“La población penitenciaria no está preparada para compartir espacios con transexuales. Para nada. Ellos piensan que, cuando una de nosotras llega, pueden violarnos y hacer con nosotras lo que quieran. Y no es así.
”A mí me violaban todos los días y es un episodio que, por más que quiera olvidar, no lo logro”. Estas son palabras de Nataly Monge Brenes, de 22 años, quien estuvo encerrada por seis meses en una de las 44 celdas individuales del ámbito F (Máxima Seguridad vieja).
El delito que cometió fue un abuso sexual en perjuicio de un menor de edad y su condena es de seis años. Es decir, su perfil no es de un reo peligroso, pero, de igual manera, permanecía recluida en ese módulo, mejor conocido como las “tumbas”.
¿Por qué? “Me encerraron aquí para evitar que me violaran todos los días y es injusto que yo me tenga que esconder para que no me hagan daño”.
‘Doble castigo’. Pese a que admitió sentirse más tranquila y protegida entre esas cuatro paredes, calificó las condiciones como “inhumanas”.
Al momento de la entrevista, Monge detalló que el servicio sanitario estaba obstruido desde hacía una semana y debía convivir con el olor a excremento. “Es inhabitable. La atención médica, por ejemplo, también es poca”.
Pero más allá de criticar esas condiciones, reprochó tener que “vivirlas sin merecerlo”.
“Yo no tengo por qué estar aquí. Entiendo el delito que cometí y estoy dispuesta a pagar por ello, pero no maté a nadie para que me tengan aquí”.
Reclamó que el sistema penitenciario la hace pagar un doble castigo, debido a que los reos que supuestamente le hacían daño están más “cómodos que yo”.
“Ellos se quedaron en lugares que, si bien están hacinados, te podés movilizar y no estás encerrado todo el día sin ninguna comunicación (...). No es posible que no se ofrezcan otras alternativas a las personas que tienen problemas de convivencia”.