Gracias a un dron, en cuestión de diez minutos vulcanólogos pudieron tomar muestras de agua del lago cratérico del Poás, cuyo análisis revela que todavía hay restos magmáticos del proceso eruptivo del 2017.
María Martínez, del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Costa Rica (Ovsicori) , afirmó que el 31 de agosto realizaron un muestreo con dron en la laguna, que permitió medir los cambios en relación con la primer toma de muestras, realizada con ese dron el 9 de junio.
La científica afirmó que las fuertes lluvias de agosto hicieron que el lago incrementara su volumen de agua, que ahora está cerca de cubrir la única isleta que resalta entre aquellas aguas grisáceas.
La investigación revela que todavía cerca del suelo de ese cráter hay restos de magma del proceso eruptivo, que en el 2017 obligó a cerrar el acceso de turistas a ese Parque Nacional, uno de los más visitados del país.
Aquella vez, rocas de gran tamaño, cenizas y gases llegaron hasta el mirador y hasta la casa de guardaparques. Las cenizas alcanzaron fincas y poblados de cantones como Grecia y Sarchí.
Las erupciones freáticas siguieron hasta octubre del 2019, cuando el volcán comenzó el retorno a la estabilidad. Sin embargo la visitación se reabrió desde agosto del 2018, pues ya había decaído mucho la actividad del coloso.
El más reciente análisis del agua permitió obtener datos como la temperatura, acidez y tipo de sales disueltas en el lago.
“Al haber más agua de lluvia, el lago tiende a enfriarse. Vemos que pasó de 43 grados Celsius en junio, a 39 °C. en la reciente medición”, dijo Martínez.
“Decenas de metros debajo del cráter aún queda magma entre los conductos del volcán. Ese material tarda años enfriándose, por lo que aún aporta calor al lago y el agua sigue tibia”, explicó la científica.
Cuando el magma residual se enfríe por completo, el agua volverá a la temperatura ambiente, que es de entre 10° C y 20 °C.
Debido a la gran cantidad de agua llovida, también se diluyeron las sales, según se nota en el ph, es decir, el factor que marca el grado de acidez o alcalinidad.
A manera de ejemplo, el agua de lluvia tiene un ph de 7, mientras que la del cráter del Poás tiene valores menores a 1. Según estudios científicos, se trata de una acidez 10 millones de veces mayor a la que tiene el agua de tubo.
“La composición química es rica en cloro. Ese elemento se escapa en forma de gas a partir del magma residual e incide en la acidez”, añadió.
Producto de los aguaceros antes citados, el lago ha crecido como tres metros en las últimas semanas; empero, como el agua del fondo sigue tibia, una parte de ella se evapora y se diluye en la atmósfera.
Actualmente la profundidad varía, pues el fondo es irregular, pero en promedio ronda los 25 metros, explicó Martínez, quien afirmó que falta actualizar un estudio sobre la profundidad en los diversos sectores.
Antes de las erupciones del 2017, algunas mediciones revelaron profundidades de unos 40 metros, cuando ese cráter tenía otra fisonomía y existía el domo térmico, una enorme pared rocosa que desapareció con las últimas erupciones.
Los desconocidos microorganismos del fondo
En el pasado se han extraído microorganismos del fondo, algunos son conocidos por la ciencia, pero otros son especies nuevas que viven en ambientes hiperácidos y calientes.
El vulcanólogo Javier Pacheco afirmó que algunas de esas bacterias se presume fueron de las primeras que vivieron en el planeta hace unos 3.000 millones de años.
Muchos biólogos aprovechan que el lago del Poás es muy accesible, para estudiar esos organismos microscópicos que solo pueden vivir en ambientes tan extremos, con el fin de conocer qué nivel de acidez pueden soportar. “Siempre ha sido un laboratorio para biólogos, geólogos y otros científicos”, dijo Pacheco.
Las sales de los gases magmáticos y de las rocas que se disuelven por los ácidos en el agua, son usados por esas bacterias como alimento, pues les proveen energía a través de electrones, explicó.
Incluso la Universidad de Colorado realizó un estudio de esas bacterias, para tener idea de los que fue la vida en Marte.
Dron facilita el muestreo y disminuye los riesgos
José Pablo Sibaja, director del Laboratorio de Química de la Atmósfera de la Universidad Nacional, precisó que el dron, además de ahorrar tiempo, disminuye los riesgos de una caída a la que se exponen los vulcanólogos, así como a una súbita salida de gas o una explosión en el lago.
Agregó que el proyecto con este dispositivo busca muestrear las lagunas cratéricas de los volcanes activos y los dormidos para conocer las variaciones espaciales y temporales de cada cima y prevenir eventuales riesgos.
Con el dron se podrán tomar muestras donde es muy complicado el acceso a las lagunas cratéricas, como ocurre en el volcán Rincón de la Vieja.
Esta metodología de muestreo, implementada en pocos países a nivel mundial, permite una rápida recolección y tener resultados para el mismo día.
A manera de ejemplo, dijo que, por lo escarpado del camino, el descenso desde el mirador hasta el cráter del Poás, dura casi una hora y lo mismo de vuelta, mientras que el dron tarda diez minutos.
Aunque no sustituye el muestreo manual de los científicos, el dron es una herramienta tecnológica para agilizar el control de peligros volcánicos.
El muestreo consiste en dejar caer una botella estilo Bailers con una cuerda de 30 metros desde el dron, para recolectar el agua de la laguna. Luego la botella asciende al dispositivo aéreo por medio de un brazo mecánico de ascenso, y comienza el viaje de regreso al lugar de despegue.
Actualmente, ya se han realizado muestreos en las dos lagunas del Poás, la cratérica (caliente) y la laguna Botos (fría). También en la laguna Hule, la cual es de origen volcánico y queda en el Refugio Nacional de Vida Silvestre Bosque Alegre, cantón de Río Cuarto, Alajuela.
Con base en la actividad sísmica y los análisis químicos de agua y gases en el Poás, los científicos coinciden en que se trata de la fase final del ciclo eruptivo que comenzó en el 2017.
El sistema tiende a cristalizarse, a emitir cada vez menos gases y menos erupciones de cara al reposo.