Cada mes el Patronato Nacional de la Infancia (PANI) recibe más de 1.500 denuncias por agresión a menores de edad. De acuerdo con estadísticas suministradas a La Nación, el año anterior se atendieron 11.667 casos por agresión física y 7.192 casos por agresión psicológica. La institución no tiene un desglose del parentesco del agresor, pero normalmente son agresiones de padres hacia sus propios hijos, aseveró el PANI.
Por ejemplo, en mayo anterior, un habitante de San Carlos reconoció que le había pegado varias veces con sus puños a su bebé de apenas dos meses, porque no lo dejaba dormir. “Estaba cansado de que llorara por todo, que no durmiera, que había que estar llevándolo a la clínica”, reclamó el sujeto de 27 años, quien ahora se encuentra en prisión preventiva con su pareja.
Casos como este demuestran que en el territorio nacional existen padres que erróneamente consideran que la agresión puede ser una respuesta ante alguna actitud o comportamiento de sus hijos, lo cual, según especialistas consultados por este diario, refleja que el país debe avanzar en esta materia al dejar de lado estos métodos de crianza y aceptar que esto es agresión infantil.
La jefa del servicio de Psicología del Hospital Nacional de Niños (HNN), Laura Halabí García, explica que cuando un padre o madre golpea a su hijo o hija no es porque el o la menor haya creado un problema, sino porque el tutor tiene una dificultad.
“Tiene que ver con la propia dificultad del padre/madre para regular sus emociones (frustración, enojo, miedo, tristeza), con su historia personal (cómo fueron criados, heridas de la infancia) y con lo que como sociedad hemos normalizado desde hace muchos años como métodos de crianza (métodos agresivos, el fajazo, la chancleta, los pellizcos y hasta los golpes)”, detalló.
La máster en psicología clínica afirma que como los cimientos de la salud mental y física de las personas se desarrollan en la infancia, un factor determinante es el estilo de crianza. Por eso, es necesario que los padres tengan esto muy en cuenta al tomar la decisión de tener un hijo y considerar que nunca es demasiado tarde para modificar sus patrones y estilos de crianza.
“Tiempo atrás reconocíamos los chancletazos, fajazos, pellizcos y golpes como un método de disciplina que fue utilizado por décadas. Hoy sabemos que esos métodos podrían llegar a afectar a los niños y niñas dañando incluso el desarrollo cerebral, generando así una predisposición a enfermedad mental. Las nalgadas y demás constituyen formas de agresión infantil”, dijo.
Entre las alteraciones emocionales que pueden desencadenar estas formas de crianza violentas se encuentran la depresión, ansiedad, problemas en la vinculación, trastornos de la alimentación y abuso de sustancias y alcohol. Esto sucede porque, como describe Halabí, existe amplia evidencia de que en los primeros años de vida se construyen las bases de la salud mental.
Violencia desde el hogar
La jefa de Trabajo Social del HNN, Cindy Mora, explica que en ocasiones el hogar se puede convertir en uno de los sitios más inseguros para los niños y en donde están más expuestos a la violencia, como queda evidenciado cuando ocurren peleas o altercados entre menores de edad en los centros educativos, donde llegan a demostrar lo que aprenden en la casa.
“Efectivamente hay una incidencia también en relacionar hasta la historia de vida de los papás o mamás, qué mecanismos ellos tuvieron de niños y luego de grandes para resolver las frustraciones y los sentimientos de impotencia. Sabemos que lo ideal es que cada hijo o hija sea planeado, pero la realidad generalmente no es esa. Entonces, ¿cuál es la preparación que están teniendo estas personas para asumir una maternidad o una paternidad responsable?”, se cuestionó la profesional médica.
Mora destacó que en la mayoría de casos de menores agredidos que se atienden en el Hospital de Niños, los padres no dan una explicación de qué le pasó a los pequeños y más bien dicen desconocer cómo surgieron las muestras de maltrato. También es común que deleguen la responsabilidad en terceras personas, cuidadores e inclusive mascotas, entre otros escenarios.
Son muy pocos los casos en que los padres medianamente reconocen las lesiones en el menor, pero siempre las justifican en alguna situación particular, como que se cayó o que le sucedió algo y en el momento que intentaron auxiliarlo sufrió algún golpe. Por último, la especialista resaltó que las instituciones deben promocionar más sus servicios de atención a padres y madres.
“Es muy difícil porque estamos en un contexto realmente complejo y donde la respuesta inmediata de los adultos ante cualquier situación que genera frustración es la utilización de la violencia. Entonces, ese es un gran mensaje y muy delicado, que también le estamos dando a los niños desde las escuelas o los diferentes espacios del hogar”, concluyó la trabajadora social.
De acuerdo a las más recientes estadísticas del Servicio de Trabajo Social del Hospital Nacional de Niños, durante el primer semestre del año se atendieron un total de 298 casos de violencia contra menores. Se trata de un promedio de 66 casos al mes y 16,5 casos por semana. Los principales tipos de violencia registrados son por negligencia y abuso sexual, físico y emocional.
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