, busqué a mi hermano y lo vi como tres metros más abajo. Cuando llegué, lo moví. El todavía estaba con vida. Le pregunté ¿estás bien brother? y él me dijo que sí, pero que no sentía las piernas”, explicó Manuel.
A partir de ese momento Manuel lo alzó y trató de llevarlo a un lugar seguro, pero solo pudo avanzar unos 10 o 15 metros entre el lodazal, debido a que su pierna derecha no le respondía. Aún así, buscaba cómo moverse y sacar a Andrey de ahí. Seguía lloviendo, ya comenzaba a oscurecer y en determinado momento, exhausto, optó por sentarse. Abajo podía ver el autobús y escuchaba a la gente gritar y pedir auxilio.
Mientras tanto, Andrey estaba muy nervioso. Manuel lo abrazó, hasta que comenzó a convulsionar, “se me desvaneció en los brazos” y perdió la vida, cuenta el muchacho.
Manuel se quedó con él ahí, hasta que los socorristas llegaron a sacarlos. El cuerpo de Andrey lo pusieron en la carretera y a Manuel lo pasaron a una ambulancia donde le dieron primeros auxilios, para luego trasladarlo hasta el centro médico, pues no podía caminar debido a una lesión en el tobillo y a que tenía muchos golpes.
Ahora dice que, pese al dolor que afronta la familia, él le da gracias a Dios de estar vivo. Afirma que la vida continua y hay que seguir echando para adelante.
Este sobreviviente tiene 27 años y trabaja como supervisor en seguridad privada con la empresa Securitas. Este martes fue a recibir atención médica al Instituto Nacional de Seguros (INS) de Puntarenas, y a tramitar su incapacidad.
Un día antes, la familia había dado sepultura a Andrey, cuyas honras fúnebres fueron al mediodía en la iglesia católica de barrio San Luis, Fray Casiano, y su cuerpo reposa en el cementerio de Chacarita.
Estudioso y leal
Don Alexánder Calderón Hernández, de 47 años, empleado de la Municipalidad de Puntarenas y padre de Andrey, afirmó que era un muchacho hogareño, estudioso y muy leal.
Recientemente había realizado una entrevista de empleo en Sardimar y estaba feliz, porque le dijeron que pronto lo iban a llamar.
Don Alexánder le enseñó a manejar carro y moto. Hace un mes, Andrey había aprobado el curso teórico de educación vial para obtener la licencia. Ese día le mandó a su padre un pantallazo del resultado donde decía que lo ganó con un 90, por lo que ahora estaba en trámites para la prueba práctica de manejo.
Andrey sacó el bachillerato en el Liceo José Martí, luego estudió algunos cursos de computación, servicio al cliente e inglés.
Según don Alexánder, su muchacho era muy dedicado a la casa y el estudio. “Era un hijo ejemplar. Agradezco a Dios que por lo menos lo pude disfrutar 22 años, aunque yo hubiera querido tenerlo toda la vida”, expresó.
La familia agradeció a vecinos, compañeros y amigos por la solidaridad. “De parte mía y de mi familia, le damos gracias a los amigos, que de una u otra forma nos acompañan. Les estamos eternamente agradecidos”, dijo entre lágrimas don Alexánder.
La moto hallada en el precipicio la había comprado don Alexánder en el 2018 para que su hijo mayor, Manuel, se trasladara a su lugar de trabajo en la empresa de seguridad.