Un viaje a Costa a Rica, durante 15 días, para celebrar que finalizó la licenciatura en Administración de Empresas, terminó en una condena de ocho años para una joven guatemalteca.
El 18 de setiembre de 2014, Esperanza (nombre que prefiere utilizar por razones de seguridad) iba en un bus de regreso a su tierra. Ella viajaba con un grupo de 20 compañeros de la universidad.
Cuando iban por Liberia, Guanacaste, el bus fue detenido en un puesto policial. Un policía lo abordó y luego la llamó por su nombre.
“ Me pidió que me bajara y me pidió la maleta; yo como no tenía nada que esconder, supuestamente, busqué la maleta. Cuando la encontramos me dijo: ‘¿es su maleta?, ¿está segura?’, le dije que sí, la abrió, la volcó y cayó la droga. Eran dos kilos, no sé ni qué tipo de droga era”, recordó la joven en una entrevista con La Nación .
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Según explicó, bajaron a los demás compañeros y empezaron a revisarlos. Uno de ellos, a quien ella consideraba como un buen amigo, le dijo a los oficiales que esa droga era de él. “Mi compañero dijo que yo no tenía nada que ver, que era de él, pero como yo la llevaba, ellos no le creyeron nada y pensaron que era para encubrirme. En ese momento, lo que hice fue pegarle a é l con un bolso que llevaba en mis manos”, comentó Esperanza.
Después supo que su compañero también llevaba óvulos de droga en el estómago y está preso en Costa Rica, aunque no volvió a saber nada de él.
“Donde nosotros estábamos era como una casita; todos tenían acceso a entrar, a salir y a las maletas. El día anterior, mi compañero dijo que se sentía mal y no salió; tuvo que haber sido en ese momento cuando aprovechó para esconder la droga en mi maleta”, comentó la guatemalteca.
Vivía con abuela. En Guatemala, Esperanza vivía con su abuelita, pues sus papás residen en Estados Unidos con sus hermanos menores.
La joven comentó que no fue hasta un mes después de estar presa que pudo contactar a sus padres para contarles lo sucedido; sin embargo, a su abuela prefirió ocultarle la verdad y le indicó que no había vuelto porque se quedó estudiando en el país.
“Yo no quería que ella supiera; ella tenía diabetes y pensé que un susto la podía matar”, expresó.
El año pasado, su abuela murió sin saber que su nieta estaba presa en Costa Rica.
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“A mí esto me pasó por las malas amistades, por no darse cuenta uno con quién anda. A mí me daba terror pensar en una cárcel; esto ha sido un infierno”, lamentó la joven.
Esperanza fue sentenciada a ocho años de prisión por tráfico internacional de drogas. Hace dos semanas, ella logró pasar a un régimen semiinstitucional, donde puede estar en libertad y firmar una vez al mes.
El beneficio lo logró gracias a que una familia de una amistad le concedió alojamiento y trabajo en una tienda.