Los niños son la debilidad de Charlotte Cruz. Ella no puede ver a un pequeño sufriendo porque hace lo necesario para alegrarle la vida.
Contó que esa convicción la trae desde muy niña, cuando, por ejemplo, se le escapaba a su mamá a fin de ir a un albergue para cuidar a otros pequeños.
Conforme fue creciendo, sus deseos de ser mamá se incrementaban y fue por eso que tuvo seis hijos, de los cuales uno falleció en el 2013. “La gente me dice que son muchos, pero no”, dijo Cruz.
Recordó que un día del 2007 estaba en el Hospital Nacional de Niños porque uno de sus niños se enfermó. “Allí, me encontré sin querer con una niña que me robó el corazón”, dijo.
La pequeña, que contaba con año y medio en ese momento, tenía hidrocefalia, espina bífida, entre otros padecimientos. Y su mamá la había dejado abandonada en el centro médico.
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“Cuando yo me enteré de que el PANI (Patronato Nacional de la Infancia) buscaba un hogar solidario para reubicarla, no lo pensé dos veces y me ofrecí. La plata para mantenernos vendría después”, recordó la mujer, de 52 años.
El 21 de diciembre del 2007, la menor llegó a la casa de Cruz y hoy todavía sigue ahí. Actualmente tiene nueve años.
“La cuido tanto... para mí es una hija. Yo no conocía mucho de la madre biológica de ella, pero unos meses después me enteré de que la niña era gemela. No supe mucho del hermano de ella; dejé pasar el tema”.
Sorpresa. Dos años después, Cruz recibió una llamada de la trabajadora social que la había ayudado con la reubicación de la niña.
La funcionaria le dijo que esa menor tenía nueve hermanos, de edades entre los 17 años y los 13 días de nacido, y que todos habían sido llevados a un albergue porque su madre –dijo la trabajadora– permitía abusos y maltratos contra ellos.
“Jamás esperé eso, pero sin pensarlo les dije que me los dieran. Yo los quería cuidar”.
El PANI aceptó que la mujer se hiciera cargo de ellos, pero en condición de depositaria judicial y no de madre adoptiva. Por eso, Cruz ha recibido en este tiempo un subsidio del Patronato. Actualmente, le gira ¢600.000 al mes por los seis niños (¢100.000 por cada uno). Por los cuatro mayores, no recibe nada. “Si yo tuviera plata para poder hacerme cargo de ellos, los adoptaría. No lo dudo”.
Cambios. Como era previsible, con la llegada de los diez menores, la vida de Cruz cambió. Por ejemplo, ella antes vivía en casa propia en Piedades de Santa Ana, empero el año pasado se mudó a una vivienda más grande en San Rafael de Santa Ana.
“Ese lugar (Piedades) tiene un ambiente muy hostil. Hay mucha droga y no quería que ellos crecieran en ese lugar. Me puse a buscar otra casa, pero era difícil porque yo no tengo plata, pero una fundación me consiguió una y me la presta”, aseguró.
Lo positivo, añade, es que el lugar donde viven está más cerca de las escuelas a las que asisten los menores y de los sitios donde una de ellas recibe terapia física y de lenguaje.
“Mi vida ahora es correr por aquí y correr por allá, y me encanta. Me encanta servirles a ellos; tenerlos contentos”, dijo.
La mujer, sin embargo, reconoció que los primeros meses fueron difíciles porque los menores “venían con muchas heridas no físicas y emocionales”.
“Necesitan mucho apoyo; porque lo que pasaron no fue fácil. Por eso me entrego a ellos y mi mayor satisfacción es que ellos sonrían”, concluyó.