Cuando de operaciones marítimas policiales se trata, el nombre del comisario Martín Arias Araya no pasa desapercibido. En sus más de 40 años como policía ha acumulado incalculables experiencias en el campo de la seguridad nacional, pero las que más atesora son esas que lo mantienen hoy en el sueño que comenzó a forjarse en 1964, cuando era un chiquillo de seis años.
En su oficina en barrio Córdoba, San José, amablemente nos recibe y nos invita a sentarnos a mi compañero fotógrafo y a mí en una mesa larga. Frente a ella se asoma un marco con una decena de medallas con las que lo han condecorado siete expresidentes, cuatro de Costa Rica y tres extranjeros.
Más atrás hay un mueble con unas fotografías donde lo acompañan generales de Estados Unidos, un cuadro de un paisaje campesino, algunas de sus gorras del Servicio Nacional de Guardacostas (SNG), tazas y sobre su escritorio principal: un bolígrafo color dorado que apoya sobre una base, así como su saco y un sombrero de su uniforme.
Al empezar a recordar cómo se convirtió en comisario, acerca a la mesa un portarretrato con una imagen suya en tonos sepia, luciendo un sombrero como los que usan los sheriff en Estados Unidos. Esa foto se la tomaron para el primer carné que tuvo, hace 44 años.
Esa aspiración comenzó a formarse viendo con curiosidad al único oficial del pueblo donde creció y de donde es oriundo: Macacona de Esparza, en Puntarenas. Hace casi seis décadas, en esas calles enpolvadas de Macacona, en la época en la que el volcán Irazú lo llenaba todo de ceniza, Martín José Francisco descubrió que quería ser policía, o como él dice, soldado, pero ante la ausencia de ejército en Costa Rica, esa era la opción que más se le parecía.
Sus primeros años los pasó aprovechando la oportunidad que le daban de ir a la escuela. En ese tiempo nunca conoció los zapatos, cursó los seis años de primaria descalzo y las camisas que usaba las sacaban de sacos de manta de panadería.
Es el mayor de siete hijos, lo que significó dejar sus estudios en octavo año del colegio y trabajar duro entre tomatales, aserraderos, campos de arroz, vendiendo en la calle prestiños, en los túneles y en cualquier oportunidad que apareciera para ayudar a su padre y sacar adelante a su familia.
La espera para llegar a ser patrullero se le hizo eterna y hasta los 19 años, por fin, entró a la desaparecida Guardia Rural, hoy conocida como la Policía Turística. Trabajando en el día y estudiando en la noche logró sacar su bachillerato por madurez.
Tiempo después la pasión que siente por la lectura y el estudio lo impulsaron a obtener una licenciatura en criminología y un bachillerato en ciencias de la educación, que jamás ejerció. Su esfuerzo constante lo llevó a ocupar una dirección de la Fuerza Pública y desde el año 2000 trabaja en el SNG, el cual dirige desde el 2007.
Padre de cinco hijos y abuelo de tres nietos
El Ministerio de Seguridad no solo le dio el trabajo con el que siempre soñó don Martín, sino que también le permitió conocer a su esposa Evelyn, con la que ya suma 30 años de matrimonio. Dice que sus compañeras lo molestan y le dicen que qué haría si en algún momento se quedara viudo.
Sin titubear asegura que no se volvería a casar porque otra compañera igual a ella no cree jamás encontrar. Evelyn, aunque no es policía como él, trabajaba en la parte administrativa y fue en los pasillos de la institución donde surgió el amor entre ambos.
Fue tanto que incusó abandonó su querido Macacona para irse a vivir muy cerca de Cartago centro, de donde es originaria su compañera. Su matrimonio y vida juntos los describe como ‘perfectos y con una profunda fe en Dios.
Padre de cinco hijos tres mujeres y dos hombres todos mayores de edad y abuelo de tres nietos de 12, 10 y 8 años, explica que la mejor herencia que les ha dejado es el estudio y parte de su salario lo invierte en su educación.
Eso mismo ha practicado a lo largo de varios años con dos niños de su comunidad, a quienes ayuda con la compra de útiles escolares, zapatos, uniformes y todo lo necesario para la entrada a clases. Lo hace como una forma de agradecimiento y de retribuir a la sociedad un poquito de lo que un vecino hizo por él.
“Éramos tan pobres que si desayunábamos no almorzábamos. Forrábamos los cuadernos con hojas de periódico y los llevábamos en una bolsa de papel porque no teníamos bulto. Un vecino que trabajaba en un banco y era contador me compró los últimos tres años de escuela los cuadernos y lápices, pero a cambio me pedía que sacara buenas notas y fui el primero en la graduación de sexto grado”, contó.
Lectura y modelismo naval: sus pasiones
Cuando se quita el uniforme, le gusta pintar, sobre todo el paisaje costumbrista que representa las remembranzas del campo y el trabajo. En su oficina tiene dos cuadros que él mismo pintó, uno de una iglesia en una zona verde y otro de una niña que se asoma a ver unos árboles.
También le gusta el modelismo naval, relacionado con la construcción de barcos a escala hechos con madera de balsa y cuchilla a mano.
Al preguntarle si tiene alguno que pueda mostrarnos, acerca el ‘Bergantín 11 de abril’ un buque que tardó en armar 40 horas y que hizo para recordar la existencia de aquel ejemplar de velas que llevó tropas costarricenses hasta San Juan del Sur, Nicaragua, en la batalla naval con los filibusteros entre 1856 y 1857.
Pero sin duda lo que más le apasiona es la lectura; gusto que adquirió muy pequeño cuando el asma, enfermedad que superó hace 31 años, lo mantenía semanas acostado sin poder moverse a falta de medicamentos y para no aburrirse agarraba cualquier revista que encontrara o un papel para dibujar.
“Tengo cerca de 300 libros y abajo de la cama mantengo cuatro en fila. Me gusta mucho la historia, en especial la costarricense, tiempos de conquista, colonia, independencia, historia universal, Revolución mexicana, Primera Guerra Mundial, Segunda, Vietnam, entre otras”, explicó.
Sus escritores favoritos son el novelista inglés Frederick Forsyth de quien tiene toda la saga y escribe relatos vinculados al espionaje y la guerra; Max Hastings, Paco Taibo II y el historiador costarricense Armando Vargas.
Algún día piensa escribir un libro contando sus memorias, carrera policial y un periodo en que estuvo en Nicaragua dándole seguridad a los miembros de la resistencia nicaragüense, para luego convertirse en jefe de seguridad de la campaña de Violeta Barrios de Chamorro y jefe de seguridad presidencial por año y medio. Barrios, hoy de 93 años, fue presidenta de 1990 a 1997.
No toma, no fuma y afirma que es malo para bailar aunque siempre le gustó el pirateado y a veces lo intenta, pero no lo logra. Eso sí, los deportes sí le llamaban más la atención y entrenó mucho tiempo Karate Shotokan, atletismo, que ya no practica tan frecuentemente por una lesión, y va al gimnasio.
Es liguista pero no envenenado y como vive en Cartago y por influencia de su esposa, apoya al club brumoso y a la Selección Nacional cuando gana, bromea.
Legado
Al ver para atrás piensa que su mayor legado en la policía es que fue el fundador de la Policía Turística y quien diseñó y creó los grados de policía (distintivos) en el uniforme de cada uno de los oficiales, pues antes usaban los mismos del ejército americano y un día decidió proponerle al entonces ministro Juan Rafael Lizano tener unos propios.
Fue así como se fue al Museo Nacional y revisando libros de literatura adaptó los distintivos agregándoles elementos nacionales como ramas de café, la antorcha de la Independencia, el escudo de Costa Rica y otros.
Hoy, más de cuatro décadas después de estrenar su primer carné de policía, el viceministro de Unidades Especiales de 64 años le vuelve la cara a la jubilación. Aunque hace meses pudo colgar el uniforme e irse a su finca en Esparza, Martín Arias dice que seguirá hasta que Dios se lo permita, en esa pasión que es su razón de ser.