A Glenda Ávila, de 40 años, la encontramos en el centro de El Roble. Ella es oriunda de Ipís, pero llegó hace tres meses y medio a ese puerto con el objetivo de dejar atrás un pasado de 32 años de adicción.
Un resentimiento hacia su madre, que la golpeó cuando, a sus siete años, ella la buscó para contarle que un amigo de la familia la había tocado, fue el punto de origen para que Ávila cayera durante muchos años en el consumo de crack y otras drogas.
Lo anterior porque ese mismo sujeto la violó al año siguiente y ella prefirió callar. Desde entonces, comenzó a andar en la calle y a sufrir todo tipo de agresiones. Nunca se imaginó hasta donde la llevaría esa vida.
Por años durmió entre cartones, prostituyéndose para mantener su adicción, según ella misma relata sobre ese pasado que quiere superar.
“Me hice de una pareja agresora, me pegaba, me fracturó la nariz, me embarazó y me dejó botada”, contó Ávila, quien es madre de tres mujeres, hoy mayores de edad.
Ella relató que no solo consumió crack, sino también cocaína, marihuana, ácidos, anfetaminas, morfina, tramal, hongos y otras drogas. Siempre andaba armada con un cuchillo de carnicero y se cuidaba porque en la calle, admitió, las mujeres son sumamente vulnerables.
Ávila consumía hasta 70 dosis de crack al día, a veces acompañado de licor. Cada piedra cuesta unos ¢1.000, así que se prostituía. "Esa es la forma de sobrevivencia, estaba con hombres y cuando podía les quitaba el dinero que andaban, los asaltaba. También vendía latas, chatarra, cobre y lo que fuera para comprar crack“.
Ahora ella tiene claro que la adicción a la droga no es una deficiencia moral, sino una enfermedad física, mental y emocional, por eso a las personas les cuesta tanto dejarlo.
Las manos se le llenaban de callos por sostener el tubo caliente del crack y se le ponían amarillas por el consumo de marihuana.
Hoy, con más de 10 meses de haber dejado las drogas, lamenta que sea tan difícil salir adelante, porque la sociedad les da la espalda. "La imagen es de que somos basura, y no es así. Somos mujeres inteligentes, tratando de sobrevivir", aseguró.
Sobre la recuperación, dijo que hay que dar a los adictos una motivación de vida, para que vean que valdrá la pena el esfuerzo.
El cuerpo sufre.
Al que consume crack, el cuerpo le pide cada vez más y si no consume, empieza a sufrir vómitos y diarreas.
Ávila dice que solo con ayuda de grupos como Narcóticos Anónimos y de algunas organizaciones o de los mismos hospitales, es que se puede salir adelante. Además, en su caso a ella la apoyan una tía y una prima que viven en Puntarenas.
Recientemente y debido a una fractura en su mano derecha, fue al hospital y por pruebas que le realizaron, los médicos descubrieron que tiene males cardíacos, al parecer como consecuencia de tantos años de consumo de drogas.
"Dice el psiquiatra que soy una sobreviviente de la sociedad", afirmó la mujer poco antes de volver al albergue de la Fundación Ofir, en El Roble, donde trata de rehacer su vida.
“Hoy tengo un Dios que ha llenado mi corazón y me está ayudando a surgir día con día. Tengo una tía y una prima que me están motivando. Ellas son un amor y me iban a ver al hospital. Eso estimula, porque la mayoría de los adictos tienen la relación con la familia muy dañada”, expresó Ávila.
Como parte de su recuperación, ella terminó la primaria y realizó algunos cursos de hidroponía y otros sobre manipulación de alimentos. También ha aprendido sobre adicciones, para ayudar a otros adictos más adelante. "Por el momento me estoy ayudando a mí".