“Quemado completamente, con un temblor de vida sosteniéndose en pie de milagro, un novillo agoniza. Desde la oreja, un hilo de sangre viva desciende como presagio de muerte. A pocos pasos, un toro ciego y lleno de quemaduras trata de embestir todo ruido que se le aproxima. Lo demás: carne hinchada o deshecha. Cráteres formados por piedras enormes. Tierra quemada. Árboles negros y desnudos. Zinc achicharrado”.
El ambiente era desolador. Desde zonas cercanas a La Fortuna, el periodista Miguel Salguero detallaba las más crudas muestras de devastación que había dejado el volcán Arenal con su despiadada insolencia.
Su crónica, titulada Atrás quedó el infierno , se publicó en la página 12 del 31 de julio de 1968, dos días después de que el monstruo iniciara su último y actual período de violenta actividad.
“En nuestras espaldas, el ruido sordo y la nube negra. Veinte personas en búsqueda de cadáveres”, relató Salguero. “Todos sobrecogidos en el mundo muerto de Tabacón”.
Tomó a todos por sorpresa. Antes de ese año, se debatía si el Arenal era siquiera un volcán y se le llegó a conocer como el “cerro Arenal”.
Ese 29 de julio, quedó claro: de cerro no tenía nada. La explosión del coloso de unos 7.500 años destruyó las comunidades de Tabacón y Pueblo Nuevo, mató al menos a 87 personas y creó tres cráteres.
“El Arenal, que se ha mantenido inactivo desde tiempos inmemoriales, entró en violentísima actividad ayer, expulsando cenizas y lava que cubren una extensa zona de la provincia de Guanacaste”, se leía en este diario el 30 de julio.
“Doce muertos y dos familias desaparecidas se reportan en Pueblo Nuevo de Florencia, San Carlos. Las poblaciones de Arenal y Pueblo Nuevo fueron evacuadas desde tempranas horas de ayer. Varias personas resultaron quemadas en Arenal por rocas incandescentes lanzadas por el volcán”.
Aterradas familias se rascaban los ojos mientras la nube negra los perseguía, terrenos de arroz y ganado se ahogaban en ceniza, un guanacasteco mostraba cómo el tóxico polvo cubría la zona de Cañas, y casas enteras quedaron en las ruinas.
El volcán no tuvo piedad.
“Reporta nuestro redactor de la zona de desastre que varias casas –se presume que algunas de ellas con familias dentro–, quedaron sepultadas por piedras, ceniza y barro. Al iniciar la erupción, el volcán lanzó una explosión de gas que quemó a muchas personas. A las 9:30 p. m. se nos reportó desde Cañas que estaba temblando en la zona constantemente”.
A las 3:30 p. m. de ese martes, en el pequeño cementerio del destruido pueblo Arenal, un grupo de hombres sucios y sudorosos, encabezados por el obispo de Tilarán, monseñor Román Arrieta, daban sepultura a 36 de los cadáveres que quienes perecieron el lunes calcinados por el calor de las rocas o asfixiados por las cenizas.
“A los rezos y responsos fúnebres del obispo, respondía con un trueno sordo y empavorecedor el viejo volcán que se creía extinto y que despertó de pronto para sembrar la muerte y la destrucción en una de las zonas agrícola–ganaderas más ricas del país–”, se informó.
“Temprano en la mañana, otro grupo de quince cadáveres había sido sepultado por las patrullas de rescate por Ciudad Quesada. Las quince personas habían sufrido pavorosas quemaduras producidas por la lava y las rocas incandescentes lanzadas por el volcán en su primera erupción”.
En ese momento, nada se sabía de las 15 familias que habían desaparecido en la zona y cuyos hogares se reportaron totalmente destruidos.
“Hoy todo es desolación. Hoy todo es muerte y pánico en la zona. El volcán Arenal sigue amenazando con sus retumbos y sus lluvias de cenizas. Lo del Irazú hace algunos años ha quedado demasiado pequeño a la par del Arenal. Aquel volcán afectó más las ciudades, los centros urbanos, las zonas de los grandes edificios y las calles pavimentadas, aunque también azotó la ganadería”, continúa el texto.
“Lo del volcán Arenal se clavó en el corazón de la zona rural guanacasteca. De aquella tragedia del volcán Irazú se supieron los nombres de los muertos. Fueron pocos, no llegaron a la docena. De la tragedia del Arenal nunca se sabrán los nombres... todos los nombres. La furia del Arenal no ha permitido ni eso”.