Cinco años después del ciclo eruptivo que comenzó el jueves 13 de abril del 2017, donde el volcán Poás perdió el domo o pared gigante que estaba en el centro del cráter, el coloso alajuelense sigue con actividad moderada, pero dentro de los parámetros seguros para la visita de turistas, según las mediciones más recientes del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Costa Rica (Ovsicori).
El 12 de marzo, por ejemplo, un dron sobrevoló el cráter con un detector de gases y una cámara termográfica, la cual facilita el control del coloso, cuyo lago cratérico sigue lleno y con una temperatura de 40 grados Celsius. La estación seca no ha afectado el nivel del lago, pues la isleta que está al sur sigue recubierta de agua. Se estima que en algunos puntos la profundidad ronda los 30 metros.
Esa laguna se secó en junio del 2017 y se ensanchó al desaparecer el domo, luego comenzó a llenarse después del 2019, cuando empezó a decaer la actividad eruptiva y la temperatura del fondo fue bajando. A partir de ahí, poco a poco, el macizo fue recuperando su sistema hidrotermal hasta llenar el lago, que actualmente es el parámetro más visible que tienen los científicos para detectar cambios en la actividad volcánica.
Esa laguna grisácea e hiperácida también es el principal atractivo para miles de turistas que cada año visitan el coloso que se encuentra a 2.708 metros sobre el nivel del mar.
Según el vulcanólogo Javier Pacheco, del Ovsicori, ese volcán siempre tiene signos de acción, a diferencia de otros como el Irazú y el Turrialba, que suelen pasar largos periodos sin actividad. Afirmó que las condiciones actuales no son de riesgo.
El Poás tiene por lo menos dos fumarolas grandes en las paredes norte y este, que están muy activas pero con temperaturas relativamente bajas, las cuales rondan los 100 grados Celsius. De igual forma, existen al menos otras dos fumarolas en el fondo del lago que también están efervescentes y se presenta actividad sísmica frecuente. “No está apagado, pero su actividad es moderada”, explicó Pacheco.
Energía infrarroja
Para realizar las mediciones remotas, el dron llevó una cámara que puede medir la emisividad, es decir, mide la capacidad de los elementos de emitir energía infrarroja. Se debe calibrar previamente pues la emisividad es diferente en una roca, en el agua o en el aire, de modo que se deben incluir esos valores al instrumento para que la medición sea lo más fiel posible.
“La ventaja de la cámara es que brinda la temperatura de una región enorme, mientras que un termómetro solo la brinda en un punto específico. La cámara permite ver por medio de diferentes tonalidades dónde están los puntos de emisión y las fumarolas activas”, agregó Pacheco.
Los vulcanólogos también miden la proporción de gases, principalmente en el mirador, pues al ser incoloros y muchos de ellos sin olor, su detección solo se puede registrar en los dispositivos electrónicos, de manera que los guardaparques puedan evacuar en caso de que los niveles se tornen riesgosos. Entre los gases que se detectan están dióxido de azufre (SO2), sulfuro de hidrógeno (H2S) y el dióxido de carbono (CO2), principalmente.
En la actualidad los sismógrafos no registran erupciones ni tremor volcánico, pero continúan numerosos sismos de baja amplitud.