Encerrado en una celda individual, con la cabeza cubierta por una capucha, un menor dice estar recuperado de una herida en el pecho que le provocó anteayer un compañero con un punzón.
El ataque ocurrió en el ámbito C2 del Centro de Formación Juvenil Zurquí, en Santo Domingo, Heredia, cuando ambos regresaban de recibir la hora de sol a que tienen derecho.
Así lo contó el muchacho, de unos 17 años, a un equipo de La Nación durante una visita a ese centro ayer. La situación es repetitiva, según un estudio del Mecanismo Nacional de Prevención contra la Tortura, adscrito a la Defensoría de los Habitantes, en el cual se alerta de que la violencia en las cárceles está desbordada.
Las agresiones van desde puñetazos, golpes con tablas, palos de escoba y puñaladas hasta lanzamiento de café caliente, baldes de agua, botellas con orines o pedazos de espuma encendidos.
También se dan casos en que derriten plástico sobre los jóvenes mientras duermen, se les moja la ropa y se les amarra papel al cuerpo para prenderles fuego.
En la cárcel juvenil se practica lo que llaman “iniciación” con el “capuchazo”, mediante el cual a los reclusos nuevos en los módulos les lanzan una cobija encima y los golpean con puños, pies y palos. Los agresores, por supuesto, se cubren el rostro.
El informe lo realizó la Defensoría de los Habitantes, luego de entrevistar durante un año a un grupo de sentenciados con la Ley Penal Juvenil en las cárceles del Zurquí y Adulto Joven, esta última en San Rafael de Alajuela.
Agravamiento. La Defensoría de los Habitantes dijo que hay un agravamiento de las manifestaciones de violencia intracarcelaria entre privados de libertad menores de edad y adultos jóvenes.
Según explica, hay luchas de poder por el uso y trasiego de drogas, medicamentos, armas, la administración interna de las camas, la alimentación e incluso para definir quiénes pueden realizar actividades recreativas, deportivas o recibir atención técnica o médica.
Las autoridades alertaron de que algunos jóvenes son obligados a agredir a otros e incluso robarles sus pertenencias, aunque no existan problemas entre ellos. Y luego reina el silencio. Nadie denuncia.
Xinia Cunningham, directora interina de la cárcel Zurquí, explicó que el perfil de los menores ha variado con el tiempo, y cada vez reciben población más agresiva, la cual mantiene contacto con presidiarios adultos, lo que genera problemas por alianzas y afinidades que los obligan a clasificar con más cuidado a los privados de libertad.
Causas. El hacinamiento es el principal detonador de la violencia, indica el informe. Por ejemplo, en un espacio de 4 por 5 metros, 11 personas deben permanecer 24 horas encerradas con posibilidad de salir a tomar el sol tres o cuatro veces por semana durante una hora.
Esa situación deteriora las condiciones de higiene y de acceso a estudio y esparcimiento, por lo que se da un mayor riesgo de disturbios.
Manrique Sibaja, director de Adaptación Social, dijo que debieron adaptar las horas de esparcimiento según grupos afines, para que no se enfrenten. Añadió que el próximo año crearán 68 espacios en la cárcel del Adulto Joven y ya ampliaron un módulo en la Zurquí para reubicar a 20 menores.
Marta Iris Muñoz, directora de la Defensa Pública, dijo que a los jóvenes no se les puede encerrar como si fuesen adultos. “Hay que darles la visión de que queremos rescatarlos, ayudarlos y motivarlos para que estudien”, advirtió.