5 de setiembre del 2012, 8:42 a. m. Ha trascurrido ya una década, pero en la memoria sigue fresca la sacudida de 7,6 grados, la segunda más fuerte que se ha registrado en nuestro país. El terremoto que se originó en la costa Pacífica de Nicoya, Guanacaste, dejó colapsadas casas, escuelas, templos, hoteles, carreteras y muchas otras estructuras, y algunas de esas heridas siguen abiertas.
La energía liberada aquella mañana bochornosa de la temporada lluviosa fue equivalente a 253 bombas atómicas similares a la de Hiroshima, o 189 bombas de Nagasaki, como las detonadas en Japón, en 1945, dijo Lepolt Linkimer, experto de la Red Sismológica Nacional.
Fue 178 veces más fuerte que el terremoto de Cinchona del 8 de enero del 2009. Empero, no hubo daños más severos, porque el suelo rocoso de la zona del epicentro atenuó su impacto en esa área. En cambio, en los cantones alajuelenses de Poás, Grecia, Sarchí, Naranjo y San Ramón los suelos más sueltos y de origen volcánico favorecieron las mayores afectaciones.
Marino Protti, sismólogo del Observatorio Sismológico y Vulcanológico de Costa Rica (Ovsicori), califica como “impresionante” ese terremoto. Afirma que los estudios previos en la zona permitieron preparar a la población. Agrega que el terremoto no liberó todo lo que estaba acoplado, por lo que aún queda potencial para otro evento, pero no tan grande como el del 2012.
Ese terremoto tuvo la misma magnitud que el de 1991 en Limón, (7,6). Solo han sido superados por el ocurrido a las 10:09 a. m. del 5 de octubre de 1950 en Nicoya, donde hubo ruptura completa de la zona de contacto, de modo que tuvo el doble de fuerza comparado con el del 2012. Es el más fuerte desde que se tienen registros instrumentales y llegó a casi 7,8.
El científico indicó que en Nicoya no hay valles profundos que puedan amplificar ondas, como sí ocurrió en varios cantones de Alajuela.
Fue hasta finales del 2015 cuando terminó la deformación generada por el sismo. Es decir, el deslizamiento en la falla continuó a lo largo de tres años hasta acoplarse otra vez, sin que la población percibiera movimientos, que solo fueron captados por el GPS. Científicamente, ese fue un hallazgo importante, pues para los especialistas fue un terremoto que duró tres años y así lo fueron explicando a lo largo del reacomodo.
Ese terremoto fue deficitario en réplicas, pues aunque se esperaban al menos 10 mayores a 6, solo hubo una de 6,4. De las réplicas mayores a 5,5 se esperaban 100 y solo hubo 10, dijo Protti.
“Yo estaba en mi oficina, en Heredia. Uno tiende a contar los segundos desde el arribo de las ondas primarias para calcular la distancia, eso es como un síndrome del sismólogo. Al llegar las secundarias pensé que había sido en Quepos, pero luego supimos que era el previsto en Nicoya”, añadió.
Antes del terremoto toda la península de Nicoya se hundía 18 milímetros por año, de modo que el mar cada vez llegaba más adentro, erosionaba y se llevaba palmeras, almendros, e incluso ya se estaba llevando las tapias de algunas casas, pero con el terremoto la península se levantó como 60 centímetros, lo suficiente como para que en algunos lugares la marea quede ahora a unos 100 metros más afuera que antes.
Las grietas no se borran de la memoria
La iglesia colonial o templo de San Blas de Nicoya, resultó con daños en las paredes del presbiterio, la sacristía, el techo, y el piso, por lo que se invirtieron más de ¢370 millones para restaurar ese patrimonio histórico, construido en 1644.
Una década después, quedan algunas edificaciones en proceso de reparación como el templo de Carmona en Nandayure, mientras que otras estructuras hubo que demolerlas, como ocurrió con el Hospital Monseñor Sanabria, Puntarenas, donde fueron derribados siete de los diez pisos que tenía.
Ese centro médico fue el más golpeado por el terremoto debido a daños estructurales por dentro y por fuera que obligaron a evacuarlo y a empezar una demolición parcial a partir del 2015. Actualmente solo tres pisos se utilizan. De igual forma, la Caja Costarricense de Seguro Social tuvo que hacer un nuevo hospital que se espera inaugurar el año entrante en barrio Libertad 8 de Barranca, más conocido como el Invu.
En Sarchí, Grecia y otros puntos de Alajuela, así como en Puntarenas, más allá de la física del terremoto, fue el tipo de suelo el que amplificó las frecuencias y generó el gran daño local. Suelos inclinados, arenosos, con capas de ceniza volcánica y en zonas de clima lluvioso inciden en la forma de asimilar las ondas sísmicas.
Lidilia Calderón López, de 72 años, vecina de Rincón de Alpízar, en calle San Jerónimo de Sarchí, perdió la casa de madera donde vivía con sus hijos.
Ella es viuda. Fue uno de sus hijos, Luis Angel, quien logró un bono de vivienda y luego un préstamo de ¢6 millones que todavía están pagando, lo que les permitió levantar la nueva casa.
Al igual que a muchos damnificados, las autoridades les ofrecieron una solución de vivienda en un complejo multifamiliar que nunca llegó. Por suerte, a ella le quedó el terreno y pudo rehacer ahí mismo su casa. En Sarchí más de 20 viviendas tuvieron daños parciales y totales, mientras que en todo el país hubo unas 169 casas afectadas.
Doña Lidilia recuerda que ese día ella andaba en Sarchí, haciendo mandados. “Yo solo pensaba en mi casa. No sé en qué momento me vine a pie desde Sarchí. Al llegar lo primero que hice fue preguntar por mis nietos e hijos y agradecer a Dios, porque todos salieron a tiempo de la casa que quedó en ruinas”.
Dice que una muñeca grande, que le habían regalado los hijos, la tenía en su cama. Encima de ella cayó un block. Esa imagen le quedó grabada y la llevó a pensar que si ese terremoto hubiera sido en la noche, ese block la pudo haber matado a ella.
Con fondos de cabalgatas
El templo de Bellavista, distrito de Porvenir, en Nandayure, fue un ícono del terremoto, pues el campanario, varias paredes, el piso, las puertas y algunas partes del techo quedaron hechas añicos y esa foto circuló en medios nacionales e internacionales. Hubo que demolerlo y fue hasta el 17 de julio del 2017, cuando se inauguró la nueva edificación.
María de los Angeles Moreira, lugareña de 36 años, indicó que cuando ocurrió el terremoto ella vivía en San Antonio del Tejar, Alajuela, pero como su esposo es de Nandayure solían ir en Semana Santa y en Navidad a esa iglesia en Bellavista, de modo que les conmovió ver en las noticias como quedó.
“Fue demasiado duro, la escuela también tuvieron que hacerla nueva”, dijo Moreira, quien hace seis años se fue a vivir en Bellavista.
Al quedar sin templo, las misas, que se celebraban todos los sábados en la tarde, tuvieron que hacerlas en el comedor de la Iglesia, que fue lo único que soportó el sismo.
Explicó que mediante cabalgatas, carreras de motocross, rifas y turnos, lograron levantar la nueva estructura. También hubo donaciones de cemento y piedra. Con mano de obra local e incluso con ayuda de gente de Palmares, poco a poco levantaron la nueva iglesia en un proceso que duró más de un año.
El 17 de julio del 2017 fue inaugurada y su costo rondó los ¢50 millones. Antes la fachada daba al sur, ahora quedó hacia el este. En ese pueblo viven unas 60 familias. En la iglesia de Carmona que queda como a 9 kilómetros, también hubo daños en el techo y paredes, los cuales aún no han terminado de reparar, pues se trata de un templo más grande.
Otro templo que sufrió daños fue el de Naranjo, Alajuela, según Gerardo Chaves, vecino, se desprendieron partes de concreto, había grietas en el techo y algunas paredes, de modo que hubo que repararla y pintarla.
En San Ramón de Alajuela, hoteles como El Castillo y El Millón sufrieron daños cuantiosos, lo mismo que algunos hospedajes al pie del volcán Arenal, en San Carlos, tales como el hotel Resort Essence Arenal, que tuvo que cerrar por un tiempo.
En la parte sur de Grecia, en barrio Cementerio, doña Ana Cecilia Zeledón Zeledón, de 69 años y su madre María Guadalupe Zeledón Barrantes, de 88, dijeron que el terremoto causó daños severos en el cementerio; sin embargo, ellas se imaginaban que había sido peor.
“Esa vez no pudimos ni terminar de desayunar, porque se sentían algunas réplicas. Nos quedamos oyendo las noticias y esperando a ver qué pasaba”, dijo Ana Cecilia.
“Antes yo era pendejísima, porque desde niña mi abuelita y una tía, cada vez que temblaba, le daban vuelta a una mata de chayote diciendo ‘Santo Dios, Santo fuerte, misericordia Señor’ y eso nos traumó. Yo tenía como nueve años y pensaba que el mundo nos caía encima”, afirmó Ana Cecilia.