Solo unos meses después del golpe de Estado que los hermanos Federico y José Joaquín Tinoco Granados propinaron al gobierno de Alfredo González Flores en 1917, el volcán Irazú, conocido entonces como “El Centinela del Valle Central”, inició un potente ciclo eruptivo que se perdió en la memoria histórica debido a la convulsión política y otros acontecimientos de esos años.
Tres científicos de la Universidad de Costa Rica (UCR) se dieron a la tarea de escudriñar periódicos de la época y los apuntes de colegas que, en aquellos años, hicieron todo lo posible por documentar las erupciones y sus consecuencias. En ese tiempo, el conocimiento sobre los procesos geológicos y vulcanológicos era incipiente en Costa Rica, y la ciencia estaba limitada por la clausura del Instituto Físico Geográfico Nacional, en 1910.
A la luz de los conocimientos actuales, Mauricio Mora, Gerardo Soto y Giovanni Peraldo, geólogos de la UCR, analizaron 160 noticias, así como documentos históricos y científicos, para concluir que ese ciclo eruptivo fue significativo y tuvo cierta similitud con las erupciones del volcán Turrialba entre el 2014 y el 2016. Las erupciones del Irazú entre 1917 y 1921 fueron menos intensas que las registradas entre 1962 y 1965; sin embargo, tuvieron efectos muy fuertes en la economía del país, sustentada principalmente en la producción de bienes agrícolas.
Al sacar a la luz una erupción olvidada, el estudio brinda más claridad sobre cómo el país debe prepararse ante amenazas volcánicas. Las narraciones de periódicos como La Información, El Renacimiento, La Verdad, La Prensa, El Heraldo de Puntarenas y Guanacaste, y Diario de Costa Rica, sobre la caída de cenizas ardientes, muerte del ganado, cultivos arruinados y afectaciones en la salud debido a la ceniza, dejan ver la magnitud del fenómeno que enfrentaron los pobladores a inicios del siglo XX. Algunos lo vivieron por partida doble, ya que hubo quienes presenciaron también la fase eruptiva del volcán entre 1962 y 1965.
Durante el siglo pasado, además de esos dos grandes ciclos, el Irazú tuvo otras erupciones más pequeñas en 1928, 1930, 1933, 1939 y 1940. Después de casi 60 años de inactividad, la interrogante ahora es cuándo se despertará y con qué fuerza. Los investigadores afirman que, con la información disponible sobre ese milenario volcán, es imposible saberlo con certeza.
En el documento explican que el conocimiento histórico y prehistórico de la actividad eruptiva explosiva del Irazú solo permite sugerir que las erupciones magmáticas y freatomagmáticas con alto índice de explosividad ocurren en periodos de retorno de 200 a 400 años. De hecho, la erupción más trascendente posterior a la de 1723 no se dio sino hasta 1917, lo cual se evidencia al analizar las tefras o depósitos de cenizas y sedimentos en la cima del volcán. Sin embargo, episodios de menor rango pueden ocurrir distanciados por décadas, pero después de muchos años de calma.
El estudio recién concluido deja claro que el Irazú puede lanzar cenizas de diferentes grosores, algunas de las cuales llegan hasta las islas del golfo de Nicoya. También se evidencia que en los dos ciclos más fuertes del siglo pasado bajaron lahares o materiales volcánicos por el río Reventado, aunque solo en las avalanchas de 1963 hubo registros de devastación de fábricas, casas y fincas en el trayecto hasta las planicies de Taras y El Tejar, posiblemente porque había más pobladores y estructuras. En 1919, al menos 22 noticias constataban la presencia de lahares en ese río.
De igual manera, se confirma en ambos ciclos que las erupciones producen flujos piroclásticos o nubes de altísimas temperaturas que se forman en la cima. También se evidencia que el volcán puede lanzar balísticos o rocas ardientes en poblados cercanos a la cima, en diferentes direcciones y de tamaños muy variados.
El origen del ciclo eruptivo en un contexto agitado
Las principales erupciones entre 1917 y 1921, coincidieron con el desarrollo de la Primera Guerra Mundial, entre 1914 y 1918, que también afectó la economía de muchos países, incluido el nuestro.
El 27 de enero de 1917, Federico Tinoco, Secretario de Guerra y Marina, con la ayuda de su hermano menor, José Joaquín, derrocó al presidente Alfredo González Flores en un golpe de Estado. Además de eso, entre 1914 y 1918 ocurrieron epidemias sucesivas de sarampión y tosferina, así como casos de dengue y, en 1920, llegó al país la parte final de la pandemia de gripe española.
Se trata de factores que irrumpieron abruptamente y trastocaron la cotidianidad social, de modo que en los medios de comunicación las noticias sobre las erupciones fueron relativamente escasas.
Erupciones en medio de convulso clima político
Irazú entró en actividad en año de golpe de Estado
FUENTE: Mauricio Mora y otros / UCR || INFOGRAFÍA / LA NACIÓN.
El primer reporte de ese ciclo eruptivo en el Irazú se atribuye a Juan Gómez, Paula Gómez y Rubén Sánchez, peones de la finca de Alfredo Volio, quienes el 29 de setiembre de 1917 alertaron sobre los “chorros de humo” saliendo de las bocas cuando iban para el sitio conocido como Volcán Nuevo. Al ver esa actividad, se devolvieron.
Una semana después, el periódico La Información se refirió a esa actividad en el volcán Irazú gracias a un reporte que recibió desde Tierra Blanca. “Anoche, a las diez, tuvimos noticia de fuente fidedigna, de que de Tierra Blanca habían comunicado a Cartago que el volcán Irazú estaba echando grandes columnas de humo y llamas... el agente de Policía de Tierra Blanca, pueblo situado en las faldas y muy contiguo al Irazú, avisaba por telégrafo que ese volcán estaba arrojando columnas de humo y llamas y que con ese motivo había gran pánico entre los habitantes de la pequeña población…”.
Entre el 8 y el 16 de diciembre de 1917, la desgasificación se mantuvo con altos y bajos, hasta que el 17 de diciembre en la noche la actividad se intensificó y culminó con la primera erupción de cenizas. La descripción de un vecino en el periódico La Información narra cómo en la madrugada lo despertó un ruido prolongado que parecía venir del centro de la tierra, distinto a los retumbos corrientes que solían escuchar.
Asustado, salió de la casa y vio que llovían cenizas y escorias volcánicas en gran cantidad. Cuando amaneció, pudo ver que todos los lugares cercanos estaban cubiertos de esos materiales. Los árboles completamente llenos de polvo volcánico daban el efecto de bosques nevados. Por todas partes había señales evidentes de que había caído una verdadera lluvia de piedras. Esa vez el material más fino llegó hasta San José.
Esas descripciones sugieren a los científicos Mora, Soto y Peraldo la ocurrencia de nubes de vapor ardiente o corrientes piroclásticas diluidas, así como la expulsión de partículas milimétricas de lava fragmentada, llamadas lapilli.
Cenizas llegaron hasta el golfo de Nicoya
San José, Alajuela y Heredia con mayor afectación por actividad del Irazú en 1917 y 1918
FUENTE: Mauricio Mora y otros / UCR || INFOGRAFÍA / LA NACIÓN.
El 30 de agosto de 1918, la ceniza llegó hasta Santa Bárbara de Heredia. En octubre, el cráter arrojaba con fuerza negras columnas de humo a gran altura. Los vecinos creían que con las lluvias la ceniza no caería más, pero seguía en el aire. “Se ha notado que está cayendo no solo blanquecina, sino escorias en forma de granitos de carbón, que molestan demasiado, pues se introducen en los ojos, produciendo escozor”, dice el diario La Verdad. Muchas personas usaban paraguas para liberarse de esa lluvia y evitar el deterioro de sus trajes, pues el material caía aún caliente y quemaba la piel y la ropa, también causaba pequeñas quemaduras a los animales que bramaban y corrían.
José Fidel Tristán, entomólogo de la época que contribuyó en muchos otros campos científicos, dijo que el 30 de noviembre de 1918 ocurrió la erupción más formidable del Irazú, a eso de la 1:30 p. m. Fue una explosión violenta y se escuchó en un radio de 15 km, e incluso a mayor distancia. En la finca El Roble, ubicada cerca de la cima del Irazú, al momento de la explosión unos testigos narraron que venían con dos bestias cargadas de palmitos por la planicie del volcán, y “fue tal el susto y el pánico que de ellos se apoderó al oír aquellos retumbos y aquellas bocanadas de humo y cenizas, que corrieron a quitar las cargas de las bestias, echándolas en un barranco, para montar a caballo y salir de aquel lugar a todo escape, como alma que lleva el diablo”.
La columna habría tenido dos fases, una de material grueso del que una parte cayó en Coronado, pues alcanzó unos 18 km hacia el oeste y 11 km hacia el sureste, así como otra de partículas menos gruesas que alcanzaron hasta unos 60 km hacia el oeste-noroeste. Las cenizas más finas llegaron hasta el golfo de Nicoya, a unos 110 km en línea recta hacia el oeste. Esto implica que la altura de la columna eruptiva tendría que oscilar entre los 5 y los 8,5 km sobre el nivel del cráter, según los parámetros actuales de medición. Durante el ciclo de cinco años hubo más de 71 erupciones, las más fuertes entre agosto y noviembre de 1918.
Los daños
La producción agropecuaria fue impactada desde la primera erupción en diciembre de 1917. Los potreros de Tierra Blanca quedaron cubiertos de una espesa capa de ceniza y materiales volcánicos, a tal extremo que el ganado no podía comer. Muy pronto se hizo necesario llevarlo a parajes de clima frío entre el cerro de la Muerte y Cartago.
Otra complicación fue la escasez de mano de obra en las fincas por temor a las erupciones, pues muchos peones abandonaron las faenas. Asimismo, al impactarse las fincas y el ganado, la producción de leche y sus derivados también bajó y afectó a muchas familias incluso del este de la capital. Se percibía un sabor amargo y bastante desagradable en la leche por las cenizas volcánicas que las vacas ingerían al pastar.
Lo anterior coincide con el aumento del 100% en el precio del queso durante el segundo cuatrimestre de 1918. “En la finca del señor Gutiérrez, se hacen de ordinario hasta tres quintales de queso (300 kg), cuando caen cenizas, esa producción baja a un quintal y medio, cuando mucho”, refiere el periódico La Información. El problema llegó a San José, pues muchos pobladores eran abastecidos de leche y quesos procedentes de aquellas fincas.
También el ganado se enfermaba y moría por la ingesta de la ceniza que cubría el pasto. En una finca en Coronado se informó que más de cuarenta reses murieron intoxicadas por las sustancias de la ceniza volcánica. Otra noticia advertía de lecherías con producción reducida a un 40%, y de finqueros que contaban por docenas sus pérdidas de ganado, así como la pérdida paulatina en carnes, quedando las reses en estado cadavérico. Hubo alza en el precio de la leche y perjuicios incalculables al ganado.
José Fidel Tristán reportó que las fincas situadas varios kilómetros al oeste del cráter sufrían mucho con la caída de ceniza que destruyó los pastos y sembrados, principalmente de cebollas, frijoles y papas. Las hojas de las cebollas se secaban por completo, mientras que en las plantaciones de papas, al noroeste del volcán, el espesor de la ceniza echaba a perder los cultivos. También se comentaba sobre las pérdidas en los cultivos de trigo, así como en las milpas, lo que hacía propensas las fincas a la acción de plagas.
Cenizas olvidadas
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