El 17 de enero del 2002, un grupo de secuestradores raptó a Fabio Garnier Fernández, hijo del dirigente de fútbol Fabio Garnier Nieto. Por su liberación exigían ¢40 millones. Así comenzaría una tortuosa saga que se extendía durante varios años, sin un final feliz.
Los secuestradores se pusieron en contacto con la familia Garnier a través de dos llamadas telefónicas. Sin embargo, la comunicación mermó en los días venideros.
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La falta de inicios, testigos y pistas en general complicaba el trabajo del OIJ. Solo se había encontrado el carro de Garnier, en Mutiplaza, el propio día del secuestro.
Dentro del vehículo no había prueba importante.
Con los meses, las posibilidades de que Garnier apareciera vivo parecían esfumarse.
El 23 de mayo del 2003, por fin hubo algo de luz: los investigadores encontraron, en una caseta de teléfono público, un disquete con instrucciones sobre dónde dejar el dinero que los delincuentes pedían y cómo proceder con el trueque. El disquete apuntaba a un colombiano de apellido Castillo, supuesto negociador del secuestro.
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Para noviembre del 2004, se atrapó a otros tres sospechosos. El día 24 de eses mes, el OIJ localizó un cuerpo bajo tierra y cemento. Una prueba de ADN confirmó que, en efecto, se trataba de los restos de Fabio Garnier.
Finalmente, en mayo del 2007, dos hombres fueron condenados por el secuestro –mas no por el homicidio– de Garnier.
Frank González recibió 17 años de pena; Antonio Zeledón, quien era amigo de Garnier y había pedido un préstamo a su padre previo al secuestro, recibió 18 años.