La fuerte disminución de agua en el lago del volcán Poás genera frecuentes erupciones de tipo géiser o borbollones, lo que llama la atención de los visitantes que tienen la suerte de toparse con alguna ventana en la que la nubosidad se disipa y deja ver el cráter.
Este domingo, a eso de las 11 a. m., muchos pudieron observar la actividad y escuchar desde el cráter el sonido de esas erupciones, que a veces se asemeja al de un jet en vuelo y también se percibe otro sonido parecido al que produce un chorro de agua al caer de una manguera sobre el lago.
Según Javier Pacheco, vulcanólogo del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Costa Rica (Ovsicori), todavía no se observan cambios en el volcán que sugieran cerrar el acceso a los turistas. Más bien, se trata de erupciones muy pequeñas que obedecen a los cambios que experimenta el lago cratérico por razones climáticas.
Anteriormente, el peso del agua sobre el cráter era mayor, ya que la cantidad de líquido cubría todo el fondo, incluído el montículo en forma de península que se formó en el costado norte cuando hubo una erupción en una fumarola lateral, que desprendió parte de la pared norte hacia el lago.
El viernes pasado se llevó a cabo un sobrevuelo con dron sobre el lago para confirmar que cada vez está más seco, aunque todavía cubre el fondo con un bajo nivel de agua hiperácida. También se midió la temperatura sin necesidad de que los científicos afrontaran el riesgo que implica bajar hasta el cráter en estos momentos.
La temperatura en la parte central refleja un incremento leve, pues pasó de 50°C en noviembre, a 64°C en la actualidad; mientras que la acidez está diez veces más alta que en noviembre, debido a que los compuestos químicos tienen menos líquido para disolverse.
Se determinó que varias fumarolas que quedaron expuestas al bajar el nivel siguen activas, pero la medición de gases se mantiene entre 400 y 500 toneladas diarias de dióxido de azufre (SO2), lo que se considera un nivel bajo. Hasta que supere las 1.000 toneladas diarias, se refleja un cierto aumento de interés, y al llegar a 10.000 toneladas diarias, implica una fuerte actividad en el volcán.
Las erupciones tipo géiser, que elevan material entre 50 y 500 metros de altura, se deben a que al haber menos agua, el calor del fondo ya no se disipa tanto como cuando la laguna estaba llena. Entonces, hay más evaporación de agua, más calor y menos presión del agua, por lo que los gases de las fumarolas se elevan más fácilmente arrastrando sedimentos del fondo hasta alturas. Todavía esas erupciones no implican riesgo alguno.
La vigilancia sigue de forma estricta, ya que se trata de un volcán activo en el que el magma profundo puede subir rápidamente. Uno de los parámetros que indicaría ese ascenso es el nivel de dióxido de azufre (SO2), un gas directamente relacionado con el magma superficial pero que sigue en niveles bajos. Su relación con otros gases, como el dióxido de carbono (CO2) y el sulfuro de hidrógeno (SO2), está dentro de parámetros normales.
La sismicidad propia de volcanes activos o el tremor debido a las vibraciones internas en lo profundo también siguen sin representar riesgo alguno, ya que no hay signos de magma rompiendo rocas. Los que sí se exponen a riesgos son los que entran de manera ilegal, pues el viento lanza los gases hacia el oeste, que es por donde suelen entrar las excursiones furtivas.
Por ahora, la actividad surge debido a la disminución de las lluvias que afecta el nivel de la laguna. Según Pacheco, dejó de llover desde noviembre, mientras que años atrás en diciembre y enero aún caían lluvias importantes en la cima del coloso alajuelense, que se encuentra a 2.687 metros sobre el nivel del mar.
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