Armados con sándwiches, refrescos y hasta ollas de arroz con pollo. Así abarrotaron centenares de ticos las afueras del aeropuerto Juan Santamaría el 25 de enero de 1999, en espera de un aparato “de otro mundo”; uno que les haría sentir extrañas vibraciones al aterrizar y del cual, ante su “potente rugido”, habría que cuidarse los oídos.
Ni tan temible, ni tan alucinante. La llegada del Concorde, el avión comercial más veloz del mundo —para entonces— y jamás visto en Costa Rica, no sació la capacidad de asombro de aquellos cientos de almas ingenuas.
La aeronave resultó tener un sonido mucho más discreto del que tanto se había especulado, y su descenso no produjo más cosa que la desazón de los espectadores.
“Cinco minutos más tarde (del arribo), la multitud comenzó a movilizarse rápidamente; la mayoría de ellos frustrados porque no vieron el inmenso y ruidoso aparato sobre el que leyeron u oyeron. Fue demasiada espera para tan poca emoción”, evoca la crónica de La Nación , que ese día desplazó al sitio a un equipo de nueve personas, entre periodistas, fotógrafos y un infografista.
Lo que sí dejó por las nubes la visita del Concorde fue el retrato de esa colectividad tica que, aún en estos tiempos, nos identifica.
Memorias criollas
“Nada que ver”, “ ¡qué agarrada de monos!”, “n’hombre, esto es un alegrón de burro”, expresaban, desencajados, quienes sacaron el día para elaborar un registro mental de tan memorable fecha.
Hubo quienes hasta reservaron espacios desde diciembre del año anterior (1998) en el restaurante La Candela, un clásico alajuelense situado detrás del aeropuerto, para presenciar, cómodamente, aquel momento histórico.
En aquel comercio hicieron su agosto. La administración cobró ¢2.000 por la reserva de los campos (casi ¢7.000 actualmente), más ¢1.000 por la entrada (¢3.500 de hoy).
Uno de los comensales llegó con 11 familiares y se dejó pagar ¢50.000 de la época, el equivalente a ¢175.000 de la actualidad.
Los vendedores de tapones para los oídos no se quedaron atrás, pues “la gente estaba segura de que sus oídos podían reventar con el potente rugido de los motores del supersónico Concorde”, narra la publicación de esa fecha.
Como dato jocoso, documentó el diario que más de uno buscó a los famosos comerciantes para “lincharlos” luego de que, con el Concorde, su ilusión de lo nunca visto también tocara suelo.
Asunto generacional
El inventario de recuerdos se engrosa si nos ubicamos en el San José de los años 80, exactamente, en la avenida central.
Si de chiquillo pasó por la Librería Universal y se sumó a la aventura de sus escaleras eléctricas —o bien, si viajó a la capital con su familia específicamente a eso, a conocer las famosas gradas— usted sí tuvo infancia.
Tan solo a unas cuadras de distancia había chance de realizar un periplo similar, en la tienda La Gloria, que también contaba con escaleras eléctricas.
Si bien, tan peculiares atracciones son de las consentidas en la memoria de los niños de entonces, estas no fueron las primeras gradas mecánicas que hubo en el país. La novedad la instaló el Banco Anglo, allá por 1965, en su edificio principal, en avenida segunda, donde hoy funciona el Ministerio de Hacienda. Estas se retiraron tras una remodelación.
Un poco más avanzada la década ochentera, un insólito electrodoméstico desataría controversia desde distintos flancos: el microondas.
Aquel aparato suponía una revolución en la vida doméstica de las familias, pues agilizada la forma de calentar e ingerir los alimentos.
Por otro lado, los altos impuestos que se le cargaron, por ser considerado un artículo de lujo, elevaron su precio y lo convirtieron en objeto de deseo en muchos hogares costarricenses.
Como a la mayoría de avances tecnológicos, lo rondó la especulación con respecto a posibles riesgos que podía implicar para la salud.
Mario Hidalgo, subgerente del Sistema Eléctrico del Instituto Costarricense de Electricidad (ICE) en 1988, declaró a La Nación, en una entrevista de ese año, que no había por qué preocuparse.
“En cuanto a la precaución de la gente sobre el riesgo de la salud de ese tipo de electrodoméstico, debido a la energía que utiliza, el ingeniero (Hidalgo), manifestó que nadie ha demostrado que, con las precauciones que incluye el diseño, pueda existir algún tipo de fuga al exterior de las radiaciones que ocurren en su interior cuando está funcionando”, cuenta el archivo noticioso.
Con menos reservas pero con la misma expectativa, el resto de generaciones acogieron invenciones que no solo ofrecieron experiencias personalizadas a los usuarios, sino que transformaron la dinámica social. La cámara fotográfica de rollo, la radiograbadora —sí, aquella que muchos cargaron en el hombro— y el walkman , por citar algunos.