Todo comenzó a la 1:50 p. m., estaba por comenzar la sesión de los lunes, cuando por la puerta norte del segundo piso llegaba velozmente un grupo de hombres que bajó del tercer piso. Cerraron las puertas con cadenas, para impedir que alguien entrara o saliera. Con ellos entró el jardinero de la Corte, al que se habían topado en el trayecto y lo retuvieron para no dejar testigos libres.
Vestían trajes militares verde oliva, pasamontañas y boinas. Portaban armas pesadas y emitían gritos ensordecedores. Sus pasos y equipos golpeaban ferozmente el piso de la oficina de Corte Plena, creando ecos y un efecto de tambor, recuerda el exmagistrado Ricardo Zeledón Zeledón, hoy retirado y vecino de Curridabat.
Según relató, estaban completamente distraídos, conversando del clásico entre Saprissa y Heredia del día anterior (que había quedado 6-3 en favor de los florenses) y se disponían a empezar la sesión de Corte Plena, cuando los sujetos les aclararon que aquello no era un simulacro, ni mucho menos una broma. La conmoción los invadió.
Los cabecillas con sus armas controlaron la mesa oval, con capacidad para 22 personas. Se identificaron con el pseudónimo de Charlie (Guillermo Fallas) y Pantera (Gilberto Fallas).
Alborotaron el recinto vociferando órdenes a gritos, con una pobre y fingida pronunciación colombiana. Advirtieron que era un secuestro y que eran el Comando de la Muerte que venía de Colombia.
“A quienes desobedezcan los matamos aquí mismo, estamos preparados táctica, militar y mentalmente para el golpe”, dijeron, mientras dominaban psicológicamente el escenario.
A los 19 magistrados y cinco funcionarios del Poder Judicial los tiraron al suelo bocabajo en la alfombra. Los ataron con las manos detrás de la cabeza y les amarraron la piernas, con cinta amarilla y mecates. Unos quedaron con su espalda sobre el piso y otros viendo hacia el suelo.
Una vez inmovilizados, los captores apagaron todas las luces. Así fue como la veraniega tarde de abril fue invadida por las tinieblas. “Estábamos en una especie de búnker que no tenía ventanas. Solo una puerta que era para el ingreso de funcionarios, y otra, de poco uso, para el público”, explicó Ricardo Zeledón.
LEA MÁS: Protagonistas del secuestro de la Corte revelan hechos inéditos 30 años después
Según su relato, escogieron a dos magistrados para estar atados y muy cerca de supuestas bombas aledañas a las puertas. Rodrigo Castro quedó en la puerta sur.
Una vez que estuvieron atados, un secuestrador buscó a don Edgar Cervantes, presidente de la Corte. Lo llevaron al teléfono y llamaron a Rafael Ángel Guillén, director del OIJ, a quien Cervantes le informó que un comando armado los tenía como rehenes.
Por la gravedad, Guillén se comprometió a encargase inmediatamente del caso. Los captores pidieron con urgencia un radio y un televisor, lo cual les fue concedido. Rodrigo Montenegro, magistrado rehén, fue designado para recoger los equipos a medio camino entre el primer y el segundo piso. Ellos le seguían con sus armas a pocos metros.
Las horas pasaron y cuando Ricardo Zeledón notó a Cervantes más calmado por los malos tratos recibidos y las amenazas de que podía pasar algo como en Colombia, le pareció oportuno relatarle brevemente lo ocurrido con la toma del Palacio de Justicia de Colombia, en 1985, de cuyos hechos había leído años atrás.
Según Zeledón, a la mañana siguiente, desde la madrugada, cámaras televisivas y periodistas se apostaron en los cuatro lados del edificio para reportar, en directo, lo que inicialmente se atribuía a colombianos.
Por ser un grupo de personas acostumbradas al razonamiento y a la búsqueda de soluciones, los magistrados se proponían a resistir hasta que los captores perdieran la paciencia o se vieran encerrados sin salida. Nadie formuló negociaciones o propuso soluciones al comando. Las magistradas Zarella Villanueva y Ana Virginia Calzada eran, a juicio de Zeledón, el mejor testimonio de valentía, prudencia, sabiduría y paz interior.
La posición de los rehenes, en apariencia tímida por falta de acciones valientes, intentos de fuga o confrontación armada, fue muy meditada, mientras crecía el sentimiento nacional de solidaridad.
El primer día todos recibieron cambio de ropa, medicinas y productos de limpieza con excepción de Zeledón, quien por su condición de separado, no recibió nada. Fue hasta el día siguiente que su madre, Zoa Zeledón, le envió medicamentos y artículos de limpieza.
“Decidí dejarle a Dios mis problemas externos, como la salud de mi madre enferma y la condición de mi hija Leda, embarazada de su segundo hijo”, relató.
Añade que aunque la situación lo tenía estreñido, en una ocasión pidió a los captores autorización para ir al servicio sanitario, con la intención de asearse, por lo que lo enviaron con dos hombres armados, uno se adelantó para revisar el sitio y el segundo le dijo que debía hacer todo con la puerta abierta. Inicialmente habían habilitado un tarro de basura dentro del salón, para que los varones orinaran ahí, pero estaba roto y aún así era lo que había durante el primer día.
LEA MÁS: 30 años del secuestro de la Corte: Magistrado tuvo un rifle al alcance de la mano
Llamada de novia lo descompensó
El martes 27 de abril, Zeledón presenció lo que considera un capítulo dramático. La novia de Gilberto Fallas, que era una jueza, lo llamó por teléfono.
A ella le aterrorizaba un inmenso baño de sangre, donde los secuestradores serían los primeros muertos. En contraposición, Gilberto le respondía con optimismo y le repitió muchas veces que lo hacía por la salud de Guillermo, su hermano, justificando la necesidad de realizarle una operación privada fuera de Costa Rica, cuyo valor era muy alto.
Minimizando cualquier peligro, Gilberto la invitó escaparse con ellos en el avión del Gobierno con destino a Brasil, Argentina u otro país del sur. Le dijo que obtendrían salvoconductos. La conversación duró mucho y al final Gilberto Fallas se desmoralizo y se fue al fondo de la Sala, donde se sentó a llorar.
Poco antes de esa llamada, el magistrado Luis Paulino Mora, quien se había salvado de quedar como rehén pues aquel 26 de abril estaba fuera del país, había hablado con la novia de Gilberto y le pidió convencerlo de deponer las acciones y entregarse.
Conforme pasaba el tiempo, los magistrados y demás rehenes se aferraban a la esperanza, y acordaron pedir a Dios que los sacara con vida de aquel trance.
En el área central rezaron un Padrenuestro. Hugo Picado, pastor bíblico y Luis Fernando del Castillo, católico practicante, imploraron a Dios y pidieron la intercesión de la Virgen María para que su Hijo los librara de cualquier mal.